Cuando la Abuela no quería dejar su estufa de petróleo

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En los tiempos de matusalén.

—Ándele amá, así las ollas no se tiznan ni la casa huele a petróleo –suplicaba la tía Inés-

—Además no hay que ir a cargar petróleo, ni andarlo poniendo –dijo la tía Tere apoyándola.

—Y luego cuando se acaba el tanque de petróleo, hay que ir hasta con Doña Tina  a llenar el garrafón –volvió a hablar la tía Inés.

—Ustedes lo que no quieren es batallar, además a esta estufa no le duele nada, está como nueva –contestó la abuela Licha defendiéndose.

—¡Ay amá!, si esta estufa te la regaló tu mamá –dijo la tía Inés.

—Se me hace que la usaba matusalén –dijo riendo la tía Tere.

—Ahora hasta reliquia resulté –contestó la abuela a las tías.

—No amá, es que… -habló la tía Tere.

—Es que nada, y se acabó la plática –dijo seria la abuela- además, ¿qué tal si nos explota un tanque, no ya dije que no.

Y ahí terminó la batalla y las tías mejor se fueron a seguir con sus labores, yo no dije nada, aprendí que los que andan de redentores  terminan crucificados.

—Tú como la ves –me dijo la abuela.

—¿Yo como veo de qué abuela? –contesté tratando de zafarme y esperando que dijera algo así como: “nada, olvídalo”, pero no, eso no sucedió.

—Digo que como ves lo del cambio de la estufa.

—No, pos como tú digas abuela.

—No le saques, tú que piensas.

—Pos a lo mejor te gusta.

—¿Y si la comida no sale igual?, ¿si no sabe rica?

—Pos Margarita la de la fonda del mercado ya está usando gas.

—¿Y a poco ya probaste la comida de con ella?

—Pos no, pero tiene mucha gente, además, la estufa te la van a regalar los tíos abuela, ¿por qué no la aceptas? y si no te gusta, pues la vendes y nos quedamos con el dinero que ya mero es la feria.

—Mira, mira, que vivo, ¿cómo está eso de “nos quedamos”? –me dijo la Abuela ya riendo.

—Bueno te quedas con el dinero…pero me invitas a la feria.

—Ande muchacho de porra, ya váyase por leña para atizar el horno y hacer el panqué temprano.

—¿Ya ves abuela?

—¿Ya ves qué?

—Si tuvieras estufa harías el panqué en su horno y no tendría que ir por leña.

Vi la cara de la abuela y fue suficiente, así que mejor salí de ahí para poner mi pellejo a salvo.

Balde de agua

Mientras que la tía Tere y la tía Inés iban por harina para el panqué, yo andaba en el corral sacando la leña para llevarla a la cocina, cuando escuché que llegaba un camión a la casa, era el sonido como de un torton; así que para mitigar mi curiosidad, mejor me asomé para ver de qué se trataba.

—¡Buenas Doña Licha! –habló uno de los hombres que venía en el camión.

—¿Quién es?, Ah pos si eres tu Zenobio, ¿qué te trae por acá?, ¿qué milagro?

—Pos acá que me mandó su hijo, el Momo a que le trajera esto.

—¿Pos que es? –contestó la abuela- ¿a poco me vas a dejar aquí la alfalfa?

—No, si la alfalfa la vamos a dejar donde siempre, deje le bajamos el encargo.

Zenobio y su ayudante se fueron a la parte trasera del torton, por lo que no veía de que se trataba, entonces, cuando dieron la vuelta, pude observar dos cosas, que veían cargando una estufa grande, blanca y por otra parte, la cara de la abuela.

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—Listo, ¿onde se la dejamos?

—Ahí afuera –contestó la abuela apuntando a un lado de la puerta.

—Sale pues, aquí se la dej… ¿aquí afuera?…oiga, pero si está nuevecita, se le va a echar a perder…mejor se la dejo aquí en a entradita y…

—Afuera, afuera está bien –volvió a decir la abuela.

—Señora, hasta él me dijo: “te encargo que se la lleves a la cocina, que  no batalle, no quiero mermas”.

—Afuera está bien –contestó de nuevo la abuela.

—Señora, no se Amalita, mire que si la dejamos afuera Momo no nos paga el viaje, es capaz de no dejarnos ni descargar la alfalfa y pierdo el viaje, ándele por favor, es más nomás aquí en la entrada, ya después si usted quiere, la sacan…ándele, no sea malita.

No sé si era por la presión de la abuela, porque el tío Momo se los pondría como campeón, o porque de plano la estufa les pesaba cada vez más.

La abuela hizo un ademán para que la metiera, ellos lo entendieron de inmediato y lo hicieron más rápido aún.

—En serio Doña Licha, muchas gracias, no sabe cuánto se lo agradecemos, ya nos vamos, nomás le traemos el tanque de gas y  ya, le juro que eso es todo.

—¿Y el tubo y las conexiones para el gas? –dijo el ayudante.

—Bueno, y eso…pero nada más –habló tragando saliva Zenobio.

