En primera fila
—¡Córranle que tenemos que llegar temprano! –decía la abuela Licha.
—¿Quién agarró la bolsa donde puse las gordas? –preguntó la tía Inés.
— Pos la tares en la mano Inés –contestó la tía Tere entre risas.
Y es que el festejar los desfiles del 16 de Septiembre en el rancho era una verbena popular, estaba toda la gente, si no estaban de espectadores, era porque estaban desfilando, nosotros como muchos cargábamos con bancos, sillas de la Coca o de la cervecería, de esas plegables de madera que había antes, para la abuela su mecedora, era una mecedora de metal rojo con blanco, que ya había sido amarillo con verde y no sé qué otros colores antes.
A la abuela le gustaba llegar temprano, estar como ella decía hasta “mero adelante”, era lo suyo y eso sí, sentada en su mecedora, “no me gusta andar viendo los piojos de otros, menos las nachas”, pero esta vez todo parecía que, si íbamos a llegar tarde, porque a mis tías se les había ocurrido la genial idea de llevar gordas rellenas dizque para no gastar allá.
— Ya estuvo que llegamos tarde –me dijo la abuela.
— Pos si abuela, pero es que las tías se tardaron mucho en hacer las gordas –le dije.
— Pos sí, pero para eso se levanta uno temprano, y estas lo quieren todo peladito y en la boca y luego andan que ya no saben ni que hacer
— Abuela…
—¿Qué pasó mijo?
—¿Y si me voy antes para apartarte tu lugar?
—¿Y cómo lo partas?
— Pos llego y pongo la bici y cuando lleguen con tu mecedora me quito y ya
—¿En serio mijo? –me contestó la abuela con mirada de niña traviesa.
—¡Si abuela!
—¡Pos córrale antes que se le adelanten!
—¡Orita vengo abuela!
Me subí a la bici y le di como si fuera a recibir herencia, el corazón se me quería salir, cuando pasé por donde me iban a esperar el Pingüica y el Chanate ni me detuve, ellos al verme, de inmediato me siguieron; el Pingüica llevaba la bicicleta inglesa que le había prestado su tío, y el Chanate atrás, agarrado como garrapata para no caerse.
Tuyo, mío, te la presto.
Llegamos y nos bajamos de nuestros corceles de un brinco sin habernos detenido, caminamos con las bicis a nuestro lado y llegamos a nuestro objetivo.
—¡Ya nos ganaron, ya nos ganaron! –les comuniqué a mis amigos la tragedia.
— Pero no se vale, alguien apartó lugar con estos tambos vacíos – dijo el Chanate apuntando a un par de tambos de metal de 200 litros de esos del aceite para tractores.
—¿Usted sabe quién los puso señora? –le preguntamos a una señora que estaba ya con su silla a un lado.
— No, si yo también acabo de llegar, y cuando llegué ya estaban –contestó.
—¿Y si los quitamos?, además no se vale apartar con botes, debe ser con sillas –dijo el Pingüica con cara de pingo.
— Nos vamos a meter en broncas, quien sabe de quién sean –les dije.
— Pos la bronca la vas a tener tú con la Abuela Licha –habló el Chanate viéndome fijamente.
—¡A quitarlos pues! –les dije.
—¿Y luego, pa onde los llevamos o qué? –preguntó el Pingüica.
— Pos a un ladito de los puestos de comida, así van a pensar que son de ahí para la basura y nadie lo va a notar –comenté.
Con la simple mirada supimos que hacer, dejamos las bicis a un lado de los tambos y tomamos el primero entre los tres, lo acostamos y comenzamos a rodarlo para llevarlo al lugar señalado, ente la mirada de la gente que no se explicaba lo que hacíamos.
No íbamos ni a mitad de camino cuando escuchamos una voz que nos gritó:
—¡Ora jijos del maíz!, ¿Onde llevan mis tambos?
Nos paramos en seco, bueno, menos el Pingüica que aún llevaba inercia y salió volando por encima del tambo cuando nosotros nos detuvimos.
Volteamos y vimos a Don Pepe Gutiérrez el deño de las nogaleras a unos pasos de nosotros.
—¿Por qué agarran mis tambos? ¿Quién les dijo que los quitaran de ahí? –nos cuestionó fuertemente.
Las piernas nos temblaban, tanto que yo podía ver los pantalones de mis amigos moverse como cuando se venían las tolvaneras y seguramente ellos también veían los míos de la misma manera.
—¿Qué no saben que los tenía para apartar lugares?
— Pos si, pero se aparta con sillas, no con tambos –habló el Pingüica.
— Sí señor, discúlpenos, no debimos hacerlo –le contesté antes de que nos diera un coscorrón por culpa del Pingüica.
— Ustedes están chamacos y como quiera aguantan estar de pie, o encaramados en un árbol, pero la gente grande tiene que usar sus sillas.
— Pos si no era para nosotros –contestó el Chanate.
Yo nomás cerré los ojos, porque Don Pepe estaba que se lo cargaba pifas.
—¿Tons, para quien eran? –preguntó un poco más sereno.
— Para la abuela Licha –le dije.
—¿A poco tu eres el nieto de Doña Licha? –preguntó riendo.
— Este…si, Señor –contesté ya viéndome en el banquillo de los acusados en casa de la abuela a quien seguramente Don Pepe le iba a comunicar lo que acababa de hacer.
—¡Haberme dicho antes chamaco! –dijo con una sonora carcajada- ¡Si esos lugares lo estaba apartando para ella!, ya se me hacía mucho que no llegaba, y como ella es muy puntual y este ha sido su lugar por muchos años, mandé a los peones a que le apartaran su lugar, pero estos como no tenían sillas, pos pusieron unos tambos vacíos, pero no se apuren, que ahorita se los llevan, bueno, los dejo, y ya no anden de traviesos –dijo viendo al Pingüica y al Chanate- y usted, salúdeme mucho a su abuela, que yo ya me tengo que ir.
La abuela llegó y ni le dijimos nada, del susto que traíamos hasta las ganas se nos quitaron de hablar, pero lo olvidé todo cuando vi la cara de felicidad de la abuela al disfrutar su desfile, al ver como aplaudía a los carros alegóricos, como cantaba las canciones de las tablas gimnásticas, como reía con los niños vestidos de Morelos, Hidalgo o la corregidora.
Ya cuando todo terminó, cargamos las cosas a la camioneta que había quedado a una cuadra, nos subimos a las bicis para seguir la camioneta, entonces la abuela sacó la cabeza por la ventanilla y me llamó con la mano.
— Mande abuela –le dije.
— Ya nos vamos, si quiere quedarse a la kermes, no se tarde mucho, ni vaya a comer muchos chuchulucos que luego anda que le duele la panza.
— Pos no traigo ni un qui…
La Abuela no me dejó terminar mi frase, y sin decir nada, sacó la mano por la ventana y me dio unas monedas mientras me guiñaba el ojo.
Volteé con mis amigos y les mostré la palma de mi mano con el dinero, ellos ya lo sabían, éramos como los tres mosqueteros y eso era de los tres.
—¡Ya se hizo la machaca! –gritó el Chanate.
Le dimos a las bicis rumbo a la Kermes como si nos fueran a dar herencia, bueno a decir verdad ya nos la habían dado, porque estar en el desfile, ir a pasear para ver, comer y “Chuchuluquear” son herencias y tradiciones que no deberíamos terminar jamás.
¡ Hasta el próximo Sábado !
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