Mecánica Nacional
—¿Cómo va Don Oscar, ya mero termina? –preguntó mi Papá.
—Ahí la llevamos Jefe, mire que no está fácil con estos motores gringos, pero ahí la llevamos.
—Ándele pues, ahí le encargo Don –dijo mi padre subiéndose a la camioneta- nos vemos en la tarde.
—Ándele jefe, si Dios es servido –comentó Don Oscar.
Don Oscar era el mecánico del pueblo, y de los alrededores, siempre tenía mucho trabajo, por lo que no era fácil “agarrarlo”, además de que no le gustaba estar encerrado en un taller. A Don Oscar le encantaba andar reparando los coches y camionetas a domicilio, yendo de un lado para otro y eso también lo hacía poco localizable.
Era tan bueno en su trabajo que venían de otros poblados, incluso llegaron a venir de empresas de la ciudad para que reparara máquinas que jamás había visto, cuentan que nomás llegaba y preguntaba: ¿Y esta chimistreta que hace?, le bastaban un par de preguntas para deducir cómo funcionaba, que tenía la máquina y poderla reparar.
Esta vez le tocó reparar la camioneta del tío Manuel que recién había llegado de Los Estados Unidos a visitar a la abuela. La camioneta venía fallando desde Monterrey, y fue ahí donde la revisaron por vez primera, pero no le hallaron, así que el tío se vino batallando todo el camino hasta el rancho; ya aquí, mi papá le habló a Don Oscar para que la reparara.
Cuando el Maestro mecánico llegó a la casa para ver la camioneta, mi tío Manuel le preguntó:
—Oiga Don, ¿usted cree que se pueda arreglar?,
—Uy amigo, de poderse, yo creo que si se puede, pero de eso a que yo pueda o no pueda, pos eso es otra cosa muy diferente –dijo jocoso el Maestro.
A la mexicana…
La Abuela Licha siempre ha sido buena para andar repartiendo lo que hace de comer, le encanta mandar un taco a quien puede o a quien la visita, difícilmente una visita sale sin probar algo que ella haya hecho, en ocasiones hasta itacate les pone para llevar.
Don Oscar duró un par de días reparando la camioneta en la casa, así que fue el invitado de la Abuela durante ese tiempo para probar sus artes culinarias.
—Ándele Don Oscar, pásele a echarse un taco –dijo animosamente la abuela- antes de que se enfríe.
—No, pos si pa luego es tarde Doña Licha –respondió frotándose las manos-
La abuela me mandó llevarle jabón en polvo, Don Oscar por su parte, se lavó las manos en la llave que estaba en la entrada de la casa a un lado de la reja de madera.
Pásele, mire, siéntese a un lado de mijo –dijo la abuela señalándome.
—¿Y onde está toda la gente? -preguntó Don Oscar extrañado de no ver más que a los nietos y a dos nueras.
—Pos de vagos, mis hijos se fueron por Manuel al pueblo que hoy llega de la capital, fue a arreglar unos papeles que le pidieron –comentó la abuela mientras servía un plato de comida –… ¿chicharrón en salsa roja, sopa de fideos con frijoles de la olla Don?
—Ni me pregunte Señora, usté sírvame lo que quiera, que yo no ando de pitijedes, yo como de todo.
La mesa de la cocina era de madera, pequeña y bailadora, no sé si era una de las patas o el piso, pero se movía, era curioso, pero a mí me gustaba así.
—Abuela, ¿me das otra tortilla? –pregunté.
—¿Ay Licha, pos onde traes la cabeza? – dijo para sí misma en voz alta- miren, si acá tengo la servilleta donde voy poniendo las tortillas que van saliendo.
—No se apure –contestó don Oscar levantándose- yo le paso una pa que usté le siga poniendo tortillas a la servilleta.
Don Oscar tomó una tortilla hecha a mano y amablemente me la pasó, tomé la tortilla, la hice rollito y la puse disimuladamente bajo mi plato de lado que no la viera Don Oscar… y ahí la dejé.
Ya cuando terminamos de comer la abuela Licha me mandó llamar y me dijo:
—¿Y esto, que es? –me dijo enseñándome la tortilla hecha rollito
—Pos…mi tortilla
—¿Y por qué no se la comió si me la pidió? …¿qué no?
