Amor es… perros

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El problema del cine actual es que hay muchos cineastas… pero muy pocos autores. Entiéndase como “problema” la saturación de géneros que saturan las pantallas con estrenos globales (buena suerte si quieres ver una película que NO sea ‘Avengers: Infinity War’ este fin de semana por cierto), la “secuelitis aguda”, la obsesión por crear franquicias y “universos cinematográficos”, y un largo etcétera. No es que no haya nada que ver en el cine: lo malo es que haya tanto que ver de una receta y tan poco de otra, más exótica pero a la vez más sustanciosa.

Por eso cuando un autor legítimo, alguien con un estilo tan identificable y cultivado como Wes Anderson, decide estrenar su noveno largometraje (el primero desde el aclamado ‘Gran Hotel Budapest’ de 2014), es necesario estudiarlo y entenderlo por lo que desea transmitirnos más allá del obvio mensaje superficial. Es así como ‘Isla de Perros’ (‘Isle of Dogs’) llega a nuestras salas en un diminuto, casi imperceptible desafío contra la avasalladora maquinaria fílmica de los superhéroes. Hey, nadie dijo que la labor iba a ser fácil.

Este filme de animación “stop motion” (el segundo de Anderson desde ‘Fantastic Mr. Fox’ de 2009) tiene una trama más bien sencilla: en un futuro cercano, Japón se ve agobiado por la presencia de perros en las calles. Una enfermedad epidémica liga a los canes con los males que aquejan a la población de la ficticia metrópolis de Megasaki, donde el tiránico y totalitario alcalde Kobayashi (voz de Kunichi Nomura, co-guionista) decide enviar a los peludos inquilinos a un exilio en una isla cercana que se utiliza como basurero y vertedero de desechos tóxicos.

Uno de los infortunados canes es Spot (Liev Schreiber), adorada mascota de un niño de 12 años llamado Atari (Koyu Rankin). En su afán de recuperarle, el menor se roba un pequeño avioncito de hélice y termina “aterrizando” forzosamente en la isla, desorientado y sin más humanos a la vista para proveerle de ayuda.

¿Todo está perdido? Claro que no: Atari entabla una curiosa amistad con una jauría de perros-alfa acostumbrados a hurgar periódicamente los desechos en busca de comida, y también a intercambiar largas historias sobre sus respectivas vivencias antes de caer en este inhóspito lugar. No entienden muy bien lo que el chico quiere comunicarles, pero es claro que la insistencia con la que les muestra la foto de su perro indica que tiene esperanzas de encontrarle allí, y que ellos son los apropiados para ayudarle.

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Hay un auténtico deleite en escuchar las voces de los experimentados actores (muchos de ellos regulares en la filmografía de Anderson) dando vida a sus alter egos de cuatro patas. Está el impávido líder natural Rex (Edward Norton), el despreocupado Boss (Bill Murray), el sofisticado King (Bob Balaban) y el reflexivo Duke (Jeff Goldblum). Un quinto elemento parece no encajar de todo en el grupo: el desconfiado Chief (Bryan Cranston), quien simplemente no puede creer que un amo haga se arriesgue de tal forma por volver con su mascota. Pronto descubrimos que la naturaleza de Chief tiene su origen en una vida difícil, y que su proceder receloso no es en absoluto gratuito.

El director se encarga de poblar esta historia con un cúmulo de personajes accesorios interesantes y entretenidos, como la joven pecosa (Greta Gerwig) que descubre los nefastos propósitos de Kobayashi y se dedica a ayudar a Atari por todos los medios disponibles. O Nutmeg (Scarlett Johansson), una perrita cuya belleza encierra una profunda sagacidad que le permite entender muchas de las motivaciones de los de su especie. Tilda Swinton, F. Murray Abraham, Harvey Keitel y Frances McDormand completan el desfile de multipremiados actores con presencia en la película.

Pese al espectacular reparto, la verdadera estrella de ‘Isla de Perros’ es el ingrediente inconfundible en la obra de Wes Anderson: la estética. Los siete principios de la misma que dominan la aproximación “Zen” del arte japonés han estado siempre presentes en las películas de este realizador, y ahora más que nunca reconocemos su enorme influencia sobre lo que nos ha mostrado en pantalla hasta la fecha. La composición visual, los elementos en armonía, los detalles sutiles, la simpleza que encierra belleza incomparable, la ruptura estratégica de la simetría, el crear entornos sin esfuerzo aparente, la pureza de la inspiración… todos estos elementos saltan de una escena a otra con una gracia apenas ensayada. Curioso, pues la labor ardua que involucra esta clase de animación sugeriría una propensión al “caos controlado”. Aquí sucede justo lo contrario, digamos que todo está donde debe de estar.

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El punto flaco del filme podría ser la historia, que parece ser un comentario no muy disfrazado del totalitarismo Trumpiano, de las políticas excluyentes y alienantes, de la sordera a los problemas ajenos y de la resolución de los mismos a base de medidas drásticamente violentas. Esto no puede negarse, pero en mi opinión Anderson nos comunica algo muy simple desde el mismo título en inglés: ‘Isle of Dogs’ es símil fonético de “I Love Dogs”. Él ama a sus perros, y no sólo me refiero a los que posee como sus mascotas en la vida real. También sus creaciones animadas son muestras de un amor evidente, de un entrañable vínculo que conduce a una búsqueda en desafío a los augurios.

El ritmo pausado de la historia también es consistente con el estilo del autor, quien pasa de los diálogos ametrallantes y precisos a los silencios contemplativos con la mayor fluidez. La historia a veces habla mucho justo cuando nadie está hablando. El contar con los recursos de lenguaje no verbal que solemos interpretar en otras especies añade una divertida dimensión al producto final.

 

Hablando del mismo, ¿dónde se ubica la película en la jerarquía artística de Wes Anderson? Creo que es muy pronto para decidirlo. Lo cierto es que aún sus películas menos consistentes (no podemos hablar de que haya hecho un filme siquiera mediocre a la fecha) suelen tener un valor único que puede convertirlas en la favorita de sus admiradores. Una amiga actriz piensa que ‘The Darjeeling Limited’ (2007) es su obra más brillante, mientras que otros pueden ubicarla como la más débil. Yo sé que mi favorita sentimental es ‘Rushmore’ (1998), aunque me cuesta trabajo ponerla por encima de ‘The Life Aquatic of Steve Zissou’ (2004). Esta es la clase de discusión que me gusta tener respecto a lo que ha logrado un director: poder argumentar durante horas sobre méritos y escenas memorables con otros entusiastas, a sabiendas de que todos tendremos la razón al final del día.

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