Madurar en el hedonismo

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Confieso que hay películas que no entiendo a primera vista. No porque la trama sea complicada, o por un número exagerado de personajes. Más bien se debe a que a veces uno intenta apreciar una historia bajo una óptica preconcebida, y cuando el producto final no obedece a ese acotado espacio donde queremos evaluarle, simplemente nos topamos con una pared.

Esto me llamó la atención tras ver por primera vez ‘Llámame por tu nombre’ (‘Call Me By Your Name’, d. Luca Guadagnino), un filme aparentemente accesible basado en la novela de André Aicman, misma que me abstuve de leer con la idea de ser justo en mi apreciación cinematográfica. Aquí entre nos, odio ser el snob que se la pasa comparando libro y película, a sabiendas de que son medios distintos para contarnos historias. En fin, mi primer juicio sobre esta producción me llevó a tacharla de “intrascendente” y de estar enamorada de su propio preciosismo. Y creo que no me equivoqué por entero, aunque la segunda vista me dejó más claro que estoy ante una curiosidad del género.

La historia se desarrolla en un poblado del norte de Italia en 1983. El escenario principal es una finca de ensueño donde vive Elio (Timothée Chalamet), el hijo adolescente de una familia ítalo-americana compuesta de sofisticados e intelectuales seres. El padre (Michael Stuhlbarg) es un catedrático universitario especializado en historia grecorromana. La madre (Amira Casar) es traductora, y ha buscado impartir su gusto por las artes y las cosas bellas de la vida a sus dos hijos. Elio prueba claramente que dicha crianza ha tomado arraigo en su mente inquieta, pues no sólo es un magnífico pianista, sino que además transcribe partituras y dedica largas horas de su ocioso verano a leer y a contemplar la historia de su entorno.

Un buen día llega a casa Oliver (Armie Hammer), graduado de una prestigiada universidad norteamericana que busca doctorarse y nutrir sus conocimientos al lado del padre de Elio. Oliver no es precisamente alguien que pase desapercibido: posee una estatura imponente, un físico envidiable, una personalidad que le abre las puertas donde quiera que se presenta y una cierta arrogancia americana que resulta atractiva en ese rincón de Europa. Su disposición por conocer y aprender le vuelve objeto de múltiples atenciones, y desarrolla una curiosa relación con el joven Elio que comienza por ser competitiva, después adversaria y por último amorosa en el más amplio sentido.

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No es que Elio sea gay, lisa y llanamente. A sus 17 años parece tener ante sí un universo de posibilidades con miembros del sexo opuesto, en particular con la atractiva Marzia (Esther Garrell), una de esas amistades recurrentes con la que ha ido madurando tras diversos encuentros a lo largo de varios veranos. Sin embargo también siente una poderosa atracción por Oliver, quien da todos los indicios de sentir cierta curiosidad hacia el hijo de sus anfitriones mientras cultiva simultáneamente una imagen de hombre de mundo dispuesto a vivir todo, en absoluto abandono y sin mayores preocupaciones por las consecuencias.

La química entre ambos protagonistas es innegable. Chalamet y Hammer se arrojan a sus papeles sin red de protección y logran conectar entre sí a un nivel que se antoja más profundo que una simple serie de deslices homosexuales, producto de la oportunidad o de la confusión. Hay empatía real, pero para que ella llegue tienen que pasar por ciertas “pruebas” que van desde lo territorial (Oliver se está quedando a dormir en la recámara de Elio, un hecho que él no duda en recordarle cada que es conveniente) hasta la exploración sutil para descubrir si, efectivamente, los gestos en apariencia inocentes que se dedican entre sí están encaminados a algo más.

Mi problema inicial con la película apuntaba hacia la ausencia real de un gran conflicto. No percibí en ella el esperado drama de otras producciones donde la salida del clóset por parte del protagonista lleva a toda suerte de enfados, incomprensión, intolerancia o juicios ajenos. Comparándola con otras películas de temáticas similares me costaba trabajo creer que esta producción, que a ratos se siente más como un folleto turístico atrapado en el tiempo que como un estudio de personaje, tenía algo más sobresaliente que decir después de recordarnos las bondades de los duraznos maduros, las vivencias de una Italia postmoderna o lo confuso que puede ser definir la sexualidad.

Pero la segunda vez que la vi descubrí algo interesante: esta película no trata sobre un adolescente reconciliándose con su sexualidad. De hecho va mucho más allá: habla de la apreciación de cosas, de personas, de lugares y vivencias en un marco perfecto, que sólo tiende a exaltar su perfección con el paso del tiempo al punto de volverse idílico. Habla de encuentros y desencuentros, y de cómo marcan nuestra transición hacia la madurez que creíamos dominada por nuestro ego adolescente. Habla de amor, sin importarle mucho si es por un hombre, una mujer, una canción de Psychedelic Furs, un platillo perfecto degustado en un noche cálida, una sesión de sexo furtivo y descontrolado, un duelo de ingenios… es un ensayo sobre el placer mismo.

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Sin restarle méritos a las portentosas actuaciones del resto del reparto, donde Stuhlbarg brilla particularmente con sus sabias palabras en momentos culminantes dentro de la vida de Elio, habría que pensar en Italia misma como el tercer protagonista de la historia. La relevancia histórica y cultural del entorno se insinúan a lo largo de la trama, que se hilvana así con ese descubrimiento que Oliver y su efebo interés amoroso hacen de sus propios sentimientos. La fotografía a cargo de Sayombhu Mukdeeprom podría pecar de preciosista, pero en este caso se agradece su sentido estético como recurso para engrandecer una visión que quedaría pequeña en manos de otros realizadores.

La pregunta obligada es qué tanto cambió mi percepción de la película entre la primer y segunda visita a la sala de cine. En términos simples podría decir que una calificación apenas aprobatoria se convirtió en una nota sobresaliente, pero no terminaría de explicar por qué me deja tan satisfecho. Quizá será mejor pensar que una historia sencilla y sin mayores complicaciones puede sentirse comprometida con su tono para revelarnos algo más duradero que un simple amor de verano. ‘Llámame por tu nombre’ quiere hacernos transitar ese camino obligado que lleva a madurar de mano de una experiencia trascendente. Es justo reconocerle el esfuerzo, y que nos entregue tanto a cambio de dedicarle la paciencia de entender su misión.

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