martes, diciembre 23, 2025

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Estaba muerto porque vivió llorando por dentro

Los machos no lloran

Ramiro era un tipo de pocas palabras, tenƭa su carƔcter, pero era buen hombre si bien habƭa cometido muchos errores en su vida como la mayorƭa de las personas, el mayor error que habƭa cometido era el de haberse enamorado de una mujer que no lo amaba de la misma manera.

—Los hombres no chillan –le decĆ­a a su hijo el mayor de solo diez aƱos- que para eso somos hombres, para aguantarnos.

Sin embargo, Ramiro así como era de duro con sus hijos, tenía el corazón mÔs noble que se pudieran imaginar.

—Ándale Ramiro, Ć©chate otro trago, Āæa onde vas tan temprano? –le decĆ­an sus amigos en la cantina.

—Si nomĆ”s vine a tomarme un farolazo de sotol, no a emborracharme –contestaba riendo.

—Que se me hace que te pegan –le dijo Justino en tono burlón.

—Pos igual y si, igual y no, pero tampoco voy a andar tirando el dinero de mis hijos.

—”Que de la comida se encarguen las mujeres Ramiro!

—Y de darles para que la compren en el mercado nos encargamos nosotros –les dijo riendo sin molestarse- Ā”que tengan buenas noches sus mercedes!

Ramiro sonriendo, le entregó vasito vacío al cantinero y luego le entregó la moneda de siempre.

—¿Otra copita Ramiro? –le preguntó amablemente el cantinero.

—No Don Pepe, con una tengo, gracias.

—Anda ramiro, que la casa paga, yo invito.

—No es por desairar Don Pepe, pero con una tengo, hay pa la otra.

Don Pepe tomó el dinero y el vaso, luego limpió la barra con su trapo rojo, mientras veía a aquel hombre que seguramente era el primero en no aceptarle una copa de a gratis.

Mi Morena Chula

Ramiro trabajaba todo el día en la imprenta de la papelería, nunca tuvo estudios, pero aprendió bien el oficio de Don Saturnino, quien lo encontró limpiando zapatos en la plaza y le pidió que lo boleara, cuÔl sería la sorpresa de Don Saturnino, que el chamaco era bien avispado para los números, así nomÔs de cabeza, sin lÔpiz ni papel, por lo que ese mismo día le dijo:

—Oye chamaco, Āæte gustarĆ­a aprender un oficio para que dejes eso de andar boleando?, y si le agarras bien el modo, podrĆ­as manejar la prensa para imprimir, bueno, la manual, porque la elĆ©ctrica nomĆ”s yo le muevo.

Don Saturnino le enseñó a Ramiro a manejar la prensa manual para imprimir, era japonesa, de color verde fuerte, poco a poco comenzó a conocer lo que era la rama, las regletas a cómo ponerle tinta a los rodillos y como sacar los dedos antes de que la imprenta se los machucara cuando jalaba la palanca.

Aprendió a que cuando ponías un tipo al revés, las letras salían al derecho y que cuando te equivocabas no había forma de borrar y el sÔbado te lo desquitaban de la raya.

AhĆ­ mismo aprendió a leer y a escribir, Don Saturnino lo ponĆ­a a leer diccionarios, primero el chico y luego el grandote, ā€œpara que sepas escribir como Dios mandaā€, le decĆ­a el viejo; Ramiro se volvió un experto, poco a poco le fue soltando la prensa grande, la elĆ©ctrica, ā€œla negraā€, le llamaban de cariƱo y cuando se descomponĆ­a Don Saturnino le hablaba y le decĆ­a: ĀæPos ora que te duele mi negra?

Un día cuando Ramiro iba llegando, en la entrada lo esperaba Don Saturnino, quien con una sola señal hizo que lo siguiera y lo llevó hasta la oficina de las señoritas Chairez, las dueñas de la papelería e imprenta, les decíamos señoritas porque ya estaban grandes de edad y nunca se habían casado, así que bien o mal acertados, uno sacaba sus conclusiones.

Ramiro pensó que algo no estaba bien… ĀæQuĆ© habrĆ© hecho mal?, se preguntó.

Apenas iba a preguntarlo, cuando Don Saturnino habló.

—AquĆ­ estĆ” el muchacho –dijo.

—Entonces… ĀæEstĆ” usted seguro de lo que hace Don saturnino? –preguntó una de las SeƱoritas.

—Como que me llamo Saturnino seƱorita.

—Pues entonces –dijo soltando el aliento- no se diga mĆ”s.

Ramiro estaba que no entendía nada, de lo único que estaba seguro era de que le temblaban las piernas, entonces, Don Saturnino se quitó el mandil de cuero lleno de pintura y se lo colocó a Ramiro.

—Ya te enseƱƩ todo lo que sabĆ­a muchacho, ya estoy muy viejo y cansado para esto, estoy desde que las seƱoritas eran unas niƱas, ahora tĆŗ te quedas al frente, con buenas referencias, las mĆ­as, no me hagas quedar mal Āæestamos?

—S…si, si seƱor –contestó tĆ­midamente Ramiro.

—Bueno SeƱoritas, fue un placer, y de nuevo, muchas gracias por todos estos aƱos.

—¿SeguirĆ” en el pueblo? –pregunto DoƱa Adela, la mayor.

—No SeƱorita, me voy a MazatlĆ”n, allĆ” tengo un hermano que tiene un restaurancito de pescados y mariscos, me voy a ayudarle, a ayudarnos…ahora sĆ­, con su permiso.

El viejo salió del lugar no sin antes detenerse por un segundo para ver al joven ramiro, luego le dio una palmada en el hombro y se fue.

