Cuando mi papá y yo viajábamos a otros ranchos o salíamos de la ciudad generalmente era temprano, así que para no perder tiempo en la carretera, íbamos temprano a los taquitos de barbacoa de Don Cirilo.
—¡Pásele a los tacos de Don Cirilo!…¡Son de cabeza, también de lengua, ojo y cachete!
Pregonaba Don Cirilo en su puesto de tacos.
— Buenas Don Cirilo –saludó mi papá.
— Buenas Don Rober, ¿qué le andamos sirviendo? –contestó.
— Póngame dos taquitos de cabeza.
—¿Pa empezar?
— Nomás pa empezar.
—¿Con doble tortilla? –preguntó Cirilo.
—¡Cómo debe ser!
—¿Y pa el jovenazo? –dijo mirándome.
— También póngale dos –contestó mi padre.
Mi papá jamás pedía todos los tacos de un jalón, porque la tortilla se le hacía fea, prefería ir pidiendo de uno en uno o de dos en dos.
Ahí con Don Cirilo llegaba gente de todo, hasta la gente más “popof” llegaba a echarse sus taquitos, ahí se perdía toda la elegancia.
“No hay nada más democrático que los tacos y es más eficiente que las religiones” – decía Don Cirilo.
Cuando le preguntabas por qué, él te contestaba, que los tacos son democráticos porque a todos se les sirven igual, se despacha como el cliente lo pide, “aquí ellos si mandan”, decía; además los tacos son más eficientes que las religiones, porque aquí todos son iguales, se acaban las clases sociales y hasta “hermanos de taco se vuelven”.
Las veces que venían los familiares que venían de fuera, pedían sin falta los tacos de barbacoa de Don Cirilo, “acá no hay de esos”, decían los tíos que venían del otro lado, quienes acá entre nos, cuando comían esos tacos, se comían hasta ocho o diez de una sentada.
Una vez, llegamos mi papá y yo al puesto de Don Cirilo, pedimos los tacos como siempre, mi papá se tomaba una coca chiquita y yo un pop de manzana.
Al terminar, mi papá pidió la cuenta y Don Cirilo le dijo el importe.
—¡Ah, caray Don Cirilo!, ¿qué ya le subió a los tacos? –preguntó mi papá cartera en mano.
— Nomás cincuenta centavitos por taco mi amigo –contestó.
—¿Y eso?
—¿A poco no supo Don Rober?
— No, ¿pos que pasó?
— Pos que la semana pasada subió el azúcar.
—¡Achinga!, ¿y eso que tiene que ver?, ¿a poco los tacos llevaba azúcar Don Cirilo?
— Pos no, pero mi café y el de mi señora si –contestó riendo.
Mi papá y Don Cirilo rieron a carcajadas, y unos comensales que se encontraban cerca hicieron lo mismo, yo tardé varios días en entender el chiste.
Hace unos días volví a la taquería de Don Cirilo, él ya no está, mi papá tampoco, pero ahí están los hijos y nietos de Don Cirilo; aquel carrito de tacos, se convirtió en un gran local, tienen mucha gente, pero ya nadie platica con los clientes, ya nadie es amigo de nadie, los meseros sirven, se van, la gente come y se va también.
Yo llegué y pedí dos tacos “para empezar”, pero la novedad es que ahora se paga antes y luego sirven, por lo que tuve que pedir mis seis tacos de una vez, y sí, mi papá tenía mucha razón, la tortilla se hace fea.
Me imagino que la receta de la carne y las salsas son las mismas, pero no sé, no fue lo mismo, no me supieron igual los tacos, quizá es la mano, o quizá simplemente les faltó la presencia de mi padre y sus pláticas con Don Cirilo, que seguramente han de tener hoy juntos en el cielo… tomándose un cafecito.
¡ Hasta el próximo Domingo ¡
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