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Si siquiera estás considerando ver una nueva película de la saga de ‘Transformers’ hay que dejar algo completamente en claro: debes dejar de leer ahora mismo. No tiene ningún sentido que yo o los próximos diez críticos que te topes en tu camino al cine te hagan el recordatorio de que estas películas han ido en una espiral descendente desde el primer filme “live action” de 2007. No hay aspecto artístico o argumental que te pueda disuadir de ver esta producción, pues las advertencias son las mismas de siempre.

Por el contrario, si tienes duda acerca de la calidad de ‘Transformers: El Último Caballero’ (‘Transformers: The Last Knight’, d. Michael Bay), quizá haya que apelar a tus expectativas. Si quieres ver robots que se transforman en vehículos (entre otras cosas) y que se lían a tortazos entre explosiones y destrucción masiva, no quedarás desilusionado. El hecho de que esta sea la última película de la serie dirigida por Michael Bay (tentativamente) y de paso la más cara de todas ciertamente apela a esta grandiosidad en materia de acción y efectos visuales. Si lo que buscas es una historia inteligente, contada con coherencia y lógic… no, olvídalo, ¿quién busca eso en ‘Transformers’, por favor?

La acción comienza muchos siglos atrás, donde vemos al mítico Rey Arturo y sus Caballeros de la Mesa Redonda (ajá, no es broma) peleando un desigual combate contra un poderoso enemigo, preguntándose si en algún momento llegará el Mago Merlín con un refuerzo necesario para no morder el polvo de la derrota. El mentado Merlín (Stanley Tucci) termina apareciéndose tras un breve intercambio verbal con un Transformer que le entrega un báculo de energía capaz de controlar… no sé, ¿robots o algo? No queda del todo claro en la atropellada narrativa visual. De repente aparece en la batalla un robot-dragón de tres cabezas que le salva el pellejo a Arturo y a sus huestes, comprobando que Michael Bay estaba más que decidido a llevarse entre las patas a más de una afamada mitología con esta producción.

Volvemos a tiempos modernos donde vemos que la Tierra es un lugar caótico y complicado, pues siguen cayendo Transformers del cielo cada tercer día y la eterna lucha entre los dos bandos de esta raza robótica alienígena (Autobots y Decepticons) se la pasa partiéndose la cara, con toda la destrucción colateral que ello implica. Por tanto la raza humana toma una salomónica decisión: todos los Transformers son enemigos y deben ser destruidos, así que crean una fuerza especializada de combate con ese único fin.

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En una escaramuza entre Transformers y humanos (auxiliados por tecnología de guerra mecanizada) aparece una resuelta adolescente huérfana llamada Izabella (Isabela Moner), empeñada en proteger a los bondadosos robots que ahora constituyen su única “familia”. Tras perder al penúltimo compañero que le quedaba conoce a Cade Yeager (Mark Wahlberg), quien se ha convertido en una especie de leyenda local tras los eventos de la película anterior y ahora comparte la afición de la chica por proteger clandestinamente a los Autobots que entran en su órbita.

Esta convivencia sirve para mostrarnos algo de exposición en torno al caos que vive el mundo desde que Optimus Prime, líder Autobot, decidió partir rumbo a su planeta natal de Cybertron para frenar la destrucción que se avecina sobre la Tierra, mientras que su rival recurrente Megatron comienza a reagruparse con sus Decepticons para sojuzgar al mundo. En medio de esta historia surge la presencia de los “Caballeros”, Transformers ancestrales que surgieron durante la época del mentado Rey Arturo y que ahora vuelven a aparecer pues una amenaza terrible está por cargar el curso de la historia.

Complicando un poco más nuestro entendimiento de las cosas tenemos a Sir Edmund Burton (Anthony Hopkins), excéntrico miembro de la aristocracia británica quien además es una especie de guardián de los secretos de los Transformers, y que termina revelando el papel determinante de los mismos en todo el acontecer del género humano. Desde los grandes descubrimientos científicos de Newton y Tesla hasta la muerte de Hitler, todo indica que sin los mentados robots la humanidad se hubiera pasado los últimos diez siglos sacándose los mocos. Descorazonador, francamente.

Total, también entra en juego una elegante dama inglesa llamada Vivian Wembley (Laura Haddock) quien es científica, jugadora de polo y parece modelo de lencería fina. Está destinada a toparse con el rústico Cade Yeager y a jugar un rol importante en la trama, pero la misma se ha enredado tanto que resulta difícil concentrarse del todo. Eso sí, es muy guapa. Así que como puedes darte cuenta, tenemos ya todos los requisitos para una película de Michael Bay.

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¿Es esta una mala película? Es complicado hasta referirnos a ella como una película. Parece un demo de efectos visuales para una gran empresa del ramo. O un anuncio de coches dirigido por un niño de 12 años. O un ejercicio de edición que le pusieron a estudiantes de la materia de cine en una prestigiada universidad. Parece todo menos la película que dice ser. Tiene acción, es entretenida, y a ratos coquetea con un humor auto referencial que podría haber hecho de ella una entrada sumamente agradable, pero no termina por definirse.

Resulta complicado desentrañar a Michael Bay. Nadie me cree cuando les menciono que solía hacer buenas películas (‘The Rock’, ‘No Pain, No Gain’, incluso la primer ‘Transformers’), pero que su predilección por cimentar su reputación como un Mozart de las explosiones en pantalla ha mermado su credibilidad y ha eliminado su capacidad como narrador. También quiero ser justo al evaluar el filme como el gran fiasco que representa en su visión total, pero me pregunto si vale la pena siquiera explicar el por qué. Mis reseñas de las últimas tres entregas de la saga siempre vienen acompañadas de quejas del público que dicen que no entiendo que son películas “palomeras” (no les hacen ningún favor, ¿saben?), con todo y que argumento que la ligereza en materia de tono no debería estar reñida con la coherencia, pero… no sé. A veces creo que Bay lleva un buen rato jugándonos una gran broma, disfrazando un comercial de juguetes y otros productos de consumo como si fuera una producción de Hollywood. ¿Es así, Michael? ¿No estoy entendiendo la broma?

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