Oye Bartola, ahí te dejo estos dos pesos.
—¡Amá, amá! –entró gritando la tía Tere.
—¿Pos que traes muchacha?, hasta parece que te sacaste la lotería –contestó la abuela Licha.
—Pos yo no, pero el Domingo sí.
—¿Cómo?, ¿te piensas sacar la lotería el domingo? –preguntó la tía Inés.
—No, digo que Domingo, el esposo de Eulalia, el que cuidaba las chivas se acaba de sacar la lotería.
—¡Válgame Dios!, ¿y cómo fue eso?
—Pos nada, que compró un boleto y se lo sacó.
Domingo era un hombre sencillo, de campo, trabajaba en la parcela y cuando no había siempre, pedía trabajó de peón o de lo que fuera, le gustaba la tomada y las mujeres, lo bueno para su esposa Eulalia era que su marido no traía nunca dinero ni para una ni para otra cosa…hasta ese día que se sacó la lotería.
Lo primero que hizo Domingo, fue sacar a sus papás de trabajar, Don Leoncio y Doña Ninfa vendían frutas y dulces a fuera de las escuelas, se llevaban su carretilla de madera a la hora de la salida a la primaria que era a la una y luego se iban a la Secundaria donde salían a las dos, para terminar en la prepa que tenían salida a las 3 de la tarde, los fines de semana se iban temprano a la iglesia, luego a los partidos de béisbol y terminaban de tardecita en la iglesia de nuevo.
—¿Pero cómo cree que los voy a dejar que sigan trabajando? –decía Domingo a sus padres.
—Pero hijo, si no trabajamos ¿Qué quieres que hagamos?, nos vamos a morir de estar nomás ahí metidos en la casa –suplicaba Don Leoncio el papá.
—Tu padre tiene razón hijo, además a nosotros nunca nos ha gustado ser una carga para nadie –decía Doña Ninfa.
Pero fue en vano, Domingo lo tenía decidido y sus papás no trabajarían más, así que mandó a que se llevaran el carrito de madera esa misma noche sin que sus papás se enteraran; Domingo nunca se enteró, pero sus padres lloraron a la mañana siguiente al no encontrar su carrito afuera de la casa la mañana siguiente, la Abuela Licha me lo contó.
De lo que sobre, coge de ahí para tu gasto.
Pero como decía mi papá, los amigos y las mujeres cuestan y si, la verdad que salir con los amigos o invitar a una mujer a dar la vuelta tiene un costo a veces uno más caro que otro, a veces solo tiempo, a veces solo dinero, la mayoría las dos cosas, pero de que cuestan.
Lamentablemente Domingo tuvo el triple de amigos de un día para otro, sus gritos en la cantina de “igual para todos, yo invito” se hicieron famosamente comunes, ya algunos sabían la hora a la que visitaba el bar y era precisamente cuando más gente había; ¿y el dueño de la cantina?, feliz.
—Ya párale Domingo, mira que tus hijos están viendo tu ejemplo y yo no quiero que te aprendan esas mañas –suplicaba Eulalia su mujer.
—¿Pero qué te pasa mujer?, ¿por qué habría de dejar de disfrutar la vida ahora que puedo?, si nunca hemos tenido nada, acuérdate que hasta andabas pidiendo fiado en la tienda, pero ya no mujer, ya nunca más, esos tiempos se acabaron, ahora si quieres te compro la bodega de Don Cirilo de un sopetón.
—¿Y pa que queremos una bodega de comida si tú ya ni estás en la casa?, quien sabe a dónde te estés yendo a comer, o quien te esté haciendo.
—¿Ya vas empezar otra vez?, ya te he dicho muchas veces que en la cantina hacen botana y por eso no vengo.
—¿Y en las noches?, ¿Dónde cena?
—¿Pos onde ha de ser mujer?, pos en casa de mi madre, o donde apriete el hambre.
Eulalia sabía que no era verdad, pues la misma Doña Ninfa le había dicho que su hijo ya ni iba a echarse el taco como antes lo hacía, amas sufrían, pues una perdía a su hijo y la otra a su marido.
—Y ya no le siga con cosas que no le compro estufa y lavadora nueva –dijo orgulloso Domingo.
—¿Cuándo le he pedido lavadora, si yo siempre he lavado a mano?, ¿estufa?. si ya tengo, ¿pa que voy a cambiar algo que funciona?, además esa la compramos en abonos, con muchos sacrificios, y en esa le hice sus comidas cuando recién nos casamos, en esa misma le comencé a hacer las comidas a todos nuestros hijos… le tengo tanto cariño, ¿a poco usted cambiaría algo que le ha servido por mucho tiempo, algo que quiere mucho?
Domingo enmudeció, sabía que Eulalia no hablaba solo de la estufa y pasó saliva.
—¿Qué viejo?, ¿no me va a contestar?
