Una Concha dulce con frijoles.
—Mira nomás que cochinadas estás haciendo tarea –le dijo la tía Inés a la tía Tere.
—¿Por qué? –contestó desconcertada.
—¿Cómo que por qué?, pues nomás mira que cochinada te vas a comer.
—¿Por qué cochinada?
—¿En serio todavía me preguntas?
—Pos si.
—Pos que partiste una concha a la mitad.
—¿Y luego?
—¡Pos que le vas a poner frijoles!
—¿Y?
—¡Pos que asco!
—¿Achis, asco por qué?, a mí me gusta.
En medio de la batalla, se escuchó la voz de la abuela Licha quien iba entrando del corral de recoger huevos.
—¿Pos que se traen muchachas de porra?, ya nomás falta que se agarren de las greñas.
—Mamá, es que Teresa está haciendo puras cochinadas.
—¿Cómo que está haciendo cochinadas?
—Pues sí, mire que le está poniendo frijoles a una concha de chocolate.
—¿En serio Teresa?
—Pos…si amá.
—¿Y te gusta ese revoltijo?
—Pos, si amá.
—Está bueno pues.
—¿Nomás eso va a decir amá? –preguntó la tía Inés.
—No, a ver tú –le dijo a la tía Inés- ¿te vas a comer uno igual?
—¡Ni Dios lo permita amá!
—A entonces no se ande metiendo en donde lo la llaman y deje a la demás gente comerse lo que se le antoje.
—Pos la dejo, pero que cochinada, que cochinada –dijo la tía Inés mientras se retiraba.
Acá entre nos, la verdad de las cosas a mí también eso me parecía algo que no me comería aunque llevara 5 días sin comer…bueno, quien sabe, así que le pregunté a la Abuela Licha:
—Abuela…
—¿Qué pasó mijo?
—¿No se te hace que la concha con frijoles ha de saber muy feo?
—Puede ser, puede ser, y a lo mejor si la pruebo me gusta, o a lo mejor no, pero grábese esto mi niño que le hará la vida más ligera:
“Los colores y los sabores son como los amores, gustan nomás porque gustan, y por la misma razón y es mejor no dar explicación”.
Suéltalo para que sepas si es tuyo.
—Ora tú, ¿pos que traes con ese animal? –me preguntó la abuela esa tarde.
—Pos es que el bandido nomás no hace caso abuela –le dije.
—¿Cómo que no hace caso?
—Pos es que le hablo y nomás no me sigue, el otro día que fui con el tío Momo a traer las vacas del agostadero, todos los perros venían cuando los llamábamos, el oso, el negro, la queta, bueno, hasta el chamuco que es tan canijo nos hizo caso.
—¿Y este?
—No, el bandido nomás no hace caso, por eso quiero ponerle una correa y una cuerda para que me siga y se acostumbre.
—¿Y qué vas a ganar con eso?
—Pos que me haga caso, que no se vaya.
—¿Y si se quiere ir?
—¿Pero por qué se va a ir si es mío?
—Pos suena bien, pérate no te vayas, voy por una cuerda.
—Aquí tengo una abuela.
—Ya sé, esa es la del perro, falta la tuya, y a lo mejor la mía también.
—Pero yo no necesito cuerda, ni cadena abuela.
—¿Por qué?
—Pos…porque yo no me quiero ir, yo me quiero… entonces… ¿no le pongo la cadena?
—¿Ya entendiste verdad?
—¿Y qué hago para que no se vaya?
—Pos precisamente eso mijo, ni al perro, ni al caballo, ni a nadie se le tiene al lado con cuerdas o cadenas, cuando algo es realmente suyo, se queda a su lado solito, ande mi niño, suelte, suéltelo todo para que sepa si es suyo.
La vida es cabrona y dura lo que un suspiro.
Esa tarde, yo no podía entender por qué la vida era tan cruda, cruel e injusta, no entendía cómo podía haberse llevado a alguien así tan buena como ella.
—¿Ya te sientes mejor? –me preguntó la abuela.
—No se abuela, yo creo que sí, pero no se –contesté aun con un nudo en la garganta.
—¿La querías mucho verdad?
—Era mi mejor amiga –contesté moviendo lentamente la cabeza de arriba abajo.
Luz era así, una luz, había sido la única niña que fue mi amiga en la escuela, tenía el pelo claro y los ojos como de aceituna, su voz era ronquita y hablaba quedito, muy quedito.
