El Increíble Profesor Zovek

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Palomitas, cotufas, pororó y crispetas.

Larga se me hacía la semana para esperar que llegara el próximo domingo, y es que apenas terminaba su acto, y ya esperaba el nuevo con ansias.

  • Abuela, ¿me das permiso de que mañana domingo vengan mis amigos a ver en la tele al profesor Zovek? –pregunté emocionado a la abuela-
  • ¿Cuántos van a venir y por qué tantos? –me contestó riendo-
  • Pos nomás son cinco, el chanate, la borrega, el pingüica, el pandita y…
  • ¡Ya párale, ya párale! , tú lo que vas a traer a la casa es un zoológico –me interrumpió bromeando-
  • Es que así les dice todo el mundo abuela –dije riendo-
  • Total, ¿cuántos van a ser siempre? –preguntó-
  • Ya contándome yo, somos seis
  • ¿Quieres que les haga unas palomitas?
  • ¿En serio?, si, ¡si quiero! –contesté antes de que se arrepintiera-
  • Les voy a hacer unas saladas y otras de caramelo –dijo guiñándome un ojo-

Me encantaba que la abuela hiciera palomitas, si bien las palomitas saladas eran una delicia, las acarameladas eran adictivas, las primeras las hacía con mantequilla de a de veras (nada de esas cosas de margarina), también hacía unas dulces como en una especie de enjambre de palomitas de colores, verdes, rosas, amarillos y azules.

Afortunadamente nos comíamos todo aquello sin remordimiento porque gracias a Dios en aquellos años “todavía no se inventaba” lo de la diabetes infantil ni la obesidad era un problema real, pues eso de jugar todas las tardes nos volvía unas auténticas máquinas de quemar calorías.

Siempre lo mismo.

Esa tarde estábamos sentados viendo la TV, bueno en realidad estábamos frente a la TV escuchando a los cantantes que salían en el programa dominical y comiendo nuestras deliciosas palomitas, en ocasiones los grandes nos callan porque la verdad de las cosas si que éramos muy ruidosos, digo, no hablo del “efecto de las palomitas”,  me refiero  a que nos la pasábamos hablando y jugueteando.

  • ¡Ya va a salir, ya cállense que ya va a salir! –se escuchó la voz del tío momo-

Y efectivamente, el presentado de lentes comenzó a hablar del famoso mentalista escapista mexicano que había vivido en el Tíbet, entonces “El increíble Profesor Zovek” apareció en la pantalla enfundado en su ajustado traje brillante y acompañado de unas hermosas mujeres en bikini y con una capucha negra en la cabeza, hacían una especie de marcha, luego se detenían, el Profesor Zovek presentaría esa tarde el truco de “el ataúd egipcio”, entonces le ponían una camisa de fuerza y luego era sometido con varias cadenas que ponían en diferentes partes de su cuerpo hasta dejarlo prácticamente inmóvil, luego, las damas que lo acompañaban, se levantaban la capucha y le daban un beso, que según él era para darle energía.

  • Huy, a mí me gustaría ser el profesor Zovek –dijo el chanate en voz alta-
  • Pos a quien no con semejantes muñecas -dijo el tío Momo-
  • Mira tú nomás, mira que bonito, en lugar de que les pongas el ejemplo –dijo la abuela reprendiendo al tío momo-
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Luego metieron al escapista en un sarcófago con una “Z” al frente y lo cerraron a clavos y martillo dos de sus ayudantes que vestían de negro y traían una máscara de luchador del mismo color.

Conforme el truco avanzaba, nosotros veíamos la tele hipnotizados, mientras comíamos las palomitas de maíz como si ya no hubiera un mañana.

  • ¡le van a prender lumbre! –dijo el pingüica que se agarró tosiendo porque se atragantó con una palomita-
  • ¿y si no se puede escapar? –preguntó el pandita-
  • Claro que se puede escapar menso, ¿no ves que es el profesor Zovek –contesté mientras que en mis adentros tenía el mismo temor-

Los ayudantes tenían las antorchas en la mano, y si, efectivamente, comenzaron a incendiar el sarcófago en donde habían metido a nuestro héroe dominical.

Los segundos se volvían minutos, la madera comenzaba a arder, el profesor Zovek no aparecía,  y eso, para nosotros era una eternidad… cuando de pronto, salían volando unas maderas y de entre el fuego salía rodando al suelo el hombre que desafiaba a la muerte y había sido entrenado en el Tíbet.

El público que nos encontrábamos esa tarde en la sala, estallamos con vivas y aplausos ante ese cardiaco truco que en verdad nos había hecho sudar esa tarde.

Continuó el programa del señor de los lentes con su programación habitual de cantantes y comediantes, y como para nosotros ya había terminado lo que queríamos ver, nos pusimos a hacer algo de más provecho… terminar con las palomitas que nos había hecho la Abuela Licha.

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Nuclear Jacobo, Nuclear.

Un viernes 10 de Mazo de 1972 por la noche en el noticiero de 24 horas, las palabras del presentador de noticias hicieron que se hiciera un silencio en la casa… el profesor Zovek había muerto.

Frente a más de cuatro mil personas, el maestro mexicano del escapismo se encontraba colgado de una cuerda en un helicóptero a más de treinta metros de altura cuando el aparato comenzó a moverse de una forma extraña, el profesor Zovek comenzó a balancearse peligrosamente, luego se va resbalando poco a poco hasta quedar en el extremo de la cuerda hasta que finalmente cayó.

En ese mismo espacio me di cuenta de que Zovek era realmente originario de Torreón y que en su niñez estuvo afectado y discapacitado por la poliomielitis, pero gracias a su disciplina y voluntad había salido adelante convirtiéndose en lo que había querido.

Como una especie de película rápida, vi las proezas de Zovek pasar por mis ojos, como la de que pasara una combi encima de su abdomen o la de detener diez motocicletas en marcha con los dientes, o cuando duró todo el programa (casi cinco horas) haciendo abdominales, o cuando… en eso la abuela Licha me apagó la TV y reaccioné.

  • ¿Qué pasó mijo?, ¿estás bien? –me preguntó-
  • Si, si abuela –contesté pensativo-
  • ¿Qué piensas?
  • Nada abuela
  • ¿Qué sientes?
  • No sé, como triste, ¿Qué fea manera de morir verdad abuela? –le dije-
  • ¿Tú crees? –me preguntó-
  • Pues no sé, ¿tú abuela?
  • Yo creo que murió haciendo lo que le gustaba, ninguna muerte es bonita mijo, ninguna, pero si la muerte lo agarra a uno, es mejor que sea cuando uno está bien vivo, que no hay nada peor que la muerte nos llegue sin haber hecho lo que nos gusta y lejos de los que amamos.

Tiempo después me regalaron un perrito, y en honor de mi ídolo de niño le puse Zovek, creo que no debí haberle puesto ese nombre, pero esa ya será otra historia.

¡ Hasta la próxima !

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