Marianita, la niña que veía con el alma

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Con los ojos del alma

Cuando Marianita nació, los médicos no notaron nada extraño, ni la mamá, fue la abuela de la niña quien notó algo diferente en ella.

  • Este niña es diferente –dijo Doña Elvira al cargar a su nieta por vez primera-
  • ¿Por qué mamá, qué le vez diferente? –preguntó Luz María, la mamá de la recién nacida
  • No sé, pero esta niña será diferente a todas las demás

La abuela de la niña tenía razón, al poco tiempo se dieron cuenta de que la niña no veía nada.

  • Esta niña nació ciega, no hay nada que hacer –dijo el galeno del pueblo-

Y esa frase la escucharon una y otra y otra vez cada vez que la llevaban con un médico nuevo.

  • Ya mejor aquí le paramos –dijo Diógenes, el papá de la pequeñita- lo que no se es que vamos a hacer con ella.
  • ¿Cómo que qué vamos a hacer con ella? –preguntó la madre-
  • Mi chaparrita chula, no se me enoje, pero… si uno que tiene todos los sentidos la anda sufriendo, ¿qué va a ser de esta criatura? A lo más va a terminar como Chenchito
  • ¿Chenchito?
  • Si mujer, el cieguito que pide limosna afuera de la iglesia
  • ¡Mi hija no va terminar pidiendo limosna!, mire Diógenes, no vuelva a hablar así de mi hija, de nuestra hija.

Ya cuando Luz maría le hablaba a su esposo “de usted” y por su nombre, era porque realmente estaba enojada.

  • A lo mejor no se acuerdan, pero cuando vi por primera vez a esta niña, les dije que iba a ser una niña diferente –dijo Doña Elvira quien se había mostrado reservada todo el momento- ¿y saben?, esta niña si será diferente a los demás… tiempo al tiempo, tiempo al tiempo –dijo al momento que le quitaba la nieta a su yerno-

Diódoro y Luz María caminaron detrás de la mujer, Luz María sentía una esperanza con dejo de miedo dentro de ella, mientras que Diódoro con el alma rota, no dejaba de ver a su hija pidiendo limosna en la entrada de la iglesia.

  • Ojalá que cuando la niña crezca, ya se haya muerto Chenchito –pensó para sus adentros- así no tendrá competencia-
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Ni de aquí, ni de allá.

  • ¿Pero cómo quiere que le demos clases si ni siquiera podrá ver el pizarrón? –decía la maestra de la escuela-
  • Además, disculpe señora, pero si no puede ver, ¿cómo va a escribir? Y sino escribe, ¿cómo presentará sus exámenes para saber cómo va? –exponía la directora-
  • No la conocen, mi hija es muy lista –decía orgullosa la madre a la vez que intentaba ser convincente- con que ustedes le lean, ella va a prendiendo, lo que pueda, algo es algo, y por el examen, pos que sea hablado y no escrito.

La directora guardó silencio, suspiró y habló con una voz más firme y fría.

  • Señora, apenas alcanzamos de maestros para la cantidad de alumnos, y hacerle el examen a su hija, no va a hacer perder el tiempo, además ese lugar que ocuparía su hija sería para un niño que si le vaya a servir la escuela, que si le sea de utilidad –luego hizo una pausa y agregó casi murmurando en el oído de la madre- además… ¿quién le daría trabajo a una persona ciega?, piénselo señora, piénselo.

Luz María con el alma desolada, con el corazón partido en pedazos, tomó a su niña que estaba sentadita en la entrada del salón y salió corriendo de la escuela, cada paso que daba recordaba las palabras de la directora y sus lágrimas apenas le permitían ver el camino que llevaba a su casa.

Ya en la hora de la comida, llegó la abuela de la niña que había ido a recoger unas plantas medicinales al campo y a comprar otras tantas al mercado.

  • Mira nomás que bonita gobernadora encontré, ¿ya viste? –dijo mostrando lo que traía en la bolsa- mira nomás que bonito peyote, nomás me falta… ¿pos qué tienes mija? ¿por qué estás chillando? ¿ora que pasó?
  • Fui a la escuela amá, para meter a la niña
  • ¿Y pa qué?
  • Pos pa que aprendiera amá
  • Ay mija, hay tantas cosas que aprender ajuera de la escuela, ya les dije, pero no entienden, “esta niña es diferente a los demás, será diferente a la demás gente, pero no porque esté ciega, no porque no pueda ver, esta niña ve diferente a como vemos tú y yo”
  • Habla con tanta seguridad amá –dijo Luz María limpiándose las lágrimas-
  • Porque estoy segura mija, anda, levántate y ten fé, porque de eso se trata la vida, que si no tienes fe, entra el miedo y el miedo no es de Dios, es del de abajo y ese quiere que tengas miedo, pa que se acabe la fé.
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Luz María abrazó salió de la cocina y fue al patio donde se encontraba la niña sentada jugando en la tierra con unas varitas.

  • ¿Por qué lloras mamita? –preguntó la niña que estaba de espaldas-
  • ¿Cómo sabes que estaba llorando?, ¿me escuchaste?
  • No mamita, te olí cuando venías
  • ¿Me oliste? –preguntó la madre con un escalofrío en la piel- ¿y a que huele cuando uno llora?
  • Las lágrimas huelen a mar
  • Hijita, tu… nosotros no conocemos el mar
  • Pero así huelen mamá… aparte, las tuyas huelen a tristeza.
  • ¿Y a que huelen las lágrimas de tristeza?
  • ¿Te acuerdas del cabrito que mató el tío Manuel y dejó en la mesa de la cocina y que yo toqué y me asusté?
  • Si
  • Así, las lágrimas de tristeza huelen a las que tenía ese cabrito en la mesa… porque las laágrimas de alegría huelen diferente.
  • ¿Y esas a que huelen mi niña? –preguntó la mujer llorando de nueva cuenta mientras se ponía en cuclillas para ver los ojitos apagados de su hija-
  • Como a esas que tienes ahorita, huelen a mamá feliz, como al rocío en las flores cuando acaba de amanecer.
  • Luz María no pudo más, abrazó a su pequeña y comenzó a llorar con lágrimas que olían al rocío en las flores cuando acaba de amanecer; y supo que su mamá tenía razón, que Marianita era, sería diferente a los demás, pero no porque no puediera ver con los ojoa, sino porque Marianita veía diferente, ella veía con el alma.

¡Hasta la próxima semana!

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