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Ya he discutido con anterioridad el relativamente reciente fenómeno del subgénero fílmico de “acción geriátrica” (perdónenme por no encontrar un término menos ofensivo): esas películas donde la magia de la edición, de los efectos visuales y del uso de dobles nos permiten ver a señores arriba de los 60 años repartiendo golpes y bala como si tuvieran la mitad de esa edad. Liam Neeson debe ser el exponente más claro de lo anterior, pero recientemente otros veteranos de Hollywood han intentado emularlo, con diversos grados de éxito.

En mi opinión pocos han sido tan efectivos reinventando sus carreras en este rubro como lo hizo Denzel Washington con el personaje de Robert McCall hace cuatro años, y el éxito de esa incursión le trae de vuelta en el mismo rol para ‘El Justiciero 2’ (‘The Equalizer 2’, d. Antoine Fuqua). ¿Quieres un dato curioso? Washington jamás había filmado una secuela en sus 47 años como actor. Ni una vez. Podrá sonar extraño que haya elegido la adaptación cinematográfica de una serie de TV ochentera para romper la racha, pero quizá el análisis de esta entrega nos permita entender sus razones.

McCall es un ex operativo secreto para el ejército norteamericano y la CIA, quien desapareció hace años del servicio activo y es creído muerto por la mayoría de quienes le conocían. Hoy día realiza trabajos discretos que le ponen en contacto con la gente común, aquellos desdichados quienes no poseen los medios, la notoriedad o la atención de las autoridades para recibir remedio a sus problemas serios. El buen Robert maneja un taxi de esos que pides por aplicación en el teléfono, escucha a sus pasajeros… y toma cartas en el asunto cuando la situación exige justicia.

Un breve prólogo a bordo de un tren en Turquía nos muestra al heroico veterano lidiando con los facinerosos que se llevaron a una niña de brazos de su madre en América. Poco después lo vemos de vuelta en su barrio de Boston, preocupándose por el bienestar de Miles (Ashton Sanders), un joven artista afroamericano que está en riesgo de caer bajo la influencia de una pandilla local sin su presencia paternal y su mentoría cultural. No se puede negar que McCall es mitad Robin Hood, mitad Batman (bueno, este Batman sí mata, pero entiendan el punto).

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Un rostro familiares de la película previa reaparece en la vida de McCall, su vieja amiga y supervisora en la CIA (Melissa Leo). Tanto ella como su marido checan ocasionalmente que el letal ex colega “esté bien” (sea lo que sea que eso signifique), pero es obvio que personajes de este tipo son un grato pretexto para que el guionista les ponga en riesgo mortal, un detonante infalible para desencadenar la ira de la estrella. Hey, recuerden: película basada en serie de TV ochentera. Si quieren Óscares vean ‘Día de Entrenamiento’ con el mismo actor protagónico y el mismo director (no, esa no tiene secuela).

Total, la fórmula se repite y nos permite ver cómo Denzel Washington pasa de recomendarle inspiradores lecturas a un talentoso muchacho a describirle a detalle a los malos cómo y de qué forma sangrienta les va a arrebatar la vida. En el transcurso puedes esperar ver cómo McCall se reencuentra con un compañero que lo daba por muerto (el siempre efectivo Pedro Pascal), a un viejito judío distrayéndonos con no sé qué diablos de trama sobre una hermana perdida en el Holocausto y al Justiciero dispensando justicia como quien surte quesadillas frente a un anafre: sin despeinarse, siquiera.

Tras leer lo anterior podrías creer que mi opinión es desfavorable para ‘El Justiciero 2’. Nada más falso. Verás, hay algo extrañamente cómodo en saber de antemano que el héroe posee esta especie de aura de invencibilidad, esta certeza de que va a salir bien librado (el resto del reparto es otra historia, claro). Además siempre he dicho que podrías poner a Denzel a leer en voz alta un libro de Paulo Coelho durante dos horas y aun así sería lo más “cool” e interesante en la pantalla. El tipo es un gran actor, quien además profesa un palpable afecto por el mensaje que prodiga su papel en este particular filme. Eso le hace lucir como alguien comprometido con la historia, por derivativa que pueda parecernos.

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Fuqua, por su parte, es un estilista de la violencia y el dolor en pantalla como director. De acuerdo, la narrativa quizá no es su punto más fuerte, pero se las arregla para edificar una tensión creciente que nos lleva al inevitable desenlace lleno de dramatismo, lluvia intensa y cuerpos que se destrozan en cámara lenta entre lluvias de balas. Sabemos que va a ocurrir todo esto. Aun así no podemos esperar a que ocurra, deleitándonos con la frialdad que usa Washington al recitar cada línea. Es como ver a los Harlem Globetrotters jugando basquetbol: sabemos el resultado de antemano y aun así nos sentimos satisfechos con el entretenimiento.

‘El Justiciero 2’ procura dejar sobre la mesa algunos mensajes curiosos sobre moralidad y decencia humana básica. En este mundo los malos reciben lo que merecen, sin más ni más, y no hay atisbos de sentencias revertidas por caprichos legales: cuando McCall decide que vas a morir, mueres. Punto. De igual forma hay una narrativa interesante sobre la necesidad de esa presencia masculina fuerte, éticamente sólida, como antídoto contra el crimen y la vida echada por la borda. Es una especie de fantasía de superación por vía de los valores familiares bien instaurados, y le agradecemos la sutileza.

¿Salí satisfecho de ver la película? Es un hecho que sí. Si Denzel Washington ha de hacer de Robert McCall su motivo para entrar a la moda de la “secuelitis”, no me molesta en absoluto. Como dije antes, no esperes la clase de cine que vuela tu mente y reanima tu sed por lo artístico: esto es un cómodo par de pantuflas que de pronto te sorprenden con la gratitud de lo conocido. McCall pontifica, antes de un esperado episodio de violencia, que hay variedades de dolor que simplemente duelen, mientras que hay otros dolores que transforman. A ver si tu próximo conductor de taxi te dice algo así de profundo en tu próximo viaje.

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