Así eran las navidades de antes… Mis navidades

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Las navidades de antes siempre eran en la casa de la Abuela Licha, nunca, jamás en otro lado, ni de chiste, primos, tíos, parientes y uno que otro gorrón eran bien recibidos y mejor aceptados.

¿Cómo?, no sé, pero siempre alcanzaba para todos y hasta para el día siguiente.

Los hombres de un lado, las mujeres en otro y los niños en el patio, aunque hiciera un frío de los mil demonios jugábamos afuera… ¿Seríamos más resistentes que los chamacos de hoy?, puede que sí, se me hace que ora son más delicados.

Ya más noche mi padre y demás hombres hacían una fogata, bueno ellos la prendían, porque parte de nuestra diversión era ir por leña para la fogata; y alrededor de esa fogata circulaba generosamente el sotol, el tequila (sí, antes del que el tequila fuera artículo de lujo), y uno que otro loco tomaba cerveza fría.

La abuela (como cada año), en la cocina daba órdenes a las tías, de cómo se batía la masa para los tamales, probaba el chile de los rellenos, que si el rojo, el verde, las rajas; también le ponía lo necesario a la carne para el pozole, y comenzaba a untar el cabrito con no sé qué cosas, creo solo una sola vez se hizo pavo, pero esa carne ganó el destierro de ese hogar por su insipidez, así que la abuela decidió de plano, mejor rellenar un cabrito o darnos el relleno sin pavo.

Primero se comenzaba a cenar con el pozole y el cabrito, luego en la noche, mejor dicho, en la madrugada salían los tamales, los niños se iban a dormir o iban cayendo uno a uno en los sillones de la sala, en las sillas del comedor, o en las piernas de las tías y uno que otro hasta en el suelo frío, pero yo no, no señores, yo esperaba a que salieran los tamales;  sí, quizá cabeceaba o dormitaba en la silla de la cocina a un lado de mi abuela, pero esperaba estoicamente a que salieran los tamales.

Y ablando de tamales, la abuela preparaba a los que les llamaba “borrachitos”, y los preparaba mezclando la masa y el chile rojo que le había sobrado de los tamales, solo que le agregaba un poco de chile más picoso, así que salían unos tamales de masa roja picosa, y para el día siguiente los recalentaban, mejor dicho, los doraban en un comal, y los canijos soltaban su grasita y así eran el complemento perfecto de unos huevos estrellados y frijoles refritos. ¡Ándate con cosas Juan!.

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Siempre supe que Santa Claus no existía, me lo dijo la abuela, y cosa que hasta la fecha le agradezco, una vez de muy niño le pregunté a mi padre porque a otros niños les llevaba Santa y a mí no, y me dijo: “Porque usté tiene padre para que le regale”…fin de la discusión, sabía que esos regalos eran fruto del trabajo de mi padre o del ahorro de la abuela y eso era y es, algo que me hizo ver las cosas de una manera distinta.

Tenía unos primos “riquillos” a los que su padre que vivía en el otro lado les enviaba juguetes que acá ni en sueños, y si no, les mandaba dinero para que les comprara lo que quisieran, si, al principio era la emoción, la novedad, pero invariablemente terminábamos jugando al fut con mi pelota, y lo más chistoso es que en menos de un par de meses, su juguete ya estaba descompuesto y mi trompo o la pelota “funcionaban” a las mil maravillas.

Mi padre me regalaba otros juguetes, quizá porque fui una especie como de “niño adulto”, pero a los diez años me regaló mi primer navaja, y solo me corté una vez, él me enseñó a usarla, luego a los doce ya manejaba la camioneta, despacio, lento, pero seguro, me dejaba ayudar cuando parían las chivas, me llegué a dormir con él en el monte esperando cazar a algún coyote que nos mataba a los animales, no, eso no lo cambio ni lo cambiaría por ningún juguete.

Una vez, para una noche buena, mi padre se puso malo en medio del monte, era extraño ver a aquel roble que jamás se enfermaba, ahora doblado del dolor, lo ayudé a subir a la camioneta, tomé las llaves y lo llevé al puablo, directo al consultorio, esperé a que saliera el doctor, los minutos me parecían días, y yo sin poderle avisar a la abuela. Minutos después, salió el galeno y me dijo que el peligro había terminado, me fui manejando por la abuela a la casa, mi pá, solo me veía en silencio, no me dio las gracias, ni hizo falta, solo me dijo:

  • Pos si, ya estas grande mijo
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…tenía yo doce años.

Yo me mantuve fuerte, entero, hasta la noche y fue ahí donde comencé a tener frio, mucho frío.

  • ¿quieres un chocolate pá que se caliente mijo? –me dijo la abuela-
  • Si abuela gracias –le dije animado-
  • Ándale, vete para la sala y ponte la cobija que dejé ahí, orita te lo llevo

Esa noche, no me dieron ganas de estar con todos y mejor me fui a la sala y me sente en la mecedora al lado de aquel arbolito lleno de postales navideñas, postales que cada año recibíamos personalizadas para la familia, pero sobre todo, para la abuela.

Vi la vieja radio de bulbos que estaba al lado y decidí encenderla, comencé a navegar por estaciones de Cuba, Estados Unidos y México, era normal que pasara eso a altas horas de la noche, finalmente, me quedé en una donde estaba música navideña en Inglés.

  • Tenga mijo –me dijo la abuela dándome un jarrito con chocolate espumoso-
  • Gracias abuela –contesté incorporándome y levantando la cobija para que se tapara-
  • No, no le cambie, ahí déjele –me dijo la abuela al ver mi intento de cambiar la estación de radio- no sé qué dice la canción, pero me gusta –me dijo-

A decir verdad yo tampoco sabía lo que la canción decía, simplemente me gustaba, le tomé al chocolate, la abuela me quitó el chocolate de las manos y lo puso en la mesita, luego me abrazó fuerte, entonces, al sentir su amor de abuela, me desarmó, y yo hice que lo que todo macho debía haber hecho en un momento como ese…lloré, lloré y lloré mientras escuchábamos juntos aquella canción.

¿Saben?, mis navidades eran tan sencillas, con tan pocas cosas, recibíamos tan pocos regalos, que ahora que lo pienso mejor, quizá eso permitía que no tuviéramos tantas distracciones y nos centrábamos en lo más importante: La Familia.

¡ Hasta la próxima !

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