Resulta que en varias escuelas de Estados Unidos ya se hartaron de los celulares y dijeron “hasta aquí”. Ahora, cuando los morros entran al salón, les toca meter su celular, audífonos y hasta el smartwatch en una bolsa magnética que se sella al inicio y nomás se abre hasta que suena la campana de salida.
O sea, todo el día sin acceso al teléfono. Y no crean que lo hacen solo pa’ que suban las calificaciones, no, no, no… los profes y directores aseguran que hay algo más: los chavos andan con la cabeza saturada, habilidades sociales por los suelos y el cerebro sin gasolina porque la dopamina ya la tienen frita de tanto scroll.
El director Jacob Bretz, de la secundaria Danville, lo explicó clarito: “Era una batalla constante… tener el celular en la bolsa, sentir la vibración fantasma, preguntarse si había un mensaje, y la urgencia de revisarlo todo el tiempo”. Y pues sí, ¿a poco no les pasa también a ustedes que sienten que el teléfono vibra aunque ni haya notificación? Eso ya es reflejo condicionado.
Los profes dicen que el celular en clase ya es como meter un payaso en un funeral: pura distracción, cero atención. Por eso, con estas bolsas esperan que los chavos vuelvan a platicar, a poner atención, a convivir de neta… ya saben, como en esos tiempos en que la máxima distracción era pasar papelitos con dibujitos o echar carreritas de borradores.
Y aquí viene lo bueno: muchos expertos creen que, aunque al principio los chamacos se sientan como si les cortaran un brazo, a la larga no tener el cel unas horas al día puede ayudarles a reducir la ansiedad, mejorar la memoria y hasta dormir mejor.
Así que aguas, porque capaz que esto se empieza a copiar en más países… ¿se imaginan que también lo apliquen aquí? Ahí sí muchos iban a sufrir sabroso.