—Pos sí, pero pos la agarró Don Oscar.
—¿Y luego? –preguntó de nueva cuenta la Abuela.
—Ay abuela, ¿pos que no viste como traía las manos de sucias?-dije.
—¡Ah caray! ¿Pos qué usté mismo no le llevó el jabón? ¿Qué no lo vio lavarse las manos?
—Pos si abuela, pero las manos las tiene bien negras, así como cochinas.
—¿Así que usté dice que las ve cómo cochinas mijo?
—Pos yo digo Abuela
—Usté dice… a ver siéntese aquí –dijo mientras acercaba una silla a otra y las acomodaba frente a frente- Mire mijo -dijo sentándose en la silla de enfrente- Don Oscar tiene años tratando las manos con gasolina, fierros, grasas y sepa que tanta cosa más, así que tiene las manos ya curtidas, agrietadas de tanta friega, y pos si, se le han de haber manchado, pero no de sangre mijo, esas manos trabajan en un solo día más de lo que usté ha trabajado toda su vida.
—Abuela, yo …
—No mijo, si no lo estoy regañando, nomás le estoy mostrando algo que no ha visto, por bruto si usté quiere, pero más bruta sería yo si no se lo hago ver; mire mijo, cuando vea unas manos de gente trabajadora como las de Don Oscar, piense lo que le digo, que no están sucias mijo, están llenas de trabajo, no se le olvide.
El inocente
Al día siguiente, el tío Manuel ya estaba en casa, y a eso de las 6 de la tarde Don Oscar me mandó a hablarle al tío.
—Tío, dice Don Oscar que si puedes ir tantito –le dije.
—¡A jijo! -dijo azorado- ¿no me diga que ya la tiene lista?
—Pos no sé, nomás me dijo que te avisara que fueras.
Ya afuera, el tío se acercó al Maestro mecánico con cierto grado de escepticismo.
—¿Qué pasó Don? –cuestionó- no me diga que ya está lista
—Pos si quiere no le digo, pero de que ya está lista, pos ya está –habló el mecánico- mire, súbase y préndale a la camioneta, dele una vuelta para que la pruebe.
El tío hizo lo que el Maestro mecánico le dijo, minutos después al llegar de dar la vuelta y con evidente alegría le dijo:
—Ora si, viene la parte triste –dijo riendo el tío- ¿Cuánto le voy a deber Don?
—No, si no me va a deber
—¡A caray!, ¿Cómo?, -preguntó extrañado- ¿va a ser gratis?
—No, dijo Don Oscar, digo que no me va a deber, porque yo no fío.
—Jajajaja, ah que Don, dijo carcajeándose el tío- ¿Cuánto le voy a pagar pues?
—Son 300 pesos –contestó.
—¡A caray!, oiga, pos que le hizo ¿Qué compró piezas nuevas de agencia o qué? –cuestionó el tío Manuel-
—No oiga, si lo que ha de ver es que todo el relajo era que el carburador traía un defecto de fábrica, uno de los resortes de ajuste quedaba flojo, y un tornillo de cuerpo de aceleración lo hice más corto.
—Oiga Don, pero 300 pesos por un tornillo y un resorte, ¿no se le hace mucho? ¿Qué tanto pueden costar un tornillo y un resorte?
—Mire amigo –dijo Don Oscar- cuando me la trajo, usté no me preguntó la tarifa, además ni en Monterrey se la pudieron arreglar, y mire lo que son las cosas, apenas le iba a decir que el tornillo y el resorte se los regalo como bienvenida al rancho, yo lo único que le estoy cobrando es el saber dónde poner el tornillo y el resorte.
—Tiene razón –contestó el tío sacando la cartera- aquí tiene su dinero y muchas gracias.
—Bueno con su permiso Señor –dijo despidiéndose Don Oscar del tío- hasta luego compita –me dijo- despídame de la Abuela y dele las gracias por sus atenciones.
Don Oscar extendió la mano para saludarme, y yo lo saludé, entonces, al sentir su mano, la vi y sentí diferente, me di cuenta que esas manos llenas de callos, de surcos, de trabajo, eran las herramientas de su alma, es decir vi unas manos limpias.
¡Hasta la próxima semana!
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