Ese fue el primer dƭa de Ramiro en la imprenta como encargado y de ahƭ fueron muchos dƭas, muchas noches, muchos aƱos.

Por si no vuelvo

Un diciembre, en la fecha que no se daban abasto con los pedidos de las tarjetas navideƱas personalizadas (que antes comĆŗnmente se enviaban y recibĆ­an), llegó una seƱorita a pedir por algo especial, los encargados del mostrador no le captaron bien la idea, querĆ­a algo especial, entonces prefirieron hablarle a Ramiro, fue asĆ­ como conoció a Perla, la mujer que le quitó el aliento…y la vida.

Meses despuƩs Ramiro y Perla se hicieron novios, a los dos aƱos se casaron y un aƱo despuƩs de casados tuvieron a su primer hijo, Ʃl le querƭa poner Saturnino, como su querido maestro, pero Perla no quiso y le pusieron Antonio.

Algo pasó en la vida de la pareja, pues no habĆ­a dĆ­a que no hubiera pleito, Ć©l le decĆ­a a su mujer: ā€œĀæpa que te casaste conmigo si no me querĆ­as?ā€, ella nunca le respondió, solo movĆ­a la cabeza de un lado para a otro y se iba a otro lado de la casa, Perla a veces tomaba al hijo y se lo llevaba a casa de la comadre Lola, Ramiro preferĆ­a quedarse tarde, muy tarde en el trabajo, ā€œAlgo habrĆ” que hacerā€ –decĆ­a, pero las patronas sabĆ­an que era porque no querĆ­a regresar a su casa, Ć©l sabĆ­a que era porque preferĆ­a evitar problemas.

Una noche, que si hubo mucho trabajo por un pedido de última hora de la presidencia municipal, Ramiro se quedó mÔs tarde de lo acostumbrado, finalmente, cuando terminó se fue a su casa, molido de un duro día y con la única intención de tirarse en la cama y quedarse dormido hasta tarde al día siguiente, pero no se pudo, porque la cama estaba ocupada y su esposa también.

Vio cómo su dizque mujer estaba dormida abrazada de Antonio el primo de ella que había venido de visita unas semanas antes al pueblo, Ramiro sintió que la tierra se abría bajo sus pies y el corazón quedaba como copa de vidrio que cae al suelo.

No lo pensó dos veces, no hizo ruido y caminó lentamente a la cama, se arremangó la camisa, se agachó lentamente y tomó a su pequeño Toñito de la cuna y lo tapó con su cobijita para llevÔrselo de ahí.

QuizÔ hizo bien, quizÔ hizo mal, pero esa noche Ramiro se fue del pueblo, en la carretera pidió aventón para Torreón, ahí a la tarde siguiente tomó el tren para el D.F, apenas llegó y preguntó por un lugar que, según Don Saturnino su maestro, era el sitio donde mÔs personas se dedicaban a ese oficio, donde estaban los mejores.

Ramiro trabajó primero como escribano, luego ya en una imprenta, llegó a ser de los buenos de los mejores, enseñó a su hijo el oficio y estaba muy orgulloso de él.

Una mañana el padre hizo lo mismo que hizo su maestro un día, le paso la estafeta a alguien mÔs, esta vez, a su hijo, pero en esta ocasión, Antonio, el hijo heredaba el taller que con mucho sacrificio había logrado su padre, y que él en algo también había ayudado.

Como si hubiera conocido su destino, una semana después, Ramiro murió un domingo por la mañana o quizÔ fue el sÔbado por la noche, el caso es que cuando su nuera le habló para almorzar, el buen Ramiro ya no contestó.

Meses después, cuando estaban haciendo limpieza en el cuarto del viejo, la nuera encontró una caja de zapatos dentro del ropero.

—Mira viejo, esta carta estaba dentro del ropero –le dijo a Antonio.

—¿Caja, de mi padre, que tendrĆ”?

Dentro de la caja había papeles, actas de nacimiento, unas escrituras, pero lo que mÔs le llamó la atención a Antonio, fue un sobre amarillo y encima la letra a puño de su padre, Don Ramiro, que decía: A mi hijo.

Antonio la abrió lentamente, como queriendo no lastimarla, y entonces leyó:

ā€œHijo mĆ­o, toda mi vida he llorado, pero por dentro, pa que no me vieras, para que fueras fuerte, pero este dolor que me carcomió por dentro por tanto tiempo, hace mucho que me tenĆ­a como muerto, como muerto en vida, no tuve el valor para decirte que yo, tu padre estaba equivocado, pero espero que esta carta te llegue en el momento que la necesites leer y aunque nunca te lo dije, quiero que sepas fuiste mi orgullo y lo que mĆ”s he querido en la vida, tu apĆ”, Ramiroā€

Antonio rompió el llanto y abrazó la vieja carta con todas sus fuerzas y sintió como si le estuviera dando un gran abrazo a su viejo, el abrazo que él nunca le dio.

 

”Hasta el próximo sÔbado!

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Me gusta la comida de la Abuela Licha, pero no sus bastonazos. #MiAbuelaEsMiTroll Eterno admirador de las mujeres y de mi vecinita que acÔ entre nos, se parece a Salmita Hayek. Hablo latí­n, latón y lÔmina acanalada. Me invitaron a la última pelí­cula de Quentin Tarantino pero no traí­a para la entrada, ademÔs no me gusta la sangre, por eso mejor me fui a comprar unos tacos de tripitas. Si esperas encontrar alguien que escriba bien y bonito, ya te fregaste...yo no'mÔs cuento historias.

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