No es fácil innovar en el cine de acción. Por cada nuevo ‘John Wick’, por ejemplo, usualmente tenemos que vivir una sucesión de productos genéricos que se aproximan al éxito del momento (sí, a eso se deben tantas malas copias de la saga de ‘Rápidos y Furiosos’). Cuando a dicho género de acción se le suma una categoría más (una película sobre la planeación de un asalto, por ejemplo), el resultado suele ser aún peor. Dicho sea lo anterior, ¿cómo es que uno de los filmes más entretenidos y bien realizados del año resulta ser una innovadora película que combina acción, planeación de robos y sí, persecuciones en autos?
La razón por la que ‘Baby: El Aprendiz del Crimen’ (‘Baby Driver’, d. Edgar Wright) funciona en todos aspectos parte de su director, un británico enamorado del cine que sabe emplear los elementos de las mejores historias en diversos géneros para narrar su propia versión de lo que significa emocionar a la audiencia. Esta producción tiene el ritmo de un musical, los diálogos ametrallantes y ágiles de un guión de David Mamet y la estética de esas cintas clásicas donde los rebeldes sin causa se jugaban el todo por el todo con tal de conquistar a la chica. En manos equivocadas obtendríamos un cliché. En manos de Wright: una obra maestra.
Baby (Ansel Elgort) es un personaje… en toda la extensión de la palabra. Lo notamos callado y absorto en la música que escucha compulsivamente en uno de sus múltiples iPods, mientras el metódico Doc (Kevin Spacey) planea intrincados asaltos empleando un menú surtido de peculiares elementos criminales. La constante, sin embargo, es Baby: el conductor que encabeza la huida de la escena del crimen y que es descrito como un auténtico Mozart del volante.
Pero el joven no es precisamente un criminal de carrera. Vive una existencia cariñosa y paciente al lado de su padre adoptivo, un anciano sordomudo confinado a una silla de ruedas. Vemos a Baby guardando cada uno de los fajos de billetes que percibe por sus fechorías, pero también pagando poco a poco una misteriosa deuda que tiene con Doc, con miras a una cercana libertad.
A medida que nos familiarizamos con el singular modus vivendi del protagonista, descubrimos su fascinación por Debora (Lily James), mesera de una cafetería. Ella es el vehículo para desentrañar algunos de los misterios en torno a Baby. Sabemos que escucha música todo el tiempo pues padece de tinnitus, una condición que produce un zumbido constante en sus oídos tan sólo atenuado por las melodías que escapan de sus audífonos. Baby quedó huérfano a muy temprana edad y por eso se volvió un rufián dedicado a robar y desvalijar autos, pero en el fondo es un tipo bueno y noble que extraña a su madre muerta e inmortaliza sus recuerdos produciendo su propia música, grabada en viejos cassettes.
Y bueno, también descubrimos que Baby posee una memoria fotográfica y una concentración a toda prueba. Es capaz de recitar de memoria los complicados planes detrás de los golpes ideados por Doc, pero también recuerda al dedillo cada canción que hay en cada uno de sus iPods. iPods que, junto con los lentes oscuros, parecen constituir el único botín que se ha permitido conservar tras cada robo automotriz.
En su condición de director y guionista, Edgar Wright provee un cautivador elenco de malvivientes para que sirvan de comparsa al carismático Baby. Conocemos al violento Griff (John Bernthal), al desalmado Bats (Jamie Foxx), al impulsivo Buddy (John Hamm) y a su seductora pareja, Darling (Eiza González), entre muchos otros reclutas delictivos. Todos poseen distintas características que se ajustan a los golpes planeados por Doc, pero el común denominador entre ellos parece ser la sorpresa de ver sus escapatorias en manos de un chico que apenas rebasa la mayoría de edad y que sólo puede concentrarse cuando la canción adecuada suena a todo volumen en el autoestéreo.
Una crítica frecuente para las películas de acción es la falta de consistencia en el ritmo. Pero a ‘Baby: El Aprendiz del Crimen’, dicho ritmo le basta y sobra. Hasta la edición musical va al compás de las explosiones, los balazos y los rugidos de los motores, un hecho que no disfraza las raíces del realizador como autor de algunas de las comedias más memorables de los últimos años (la famosa “Trilogía Cornetto” junto a los actores Simon Pegg y Nick Frost, por ejemplo). La narrativa es ágil, los elementos visuales nunca nos confunden, las transiciones parecen seguir la precisa batuta de un conductor de orquesta… todo responde a un gran patrón que, siguiendo en los símiles musicales, nos guía por un “crescendo” cuya intensidad sólo se compara con el coro espectacular que cierra la composición.
Ah, y la música en sí: toda una amalgama de clásicos de culto, temas familiares con arreglos contemporáneos, experimentos auditivos como riesgos calculados y percutivas canciones que puntualizan los momentos determinantes de la historia. No cabe duda que las melodías que mantienen el equilibrio en Baby son un personaje más, cuya función es tan esencial para la trama como la de cualquier otro miembro del eficiente reparto.
Sin más que añadir, ‘Baby: El Aprendiz del Crimen’ tiene un bien ganado lugar como una de las mejores películas del año, que además cuenta con la distinción de moverse con agilidad inusitada a lo largo de sus 112 minutos. Su humor es fino, pero nunca sentimos que sea intrusivo en una historia que exige sacrificio y dolor para poder llegar a un desenlace satisfactorio. Casi podemos ver esta obra convertida en una pieza de teatro musical o en un clásico de animación frenética. Por fortuna existe como el peculiar producto que eligió ser, y hay que apreciarlo en toda su alocada carrera por la pantalla.
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