La Abuela cerró los ojos y nomás la vi mover la cabeza arriba y abajo lentamente, ellos corrieron y terminaron su trabajo, luego se fueron, yo intenté irme quedito, que no me sintiera, y lo logreé, al menos eso creo.

Huele a gas.

La estufa se quedó en la entrada de la casa y el tanque de gas en el corral, la abuela Licha no daba su brazo a torcer y para acabar pronto, el tío Momo terminó regañado por no haberla consultado y la abuela remató con aquello de: “Para que andas gastando en cosas que ni sirven”.

Pero una tarde, las cosas cambiaron, ya habían pasado unos meses desde que le habían llevado la estufa de gas, cuando se nos acabó el petróleo en el tanque de la casa, la tía Tere (como siempre) terminó yendo al expendio de petróleo para rellenar un porrón de combustible.

Media hora después escuchamos los gritos de la tía Tere.

—¡Mamá, mamá!

—¿Pos que te traes muchacha, mira que vas a hacer que me dé el azúcar de un susto, ¿pos que pasó?

—Pos que dice Doña Tina que no hay petróleo en ningún aparte.

—¿Cómo que en ninguna parte?

—Pos no, que ella ya no tiene en los tanques grandes, pero eso no es todo, dice que tiene tres días que quedaron en surtirla y nada, pero eso no es todo, dice que ya llamó a no sé dónde y le dijeron que ni ellos tenían, pero pérate amá que eso no es todo…

—¿Ah, pos que hay más? –exclamó la abuela.

—Si, fíjate que dice que le dijeron que no hay para cuando.

—¿Y luego, que vamos a hacer sin petróleo para la estufa?  –preguntó la abuela.

La tía Tere y yo guardamos silencio, luego nos miramos…y acá entre nos, mejor ahí la dejamos.

Una semana después de no llegar el petróleo, de estar haciendo de comer en leña afuera dela cocina, sin decirle nada, la abuela Licha al fin cedió, ella misma fue quien le pidió al tío Momo que instalaran la estufa.

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—Pos ya pon la cosa esa blanca para hacer de comer adentro, a ver si no salimos volando con el gas, pero ni modo.

El tío Momo llamó a “el carrizo” para que hiciera lo preparativos de albañilería, y luego a Don Hugo el plomero para que hiciera la instalación, un día después, la estufa estaba funcionando, y para probarlo Don Hugo abrió la llave del gas, prendió un cerillo y lo acercó al mechero, entonces, una flama azul coronó a la estufa.

—Mira mamá, que bonita se ve la flama –exclamó de felicidad la tía Tere.

—Ahora si Tere, ya te libraste de ir por el petróleo.

—¿Y cómo se usa esta cosa? –preguntó la abuela Don Hugo.

—Igual que la de petróleo señora, nomás que esta calienta más rápido.

Las tías se quedaron viendo la estufa y haciéndole preguntas al plomero, la abuela se fue a donde estaba la vieja estufa de petróleo, en una esquina de la cocina, vi como la acariciaba, el rostro de la abuela dibujaba una ligera sonrisa triste, y vi como las lágrimas rodaban por sus mejillas.

—Abuela, yo… -intenté decir algo más, pero no supe que decir.

—Gracias, muchas gracias –dijo la abuela acariciándola nuevamente.

—¿Le hablas a la estufa abuela?

—Ay mi niño, tantas veces le he hablado, tantas veces platiqué con ella cuando no había nadie más cerca, ¿verdad blanquita?

—¿Tiene nombre?

—Cuando era una niña, mi madre me enseñó a cocinar en leña, tiempo después que llegó esta estufa mi madre murió y yo me tuve que encargar de hacer de comer para mi papá y todos mis hermanos, era una jovencita y no sabía mucho como hacer de comer, y a ella le hablaba para que me ayudara.

—Abuela, no lo sabía.

—No te apures mijo, que son cosas de viejos, no cabe duda mijo, que a veces uno es cabeza dura y el progreso nomás nos entra con los fregazos de la vida.

Juzgué a la abuela porque no quería dar el paso a cambiar su vieja estufa, pero después de eso entendí por qué no quería deshacerse de ella, porque era deshacerse de su pasado, de sus raíces, de un pedacito de su madre y de ella misma.

Días después, me habló la abuela y me dijo.

—Traigo ganas de hacer empanadas de camote, cajeta y biznaga, ándele váyase por la leña para ir atizando el horno.

—Y el horno de la estufa?…Ahí también se puede abuela.

—Pos si mijo, pero hay cosas que nomás no van a saber igual en esta cosa.

La entendí y tenía razón, pues cuando las empanadas salieron y las probé, el sabor de la leña de mezquite estaba ahí en ellas y dudo mucho que el gas supiera igual de sabroso.

¿Qué pasó con blanquita la estufa?

Pues nada, que en lugar de aventarla al corral, la tía Tere y la tía Inés la pusieron en la sala en una mesita blanca de madera con un mantel muy coqueto a blanquita y encima de ella dos hermosas macetitas que la hacían verse más chula que nunca, ¿y les digo una cosa?, les juro que hasta contenta se veía la condenadota.

¡Hasta el próximo  Sábado!

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