Fui el primero al que le habló en clase, no sé por qué, pero me tenía mucha confianza desde un inicio, casi no hablaba con nadie, prácticamente no tenía amigas y yo solo le hablaba de vez en cuando, pues casi siempre estaba hablando con mis amigos.
Un día que se quedó castigada porque no llevó la tarea y se quedó al final de la clase a limpiar el pizarrón con el trapo húmedo, pues a la maestra le gustaba llegar al día siguiente y verlo sin huella de gis.
—¿Te ayudo? –le pregunté al verle la cara, era como de tristeza, de soledad.
—¿En serio? –me dijo con un brillo en los ojos que no volví a ver en muchos años.
Primero borramos el pizarrón y luego lo limpiamos con el trapo, al terminar, nos sentamos en el pupitre de enfrente y platicamos, luego nos fuimos caminando hasta llegar a la plazuela y ahí seguimos platicando.
Antes de irse, me dijo que me quería, yo no supe que contestar, solo sentí que la cara se me ponía roja como tomate.
A veces en la escuela a lo lejos solo nos mirábamos y ella levantaba tímidamente la mano, yo le sonreía, luego seguía jugando a la pelota, otras veces, dejé de ir a jugar, no me gustaba verla tanto tiempo sola, sin amigos y me iba a comer el almuerzo con ella, pero eso sí, ya sabía que regresando con los amigos, eran varios días de burlas.
Hasta que un día se enfermó y no fue a la escuela, tres días después fui a buscarla a su casa, su mamá amablemente me permitió entrar a verla, platicamos, reímos y me tomó de la mano, yo vi a su mamá con miedo, pero ella solo me sonrió.
El sábado siguiente iría a visitarla, el viernes le pedí a la abuela Licha que me hiciera unas galletas para llevárselas, la Abuela me dijo que sí, pero que le ayudara a hacerlas, y como eran para Luz, pues me gustó la idea.
Esa noche anterior soñé con ella, que me sonreía, que la luz de sus ojos me envolvía y pude sentir de nuevo su cálida mano sobre mi mano, luego la luz se apagó, y yo desperté; minutos después me pude dormir de nuevo.
Cuando llegué a la casa, sentí que un frío me entraba por los pies, luego me provocó escalofríos por todo el cuerpo, llegué a la puerta, toqué y nadie salió.
—¿Buscas a Lucecita mijo? –me preguntó la vecina.
—Si Doña Elia.
—Anoche se fueron de emergencia al hospital y no han regresado, ¿quieres que les diga algo cuando regresen?
—Si por favor, que vine a… no, Doña Elia, mejor yo le digo cuando la vea, gracias.
Cuando llegué a la casa, vi la camioneta del papá de Luz, corrí con todas mis fuerzas para ver a mi amiga, quería verla, abrazarla, decirle que yo también la quería y que ahora estaría más tiempo con ella, que no me importarían las burlas de mis amigos y que…
Me detuve a unos pasos al ver la cara de la abuela y del papá de Luz, la abuela me miraba con los ojos llenos de lágrimas y entendí todo, no sentí fuerzas en las manos, las galletas rodaron en el suelo.
—Se nos fue mijo, se nos fue –me dijo el papá de Luz con la voz cortada y las mejillas mojadas.
El aire me faltaba y apenas me salió voz.
—No abuela, no, dime que no es cierto abuela por favor abuela, abuela, quiero verla, quiero verla abuela.
Cuando regresamos del enterrar a mi mejor y única amiga, la abuela y yo nos sentamos debajo del ciruelo de corral.
—¿Ya te sientes un poquito mejor? –me preguntó la abuela.
—No se abuela, siento que me duele aquí –contesté con un nudo en la garganta tocándome el pecho.
—¿La querías mucho verdad?
Yo contesté moviendo lentamente la cabeza de arriba abajo.
—Abuela…
—¿Qué pasó mi niño? –dijo la abuela mientras me acariciaba la cabeza.
—¿Algún día se me va a quitar?
—¿El dolor?
—Si.
—No mi niño, cuando pierde a alguien que quieres tanto, el dolor jamás se va, que uno se acostumbres diferente, pero el dolor está ahí siempre, nomás que la vida lo distrae a uno en ratitos.
Ya no podía más y entonces me recargué en sus piernas y ella me tapó con su rebozo y lo último que recuerdo que me dijo fue:
“Cuando uno quiere hay que decirlo, porque esta vida nadie la tiene comprada ni segura y la canija dura lo que un suspiro” .
¡Hasta el próximo Sábado!
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