¿Sacarte la lotería sin comprar boleto? (Ta fácil)

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¿Quién no ha soñado en sacarse la lotería o el Melate, y quedar así de millonetas como el mismísmo “Güicho Dominguez”?, ¿a poco no le gustaría ir de comprar, echar lo que le plazca, sin mirar el precio en las etiquetas, solo comprar porque le gusta?

¿Qué le parecería ir a un restaurante y no voltear a ver el lado derecho de la carta y de pasadita dejar una jugosa, pero muy jugosa propina?

¿Qué harías con millones y millones?

Pues yo creo que todos, alguna vez en nuestra vida nos pasó ese pensamiento, si, el de ser putrimillonarios y dejar a un lado la preocupación por el futuro.

Don Juan, un millonario de por estas tierras, se estaba  cortando el pelo, entonces, el peluquero, su peluquero de toda la vida le dijo:

—Oiga Don Juan, ¿le puedo hacer una pregunta?

—Claro Don Neto –le contestó-

—No es por intrigar, pero, ¿por qué usted siempre me deja dos o tres pesos de propina, mientras que si hijo, Juanito, me deja siempre diez pesos?

—Pos muy fácil Don Neto, porque mi hijo tiene un papá rico… ¡y pos yo no!

Así no es lo mismo hacerte rico que volverte rico, el que se hace a si mismo cuida, y mucho, cada centavo, mientras que el que se vuelve (o lo vuelven), su manera de cuidar (si es que la tiene) los dineros son muy diferentes; porque lo que se suda, se cuida.

Como aquel hombre de aquel cuento que se quejaba en la cantina con su compadre porque su mujer no apreciaba lo que él se esforzaba para llevar de comer a su casa, eran pobres y para no seguir comiendo todos los días frijoles, el buen hombre se iba a cazar venado para tener algo de carne.

Se iba al monte con su escopeta al hombro, eran varios días de penalidades, dormía con frío y escuchaba la cercanía de las víboras, despertaba lleno de piquetes de mosquitos, se escondía de animales salvajes, comía y bebía poco, sudaba y se cansaba mucho.

Lleno de golpes, raspones y otros adornos, cuando lograba matar un venado, se lo cargaba en la espalda y comenzaba la travesía de regreso, subía y bajaba lomas, pasaba por un riachuelo, cada metro el venado parecía pesar más, así, hasta que por fin llegaba a su casa.

Apenas estaba llegando a su casa, cuando la mujer lo recibía, mejor dicho, recibía al venado y con la mesa limpia y el cuchillo en mano, comenzaba a cortarlo y separaba piezas de carne, que para su mamá, la tía, las hermanas, el flojo de su hermano, el cura y una que otra vecina.

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—Ya no puedo más con la situación, termino comiendo un trozo de carne y al día siguiente de nuevo frijoles –dijo el compadre ya casi al punto del llanto-

—No se apure compadre, llévela a cazar un venado

—¿Qué me acompañe a cazar el venado?

—Si, nomás que no le diga de que se trata, usted dígale que es muy bonito, háblele de la naturaleza, del campo, de los amaneceres

—¿Pero usted cree que?…

—Hágame caso y luego me dice lo que quiera.

El compadre hizo lo que le sugirieron y a la semana siguiente la pareja salía de madrugada para disfrutar de unos días en el bello y encantador monte.

El primer problema al que se topó la mujer fue que como no llevaba pantalón, a la media hora ya iba toda raspada de las piernas por las plantas con espinas que se encontraban en el camino.

Su peinado se deshizo a primeras de cambio, el sudor se mezcló con la tierra que levantaba el viento, los zapatos se le llenaron de polvo y una que otra piedrita y tenía que detenerse para sacárselas.

Apenas amanecía cuando las tripas le gruñían, pero todavía les faltaba y tenían que economizar tanto agua como comida, así que tuvo que esperar a comer.

Ya no pudo más y se sentó bajo de un árbol para descansar, le rogó al marido un trago de agua, el cedió y cuando estuvo a punto de dar el primer trago, de una de las ramas salió una víbora, la mujer se asustó tanto que tiró el guaje con agua y casi muere del susto, terminó temblando del miedo.

—Újule, tiraste tu guaje con tu agua mujer, mira a ver si te quedó algo –dijo el marido mientras tomaba del suyo-

Pasaron el primer día, la primera noche, durmieron a la intemperie y el frío calaba hasta los huesos, ella suplicaba una fogata, pero él le dijo que de ninguna manera, pues eso alejaría al venado.

A la mañana siguiente, con ojeras en los ojos, la mujer estaba sentada a un lado de una piedra y con un palo en la mano.

—¿Qué pasó mujer?, ¿Qué no dormiste?

—Pos como voy a dormir si toda la noche se escucharon ruidos de animales y…

—¡Pera, Pérate, guarda silencio que allá anda un venado!

El hombre se subió a un peñasco y de ahí apuntó con su rifle y jaló el gatillo.

Al animal cayó fulminado, él y ella gritaban de júbilo, ¡por fin ya se podría ir a casa, adiós sufrimientos!, era el pensamiento de la señora.

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Entonces, con una mirada siniestra, vio a su esposa y le dijo:

—Vieja, viejita chula, como esa es la primera vez que venimos juntos y lo estamos disfrutando tanto, hazme un favor, llévate tu él vendado, llévatelo cargado, nomás pa que veas que chulo de bonito se siente llegar a casa con él.

—Pero…

—Anda mujer, ya verás que no te vas a arrepentir, confía en mí.

Como la mujer lo que quería era ya regresarse, nomás “apechugó” y dejó que el marido le pusiera el animal en la espalda.

Fueron horas y horas de camino, cada vez se veía el rancho más lejos, cuando alcanzaron a ver la casa, a cada paso parecía que se la alejaban con una cuerda.

Horas después, cuando les faltaban unos metros para llegar a casa, cuando los hijos de ambos salieron a su encuentro.

—¡Mamá, papá, trajeron el venado! –gritaban los hijos de la pareja- ¿les hablamos a las tías, a la abuela y a los vecinos para repartir el venado?

La mujer, tomando aire y fuerzas de donde ya no había, tomó el venado, lo levantó encima de su cabeza y dijo con voz temblorosa, con furia:

—Este méndigo venado lo traje con mucho sacrificio, y el que me toque este venado, ¡Lo mato!, ¿me escucharon?

Una vez una de mis tías “le reclamaba” a mi padre su suerte para sacarse de vez en cuando rifas o algún premio de la lotería (chicos nada del otro mundo)

—Anda hermano, pues tú siquiera tienes mucha suerte y cada rato te sacas premios y esas cosas, pero una que está bien salada, nunca se saca una nada.

Mi padre le dijo:

—A caray hermana, ¿pos cuando has comprado boletos? Yo nunca te he visto

La tía replicó:

—Bueno, no, nunca he comprado un boleto de nada, pero de que está una salda, lo está.

—Uy, pues eso si va a estar canijo… sacarse la lotería sin comprar el boleto –contestó mi padre-

Así que si sueña con volverse millonario, más le vale que haya comprado boleto, porque si no, pos como; y es que como decía mi señor padre “Soñar no cuesta nada y siempre está de oferta”.

O como dijera nuestro buen Chava Flores…

♪♫ ¿A qué le tiras cuando sueñas, mexicano?

¿A hacerte rico en loterías con un millón?

Mejor trabaja, ya levántate temprano;

Con sueños verdes solo pierdes el camión ♪♫

 

¡Hasta la próxima semana!

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