Que Dios le dé más…para mi nomás
Una tarde la abuela Licha y yo regresábamos de la casa de Doña Juanita, la abuela le llevaba de comer casi a diario, Doña Juanita nunca se casó, nunca tuvo hijos, solo una sobrina venía una vez al mes a visitarla.
— Abuela, ¿no te cansas de llevarle comida a Doña Juanita?
—¿Cansarme? –contestó sin detenerse.
— Pos nos haces de comer a nosotros, les haces comida a los tíos para que lleven al trabajo y a sus peones, pero también le llevamos de comer a Doña Juanita, otras veces a Don Tulo el viejito que es velador y hasta haces pan para llevarles a los presos el domingo.
La abuela se detuvo, recargó la canasta en una cerca y dijo viéndome a los ojos:
—¿Le falta algo mijo?
—¿Cómo de que abuela?
— Pos algo, techo, ropa, o sus tres comidas al día.
— No, pos no abuela
— Pos entonces es usted mucho más afortunado que otras personas, Dios lo bendice.
—¿Y eso que tiene que ver con que les llevemos comida a otras personas?
— Las bendiciones se comparten mijo, porque es la manera de que el patrón le dé más
—¿Cuál patrón abuela?
—¿Pos como que cual patrón mijo?, pos el mero mero, el de arriba, el que todo lo sabe.
— Abuela, ¿y si tenemos todo… ¿para queremos que Dios nos dé más?
— Precisamente para eso mi niño, para que podamos dar más.
Acto seguido, tomó de nuevo la canasta y continuamos el camino.
Gritos y Sombrerazos
Apenas íbamos llegando a la casa, cuando hasta la esquina se escuchaban los gritos de la tía Tere y la tía Inés.
—¿Y ahora estas, pos que se traen? –dijo la abuela moviendo la cabeza.
— A lo mejor ya se volvieron a pelear abuela.
—¿A poco?, si no me dices ni cuenta.
Llegamos a la casa y de escuchar gritos, escuchamos el llanto de la tía Inés, fuimos directo al cuarto de las tías y ahí estaba ella, llorando acostada en su cama.
—¿Y ahora qué pasó? –preguntó la abuela Licha.
— Inés abuela, me dijo que estaba gorda y que si seguía así, nunca me iba a casar.
Ya medio cansada de los pleitos entre ella, la abuela se fue a buscar a la tía Inés, yo la seguí nomás para ver en que terminaba el asunto.
Encontramos a la tía Inés acostada en la hamaca que estaba en los nogales leyendo una novela, de esas de amor que tanto le gustaban.
— Oye tú, ¿Qué le dijiste gorda a Tere?
— Pos ella me preguntó, y yo nomás le contesté.
—¿Y qué le dijiste que nunca se iba a casar?
— Ay amá, pues ella pregunto y yo nomás le dije que…
— A ver, primero que nada dime ¿qué te preguntó y que le contestaste tú?
— Ella se estaba midiendo un vestido para la boda de Josefa, la hija de Don Mario el que trabaja en el agua.
—¿Y luego?
— Pos que se estaba viendo al espejo y me preguntó que si se veía gorda.
—¿Y que le contestaste?
— Nomás le dije que si ya se estaba viendo al espejo para que preguntaba.
—¡Válgame Dios!, y luego.
— Comenzó a chillar y dijo que nunca se iba a casar, que nunca iba a encontrar a nadie que la quisiera así.
—¿Y le dijiste algo?
— Pos si, nomás le dije: “Pos si no adelgazas va a estar difícil que te cases”
—¿Pero, cómo se te ocurrió decirle eso Inés?
— Amá, pos ella preguntó, yo nomás le dije la verdad.
La abuela al escuchar a la tía Inés, se llevó la mano a la frente y cerró los ojos; esa misma tarde, apenas dejó que la tía Tere se desahogara llorando y terminaran de comer, las juntó a las dos y les dijo sus verdades, a una por exagerada y a la otra por haber “hablado con la verdad”, yo mejor me fui a ver las chivas con el tío Momo y el tío Manuel, no fuera a ser que a mí también me tocara regaño.
Explicando que es gerundio.
Ya de tardecita, la abuela estaba en la cocina preparando lo que íbamos a cenar.
— Abuela…
—¿Qué pasó? –me contestó.
—¿Por qué regañaste a la tía Inés?
—¿Usted por qué cree?
— Pos no sé, tu siempre me has dicho que debo hablar con la verdad y ahora regañaste a la tía Inés.
—¿Escuchaste todo el regaño?
— No abuela.
— Pos como diría Cantinflas, ahí está el detalle.
—¿Cómo abuela?
— Mire mijo, el problema con la verdad es que se confunde, para decir la verdad, primero tiene que pasar por el corazón.
—¿Por el corazón abuela?
— Por ahí mero, porque la verdad sin amor, es pura crueldad mijo, a veces la gente se escuda diciendo: “a mí me gusta decir la cosas como son”, y claro, que hay que decirlas, pero la verdad nunca va sola, debe ir acompañada de cariño, de comprensión.
—¿Para qué abuela?
— Para que duela menos hijo, cuando la verdad va sola, no ayuda en nada, es vacía como ayuda, luego no puede uno quejarse de como reaccione la otra persona, porque seguro que la estamos lastimando en lugar de haberla ayudado.
— Se me hace que yo mejor me quedo callado y no hablo.
— Pos lo dirá en broma mi niño, pero si de la boca no salen cosas buenas o que ayuden a los demás, mejor no la abra.
—¿De plano abuela?
— De plano mijo, ahora sí que, si sus palabras no ayudan con amor, mejor que no estorben, porque, aunque usted hable “con la verdad” pero sin cariño, sin amor, la otra persona en lugar de agradecerlo, se van a sentir atacadas, agredidas aunque usted tenga la razón.
—¿Sabes una cosa abuela?…
— Pos si no me dice no, ¿Qué pasó?
— Que eres la abuela más lista y sabia del mundo –le dije mientras le daba un abrazo.
— Mire, mire, diantre chamaco barbero, ¿lo que usted quiere es un pan con nata verdad?
— No abuela, no es por eso… pero si me lo das, me lo como –dije riendo socarronamente.
En un par de minutos ya tenía mi pan con nata y azúcar acompañado de un vaso grande de leche bronca, eso sí, recién hervida.
¡ Hasta la próxima semana ¡
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