Don Chencho, trabajaba por las mañanas en la escuela y por las tardes hacía trabajos en diferentes casas de la gente de lana o como él decía: “con la gente popof”, sin duda era el jardinero que más trabajo tenía en el rancho, bueno, en realidad era el mejor jardinero del rancho.
Truenos, árboles, arbustos y pasto, todo era podado o cortado por las tijeras mágicas de Don Chencho, ya cuando era una cosa más grande, como las podas, pasaba a usar el machete o el hacha.
Las señoras que pedían sus servicios decían comúnmente “Don Chencho tiene muy buena mano”, además de que era muy bien hecho, siempre dejaba muy barrido y limpio el lugar.
Pero no solo cortaba y podaba árboles, sino que también era bueno para plantar lo que se le pusiera enfrente, todo se le daba, es más Doña Ángeles (la esposa del dueño del cine) decía que una vez, Chencho se estaba comiendo una naranja en medio de un descanso mientras trabajaba en el rancho de ellos, cuando hizo un pozo pequeño, y simplemente arrojó las semillas de la naranja que se acababa de comer; “al rato sale un naranjo”, dijo Chencho a la Señora y si, efectivamente, al poco tiempo brotó una ramita la cual con los años fue un prolífico naranjo con frutos muy dulces y jugosos
Eso sí, cuando trabajaba tenía que estar cantando, ponía su radio de transistores (de esos que llevaban como unas seis pilas gordas) y le ponía en “La Rancherita” y ahora si, a cantar a todo pulmón, pero eso no era todo, de vez en vez, hasta agarraba el rastrillo, la pala o la escoba y se ponía a bailar; “es que, sin música y movida, no tiene chiste la vida”, decía sonriente Chencho.
Si a alguien admiraba Chencho era a “Piporro”, si al mismísimo Eulalio Gonzáles “El Piporro”, el extraordinario personaje norteño jocoso, dicharachero y vacilador de las películas de antaño, por eso, muchas veces cuando comentaba su frase era: “¡A que pelao tan sin embargo!”, refiriéndose obviamente a la famosa frase del cantante y comediante.
Cuando lo molestaban usaba la de: “A que gente tan batallosa”, luego cuando uno de chamaco se acercaba mucho a ver lo que estaba haciendo usaba dos distintas pero igual de efectivas: «Sésguese, sésguese que me cisca”, ¿y qué tal cuando lo presionaban con el trabajo?, su frase preferida era la de: “Wara moment wero, wara moment”
“Qué feliz es Don Chencho, quien fuera como él”, escuché una vez a la Maestra Dorita decir, sin tan solo supiera, pensé para mis adentros. La abuela Licha me platicó que la vida de Chencho había sido muy dura, su papá había abandonado a su mamá cuando estaban chicos él y sus siete hermanos, ella joven, se fue a Estados Unidos para mandarles dinero a sus hijos y tuvieran una vida mejor
El pequeño Chencho y sus hermanos fueron repartidos como barajitas a los familiares, a Chencho le tocó la peor parte, cayó a la casa de un tío que ni por sus propios hijos se preocupaba, al poco tiempo Chencho fue una carga y lo enviaron no a un internado, sino a un reformatorio, argumentando falsamente que el niño robaba, peleonero e incontrolable, “aquí se lo vamos a reformar” dijo el administrador.
Aquel niño la pasó negras en ese lugar, era víctima de constantes agresiones físicas y verbales por los demás, si alguien era el mandadero y tenía que hacerla de sirviente, era Chencho, parecía que su vida iba del mal en peor, por las noches lloraba, pensaba en que un día volvería su mamá por él y así estuvo esperando siempre.
Un día, en una matiné, les pasaron una película en blanco y negro, trataba de un norteño brabucón, simpático, amable y dicharachero; tenía unas frases geniales y siempre estaba en problemas, pero escapaba de ellos con su agilidad mental y un poco de suerte, desde ese momento, Chencho quedó embelesado y enamorado del personaje.
Al día siguiente, Chencho era otro en el internado, de aquel niño tímido no quedaba nada, comenzó a reír de si mismo, de los demás, a decir chistes y frases al estilo piporro; sus compañeros, mejor dicho, sus agresores, poco a poco dejaron de molestarlo y comenzaron a reír con él, Chencho hico de sus debilidades sus fortalezas
Al poco tiempo, ya comía en la mesa de los “jefes de la mafia” del internado, lo protegían y dejó de ser el mandadero y sirvientes de los demás, la fama de Chencho llegó hasta el administrador del lugar y cuando tenían una reunión o visitas, lo mandaban llamar para que los entretuviera o ponerlo como ejemplo de cómo se regeneraba a un chamaco que había llegado siendo ladrón, peleonero e incontrolable.
El jardinero del lugar, pidió al administrador del reformatorio como ayudante a Chencho, “eres buen muchacho y siempre andas de buenas, y eso les gusta a las flores, a las plantas y a veces hasta a las personas”, le dijo Don Andrés, el viejo jardinero del lugar.
Don Andrés enseñó todos sus trucos, pasó todos sus conocimientos de jardinería a Chencho, quien de inmediato se quedó enamorado del oficio, “las planta y las flores como las mujeres, les gustan las serenatas”, decía Don Andrés, y Chencho le hizo caso.
Hoy me acordé de Chencho, pues hace un mes fue un dizque jardinero con la vecina a podarle un precioso árbol que ya tenía tres años de haber plantado, el jardinero trabajó mal humorado y echando pestes, y por increíble que parezca, esta mañana amaneció el arbolito seco y no solo eso, las flores que estaban en las macetas de la cochera también; “viejo jijo del maíz, si ahí se sentó a un lado de mis plantitas”, dijo mi vecina al borde del llanto.
Chencho es el ejemplo de que no es como la vida lo trate a uno, sino lo que tome uno de la vida y lo que haga uno con sus debilidades, igual y las podemos volver fortalezas, y quizá algún día hasta hagamos nuestro trabajo cantando y bailando como él…¿no creen?
¡Hasta el próximo Domingo!
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