Cuando llueve y hace viento, quédate adentro.
—¡Se está cayendo del cielo! –dijo la tía Tere.
—¡Mire mamá, se alcanza a ver hasta de aquel lado de la labor, y el cerro! –exclamó la tía Inés.
Yo me encontraba en la ventana viendo el majestuoso espectáculo cuando alcancé a ver la camioneta de mis tíos.
— Abuela, abuela, ya vienen mis tíos en la camioneta –grité.
— Ya era hora que ya estaba con el pendiente, ya era mucho que no llegaban –exclamó aliviada a Abuela.
La camioneta venía zigzagueando por el lodazal, casi parecía que se quedaba atascada, en momentos como que se detenía y luego volvía a moverse, así duró un buen rato hasta que al fin pudieron llegar a la casa.
— Ándele no se quede ahí sentado –me dijo la abuela- ponga cartones en la entrada para que se limpien el zoquete de las botas, ustedes –les dijo a mis tías- tráiganse unas toallas grandes para los muchachos que han de venir molidos los pobres, andan desde la madrugada afuera.
Creo que la abuela Licha si hubiera querido, bien podría haber dirigido un ejército, o un barco.
— Pero miren como vienen, están hechos una sopa –dijo la abuela al verlos entrar.
— Pos será sopa de lodo amá –contestó el tío Momo.
—¡Pérense! ¿a dónde van? –dijo la Abuela a los tíos- ya les puse aquí afuera de la cocina las mecedoras para que se quiten las botas y el lodo, al cabo en el tapanco no se mojan
El tío Teodoro y el tío Momo fueron al tapanco de afuera de la cocina, mientras las tías les llevaban las toallas.
— Mientras pongo en la lumbre el caldo de gallina y les recaliento unas tortillas.
Estaban en la limpiada cuando comenzaron a tocar con fuerza e insistencia la puerta de la entrada.
— Doña Licha, Doña Licha –gritaban desde afuera.
Yo fui corriendo a quitar la aldaba del a puerta, al abrir la puerta fui literalmente empujado cayendo de sentón en el suelo, y vi como Lupita la hija de Doña Lupe entraba buscando a la abuela.
—¡Lichita, Lichita, por el amor de Dios, ayuda, ayúdenos por favor! –gritaba fuera de si.
—Pero ¿qué pasó muchacha? ¡cálmate que te va a dar algo! –dijo la abuela tratando de calmarla.
— Se cayeron Don Arcadio y Doña Eufemia -apenas alcanzó a decir ya sin aire.
—¡Ay Lupita! ¿Qué les pasó? ¿Se cayeron en el lodo? ¿dónde están? –preguntó la tía Tere.
— No, no, se van a ahogar –dijo Lupita.
— Por fin, ¿se cayeron o se van a ahogar? –dijo la abuela- ¡explícate por dios muchacha!
— Se quedaron atrapados en el carrito de mulas en el lecho seco del río, pero hay tanta agua y tanto lodo que ya no pudieron salir, y en el pozo donde quedaron es donde más agua se junta… orita vimos pasar la camioneta con sus muchachos… ¡ayúdelos por favor!
—¡Corre hijo!, y di a tus tíos que ni se cambien, que vengan así como están, diles lo que está pasando –me dijo la Abuela- ¡pero corre! ¿Qué esperas?
Cielo rojazo, agua a porrazo.
Lupita y su mamá Vivian solas, su casita estaba a las orillas del lecho del río, desde ahí se pudieron dar cuenta de la tragedia, la verdad que el pobre de Don Arcadio ya no veía bien, así que, con la oscuridad, lo más seguro es que tomaron otro camino que no era, luego se atascaron y ya no pudieron salir de ahí.
—¿Qué más nos vamos a llevar? ¿ya están las riatas? –preguntó la abuela.
—¿Cómo de que vamos amá? –dijo el tío Momo poniendo el brazo en la puerta – usted se queda.
—¿Pos de cuando acá me mandas? –le dijo mirándolo fijamente.
— Amá, pero se puede caer –dijo conciliador- ¿Qué no ve como está todo resbaloso?
— Mire mijo, del suelo no paso, además si me caigo no será la primera ni la última vez que me pase… ¿estamos?
El tío Momo simplemente quitó el brazo de la puerta, la abuela se puso su capa para la lluvia y salió, yo la seguí, al dar unos pasos se detuvo.
—¡Y usted a onde cree que va? –me dijo frunciendo el ceño.
— Contigo abuela –le dije firme mientras un relámpago iluminaba su rostro.
—¿Qué no ve como está afuera?, ¿apoco cree que…?
— Abuela –dije interrumpiéndola – Al cabo que del suelo no paso…
La Abuela cambió el rostro y no le quedó otra más que sonreír y señalarme con la cabeza que me subiera a la camioneta, yo salí haciéndome el fuerte, pero la verdad de las cosas, entre cántaros de lluvia, relámpagos y truenos, yo sentía un miedo de la jijurria que para que les cuento, ¿Pero dejar a mi Abuela sola? ¡Jamás!
Arriba de la camioneta en la cabina iba el tío Teodoro, Lupita y la abuela, en la caja íbamos dos peones y yo.
—¿Y Momo dónde está? –preguntó la Abuela al tío Teodoro.
— Viene atrás con el tractor amá, si están entre mucho lodo, lo único que los podrá sacar es el tractor, pero es más lento, así que nosotros nos adelantamos para ver qué podemos hacer.
