Se puede lograr que algo repulsivo y atemorizante nos provoque otras emociones, de eso no me queda ninguna duda. ¿Cómo puedo pensar otra cosa tras ver una película de Guillermo del Toro? No importa cuántas imágenes monstruosas –concebidas en medio de tortuosas pesadillas y aderezadas con indelebles manchas de sangre– tenga guardadas en su arsenal, al final de sus historias terminamos viendo sus seres sobrenaturales, sus dolorosas visiones… de una manera diferente. Es una estética cultivada pacientemente a lo largo de su carrera. Y es justo decir que nadie lo hace como él.
¿Qué se puede decir a estas alturas de ‘La forma del agua’ (‘The Shape of Water’, d. Guillermo del Toro) que no se haya dicho ya? Mientras tú lees esto, el director mexicano acaba de añadir una victoria en los Critic’s Choice Awards que se suma a su reciente galardón en los Globos de Oro, por no mencionar el León de Oro que recibió en Venecia y los inagotables premios menores, distinciones y elogios por parte de críticos, colegas de la industria y la audiencia misma. Es su filme más celebrado desde ‘El laberinto del fauno’ (2006) y todo le sitúa como el enemigo a vencer en la categoría de Mejor Director para los próximos Premios de la Academia de Hollywood, con grandes posibilidades de recibir también el premio a la Mejor Película.
Esta película parte de existencias solitarias, retraídas. Su heroína, Elisa (Sally Hawkins) es una chica muda, huérfana, cuya rutinaria vida pasa sin pena ni gloria en un destartalado departamento arriba de una sala de cine. Todos los días prepara un par de sándwiches y sendos huevos pasados por agua que comparte con su vecino Giles (Richard Jenkins), un tímido homosexual reprimido que ronda los 60 años e intenta aferrarse a su pobre trabajo como ilustrador publicitario en un mundo que le está reemplazando por fotografías de producto.
Elisa trabaja en el departamento de intendencia de unos imponentes laboratorios donde algo extraño está gestándose. Ella descubre casualmente que un misterioso proyecto encierra la captura y estudio de una criatura humanoide de naturaleza anfibia, cubierta de escamas y capaz de mutilar a sus captores al primer descuido. La discreta presencia de la mujer que hace el aseo le lleva a adentrarse cada vez más en la vida de este inconcebible ser, objeto de curiosidad por parte del Dr. Hoffstetler (Michael Stuhlbarg) y de desdén a través del cruel “jefe de seguridad” Strickland (Michael Shannon), quien impone su ley armado con una picota eléctrica para ganado y una actitud perpetuamente intimidante.
El mutismo de la tímida protagonista le hace virtualmente invisible a ojos de casi todo el mundo, excepto de su compañera de trabajo Zelda (Octavia Spencer), quien le platica todo el día acerca de sus líos matrimoniales y de sus múltiples quehaceres de esposa abnegada. Pero para fines prácticos la sociedad ignora que tras la fachada tímida de Elisa se encierre una mujer apasionada, curiosa, de voluntad firme y de convicciones forjadas a partir del rechazo y la adversidad. La irónica cuestión de que ella, un auténtico “pez fuera del agua”, comience a interesarse por una extraña criatura acuática es solo una genialidad por parte del guion a cargo del director y de su coferautora Vanessa Taylor.
La época en la que se desarrolla la historia es a finales de la década de los 50, con sus tensiones políticas en aumento y su naciente era atómica contribuyendo al clima de paranoia y recelo. Es obvio que los científicos estudiando a este extraño anfibio (interpretado por Doug Jones, veterano colaborador de del Toro) tienen la misión final de destruirle una vez que los estudios dejen de aportarles algo, así que Elisa se ve obligada a salir de su capullo de aislamiento para urdir un arriesgado plan de escape.
Decir que la película luce espectacular es quedarse cortos: la ambientación es magnífica, como lo son las actitudes de los personajes y su presencia en la pantalla. Todos y cada uno de los actores destaca por su calidad, y tanto Hawkins como Shannon merecen menciones aparte por brindarnos los roles más sólidos de sus brillantes trayectorias. El monstruo, que siempre termina definiendo a del Toro como un realizador visionario, es otra creación magistral que convive en su muy particular panteón de rarezas.
Sin embargo esta película va mucho más allá de la aplicación minuciosa de maquillaje y de los brillantes efectos visuales. La mujer muda se convierte en la voz de un monstruo, que a su vez se torna en el vínculo que ella necesita para redescubrir su lugar y misión en este mundo. La época de segregación racial y sexual nos recuerda constantemente que la auténtica monstruosidad que acosaba a la sociedad era la intolerancia. Y el vivir fantasías oníricas extraídas de los musicales que dominaban las pantallas de cine y TV de esa era constituía un escapismo reñido con la realidad, pero su inocencia resultaba entrañable.
Del Toro se ha mostrado modesto y hasta cierto punto cohibido por la atención que le hemos brindado a ‘La sombra del agua’, película que muchos consideramos su obra maestra. Le vemos conmoverse hasta las lágrimas en sus discursos al aceptar tal o cual premio, casi incrédulo por haber pasado de ser un creador de entidades terroríficas a un cineasta de talento excepcional. Sólo queda esperar a ver si se convierte en el tercer realizador mexicano en conquistar el Oscar en los últimos cinco años, tras el obtenido por Alfonso Cuarón y los dos logrados por Alejandro G. Iñárritu. Sería algo muy merecido, sin duda.
Y sin embargo hay un mérito más grande que los premios en la obra de este peculiar autor. A lo largo de la historia el cine hemos tenido a monstruos que devoraban humanos, a monstruos que hundían embarcaciones, a monstruos que derribaban aeroplanos desde la cima de un rascacielos. Todos ellos nutrieron en su momento la imaginación de este autor mexicano y le condujeron a crear monstruos que velaban los sueños de niños solitarios, monstruos que nos sorprendieron con su humanidad y monstruos que nos permiten enfrentar nuestros temores. Por eso es genial Guillermo del Toro: cuando otros querían hacernos llorar de miedo con sus monstruos, él se preocupaba por que los suyos nos hicieran llorar de emoción.
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