Salías del templo un día llorona…
Una semana antes de comenzar noviembre se escuchaba la voz de Julio “Calacas”, Julio era el voceador oficial de la revista de calaveras que se vendía cada año en el rancho.
—¡Mejores que el año pasado, acá están sus calaveras, viene la del presidente, la del tesorero, la de Chema el de la tienda y hasta Baldo el carnicero ¡ -gritaba Julio.
—Oye Julio… ¿Y no trae la calavera de tu abuela? –gritaba algún improvisado.
—¡Se la prometo pal año que entra jefecito! ¿cuantas calaveras le dejamos? –contestaba ágilmente Julio.
Y es que casi nadie se resistía a la chispa de Julio “Calacas”, como el día que iba pasando por la iglesia cuando el señor cura se encontraba afuera viendo como reparaban una de las paredes.
—¡Buenas señor cura! –gritó Julio Calacas.
—Buenas tardes hijo –contestó el cura sin voltear a verlo.
—¿Va a querer su revista de calaveras? –preguntó Julio.
—No gracias –dijo secamente el sacerdote.
—¿A poco no quiere ver si salió una calavera suya?
—¿No me digas que salí en tu “revistucha”? –preguntó el cura asombrado- ¿tuvieron la osadía de hacerme una de esa cosas a mí?
—Pos si no compra, ¿cómo va a saber? –dijo Julio socarronamente- ándele cómprese una pa que sepa.
—Óyeme, si no pierdes nada con decirme –le reclamó el cura.
—Pos más bien si le digo no gano nada –dijo riendo julio.
El Sacerdote sacó unas monedas y le hizo una seña a Julio quien se acercó para entregarle la revista, al cura quien que inmediatamente comenzó a hojearla rápidamente.
—¡Óyeme, óyeme! –le grito el sacerdote a Julio que ya se encontraba en la acera de enfrente- ¡Aquí no viene ninguna calavera mía!
—Ay padre –dijo Julio apresurando el paso en franca retirada- ¿pos cómo quiere que yo sepa si ni sé leer?
Todos me dicen el Negro, llorona, negro pero cariñoso…
Julio Calacas era solo el vendedor de las revistas, el verdadero artífice de las calaveras era Don Marco, el locutor del pueblo, y digo locutor, porque tenía un viejo coche con bocinas que recorría el rancho para anunciar lo que le pedían sus patrocinadores, desde la kermese en la iglesia, políticos, las películas del cine y las luchas de los sábados.
No fueron pocas las veces que Don Marco molestó con sus calaveras a algún presidente municipal o servidor público, tanto se molestaron, que llegaron a golpearlo dentro de su negocio.
Un día después de una golpiza que le había metido, mi padre y yo fuimos a saludarlo, y en cierto momento Don Marco le dijo a mi papá:
“Y que llegan aquellos a golpearme, y dije: orita me levanto a partirles su mandarina en gajos a estos tales por cuales, y que me acuerdo que no puedo caminar”… mi padre y él rompieron en sonoras carcajadas, yo intenté reír, pero no entendí lo que aquel hombre quería decir, sobre todo viéndolo ahí sentado en su silla de ruedas.
Yo soy como el chile verde, llorona, picante pero sabroso…
Hay cosas que uno extraña del pasado, y no es que piense que tiempos pasados eran mejores, pero hay cosas que se extrañan, eso que ni qué, como aquellos atardeceres con la familia que el tío Teodoro nos leía las calaveras.
Eran deliciosas esas veladas en que se leían las calaveras en la casa, mientras unos tomaban mezcal o sotol, otros le entrábamos al champurrado o al chocolate, casi siempre se hacía una fogata para el momento, misma que después la aprovechaban los adultos para contar historias de muertos y desaparecidos, de esas que de chamacos no encantaba tanto, pero que después ni podíamos ir al baño en la noche.
—Abuela, ¿Por qué les hacen calaveras a la gente? –le pregunté una de esas noches.
—Para recordarnos que todavía estamos vivos mijo –dijo serena- La muerte, la Catrina es pareja mijo, esa se lleva a ricos y pobres, esa no se anda con preferencias, a todos nos va a jalar las patas algún día.
—Dice el tío Momo que lo mexicanos nos reímos de la muerte –le dije.
—¿Eso dijo?, mire pos que raro, porque nunca he visto un velorio donde esté toda la gente a risa y risa, bueno, uno que otro si, pa que le digo que no.
—¿Cómo en el velorio de Don Pascualito que el tío Momo y el tío Teodoro estaban con otros señores contando chistes de pericos?
—Algo hay de eso mijo, son esas cosas que la gente hace para no sentir la muerte tan cerquita, por eso usted no se tome tan a pecho la vida, vívala con ganas, con enjundia que la vida nomás dura un suspiro, que si se da cuenta y la piensa bien vamos a estar más tiempo debajo de la tierra que encima de ella.
Fue esa noche frente a una fogata, donde entendí porque la abuela vivía la vida como la vivía, entendí entonces porque siempre le daba más importancia a las cosas simples y sencillas de la vida.