Llegamos al lugar con Lupita como guía, pero no encontrábamos en medio de la oscuridad el lugar exacto, entonces se escuchó la voz de Don Arcadio intentando controlar a su burrito.
— Soo, soo, quietooo –gritaba con una mermada voz.
— Por allá -dijo el tío Teodoro girando el volante y dirigiendo la camioneta hacia la voz.
Las luces de la camioneta pronto estaban apuntando hacia la pareja de viejecitos, ella, Doña Eufemia estaba petrificada abrazada de uno de los postes del carromato, su cara era de terror, el agua cada vez subía más, y es que precisamente habían ido a parar a una especie de pozo que hacían los que cargaban arena y material del río para la construcción.
—¡Tranquilos! –vamos a sacarlos- gritó la abuela que ya estaba debajo de la camioneta
—¡Vamos rápido! –gritó el tío Teodoro a los peones- saquen las sogas para ver si los podemos jalar.
Los dos peones bajaron atados a la cintura con las sogas, luego las ataron y subieron al carrito de madera de Don Arcadio, el otro extremo estaba atado a la camioneta, el tío Teodoro jaló, el peso del carromato, el burro, más la gente encima y el lodazal, hacían que la camioneta patinara y comenzara a quedarse atascada también, los peones también empujaban el carrito, pero todo fue inútil.
— Teodoro, mejor ya no le muevas que te vas a quedar atascado también-dijo la abuela.
—¡Ahí viene el tío Momo! –grité entusiasmado.
Después de la tormenta viene la calma.
El tío Momo llegó y ataron las sogas al tractor, comenzaron a jalar mientras los peones también empujaban el carrito de mulas, el pobre burrito apenas si se podía mantener de pie, bueno, de patas, pero también puso de su parte y jaló como un caballo percherón.
Todos mojados, llenos de lodo, cansados, pero Don Arcadio y Doña Eufemia estaban sanos y salvos, ah, y el burrito también.
—¿Pos que pasó Don Arcadio? –preguntó el tío Teodoro-
— Pos qué, que el canijo burro se me jué por otro lado –dijo Don Arcadio.
— Se jué, se jué –dijo molesta Doña Eufemia- por más que te decía que no era por ahí, pero vas teeerco.
— Bueno, pero lo bueno es que ya pasó –dijo la abuela- a ver muchachos, ustedes llévense el carrito de los señores a la casa –le dijo a los peones- usted Don Arcadio y Doña Eufemia, vénganse conmigo en la camioneta, y ustedes –dijo señalándonos a Lupita y a mí- se van atrás de la camioneta, pero vámonos antes de que también nos atasquemos con tanta agua.
Llegamos a la casa de los viejos que se despidieron muy agradecidos, Doña Eufemia le dio un abrazo a la abuela y comenzó a llorar.
— Eso, Eufemia, desahóguese, que no es bueno comerse los sentimientos, que no le dé pena, que si el cielo que es inmenso llora, ¿por qué no habríamos de llorar nosotros que somos tan pequeñitos?
Luego nos fuimos a dejar a Lupita, su pobre mamá salió desesperada al escuchar la camioneta.
— Hija de mi vida, ya estaba con mucho pendiente rezando a todos los santos – dijo Doña Lupe mientras corría a abrazar a su hija y llenarla de besos.
Al llegar a la casa, ya estaba el tío Momo sentado en la mesa de la cocina.
— Ora tu ¿pos que venías en avioneta? –le dijo la abuela quitándose la capa para la lluvia.
— Lo que venía era hecho la cochinilla porque ya me muero de hambre –contestó.
—¿Y ya pusiste a calentar el caldo de gallina? –cuestionó la abuela conociendo la respuesta.
— No, pos la estaba esperando –dijo el tío momo.
— A, pero como son inútiles que no pueden calentar ni un caldo
— Ora, que yo voy llegando –dijo el tío Teodoro- además ya se me fue el hambre, mejor me voy a echar un sotol no vaya a ser que me quiera dar el resfriado.
La abuela Licha se puso a calentar el caldo, yo le ayudé con la recalentada de las tortillas.
— Oye abuela, ¿No estás cansada? –pregunté al verla girar el cuello y sobarse la nuca.
— Si mijo, y mucho –contestó.
—¿Quieres que ponga a calentar agua para un té? –le dije.
— Yo creo que sí, pero ponga la tacilla chica que ya es noche… ¿y usted cómo se siente? –me preguntó.
— Pues… bien también, bueno, cansado, pero muy contento de que pudimos rescatar a Don Arcadio y Doña Eufemia ¿verdad?
— Esos son de los cansancios ricos mi niño, cuando sabe uno que hizo bien.
— Mañana le platico a toda la palomilla lo que hicimos hoy –le dije mientras metía unas tortillas calientes al tortillero.
—¿Y eso?… ¡Cómo pa qué? – me dijo.
— Pues no sé… ¿Para que sepan lo que hicimos? –pregunté.
— Mire mi niño –me dijo la Abuela- las carretas entre más vacías, más sonajienta mijo, cuando una carreta va cargada, llena de cosas, ni suena, usted mejor calladito, que usted sabe lo que trae por dentro… ¿Qué no?
Tomé la última tortilla y puse el tortillero en la mesa, luego apagué la hornilla de la estufa y quité la taza de agua hirviendo para el té, entonces vi a la abuela, y esa misma noche entendí por qué la abuela la mayoría de las veces se encontraba más callada que hablando.