—Ya cámbiele a la plática de estufas y lavadoras, y lo que tiene que hacer es ir a comprarse un vestido chulo, bonito, que el sábado nos vamos a Torreón al cine y luego a cenar un pozole, ¿a poco no está buena la idea?
—Pos si.
—Pos ande, tenga, para que se lo compre –dijo dándole varios billetes en una liga.
—¿Y pa que quiero tanto?
—¿Cómo que pa qué?, pos pa que se compre el más chulo, y de pasada, si quiere se va al salón de belleza y se pinta el pelo de güero.
—¿De güero?, ¿pos que tiene mi pelo?
—Pos nada, pero ¿que no ha visto que todas las señoras “popof” traen los pelos güeros?, usted ya es esposa de un hombre con dinero y hay que vestirnos, vernos diferentes, ¿Qué no?
—Domingo…
—¿Qué pasó mujer?
—Siempre te gustó mi pelo negro, hasta me lo dijiste en una carta.
—Pos ahora te hago otra para cuando te pintes el pelo, es más le pago al escribano pa que le ponga a la carta palabras más bonitas, de esas que yo no se me.
Domingo dejó a la pobre de Eulalia con un nudo en la garganta, la mirada en el suelo y los ánimos por las mismas.
Y todavía tengo guardada esa carta Domingo –dijo en voz baja-
Yo por eso no soy rico, por ser despilfarrador.
Un año, tres meses y cinco días fue lo que le duró el dinero a Domingo, todo se le fue en vino, mujeres un mal negocio, el hospital y abogados.
Lo primero que perdió Domingo fue a Eulalia su mujer, quien no soportó más la situación, había perdido a su esposo y a uno de sus hijos, por lo que prefirió llevarse a los otros dos a Aguascalientes con sus papás, para salvarlos de la “maldición del cachito” como ella le llamaba.
Aparte del vino, los “amigos” y las mujeres, Domingo comenzó a gastar una fortuna en su hijo mayor, quien terminó igual de borracho que el padre, pero para mala fortuna del chamaco, que chocó dos camionetas nuevecitas, la última con un fatal resultado, pues terminó atropellando a una niña que era hija del comisariado ejidal, Domingo gastó una fortuna en abogados, que solo le daban esperanzas para sacar a su hijo de la cárcel, hasta que supo que solo lo estaban timando, pues se ponían de acuerdo los abogados suyos como los de los demandantes para exprimirlo y sacarle dinero.
Del dinero que le quedaba, se fue en pagar el hospital de su padre, quien terminó enfermo de la tristeza de no hacer nada y de que los hayan cambiado de su casa, su hogar, “por una casa más grande y bonita” y no en el cuchitril donde vivían hasta el día que Domingo se sacó la lotería.
Finalmente, Domingo pagó el entierro de su padre con lo último que le quedaba y con lo de la venta de la casa que les había comprado a sus padres y terminó yéndose a vivir con su mamá a la antigua casa que habitó él con sus viejos cuando aún era niño.
—Oye abuela, ¿entonces si es de mala suerte sacarse la lotería verdad? –le pregunté.
—¿Quién dijo eso?
—Pos no sé, pero digo porque eso andan diciendo con lo que le pasó a Domingo.
—No mijo, a Domingo no le pasó nada, el hizo que esas cosas le pasaran.
—Dicen que el dinero lo cambió abuela.
—El dinero no cambia a la gente, nomás hace que le salgan las cosas que no se animaba a mostrar por pobre, así que el dinero puede ser un aliado o un enemigo, dependiendo de lo que sea uno.
—¿Y cómo lo sabe uno?
—Primero por la envidia mijo, la envidia es una mala consejera, luego viene la infelicidad y por último el miedo.
—¿La envidia?
—Mire mi niño, la envidia no es querer tener lo que el otro tiene, sino querer que el otro no tenga lo que uno no tiene, por eso no hay envidia “de la buena”.
—¿Y la infelicidad?
—Esa está cuando uno no es agradecido con lo que tiene, que nomás está viendo el jardín del otro y lo ve siempre más verde, y mire que estar agradecido con lo que uno tiene no se trata de ser conformista, sino de sentirse agradecido por lo que ya tenemos, para que llegue más pues.
—Entonces el miedo…
—El miedo es lo que hace que la gente quiera ser lo que no es, tiene miedo a ser menos, tiene miedo de que crean “que es pobre”, tiene miedo a no encajar, tiene miedo que no se note lo que tiene, porque quiere que se le note el dinero y termina por notársele lo que no tiene y eso mi niño, lo que no tiene al final, termina siéndolo que realmente vale, cosas como la familia, los valores, los amigos de a de veras… o el amor de tu vida.
Esa tarde me di cuenta que la abuela tenía toda la razón del mundo, que tener más cosas materiales no me haría más feliz y menos si no estaba feliz con lo que ya tenía, con lo que ahora tengo, que la verdad y acá entre nos, valen más que todo el oro del mundo… ¿a poco no?
¡Hasta el próximo Sábado!
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