Una tras otra.
—¿Tiene árnica Doña Chila? –preguntó Adela la esposa de Esteban el comisariado ejidal.
—Si Adelita, ¿quiere de la verde o de la morada?
—De la morada, ya ve que dicen que es la mejor para los dolores.
Y para los golpes también Adelita, pa los golpes también.
Adelita no dijo más, pagó con un billete, esperó el cambio y se fue de inmediato, yo alcancé a ver su rostro que intentaba tapar con la pañoleta que llevaba en la cabeza.
Cuando llegué a la casa con los encargos de la abuela le conté lo sucedido.
—Abuela, cuando estaba en el puesto de Doña Chila para comprarte las yerbas, llegó Adelita.
—¿Cuál, la esposa de Esteban?
—Si abuela, ¿y a que no sabes que compró?
—No, ¿qué compró?
—Pos Árnica abuela.
—¿Y luego?
—Pos que era para ella.
—¿Y tú como sabes?
—Pos porque traía una pañoleta en la cabeza, y como que se iba tapando la cara, pero cuando le pagó a Doña Chila, le pude ver el rostro.
—¿Y luego?
—Pos estaba toda golpeada, traía moretones por todas partes.
La abuela hizo una breve pausa, suspiró, y me dijo:
—Malo el hombre que golpea a una mujer mijo, pero más malo es que la mujer se deje, que no diga nada, que no saque el valor.
—A lo mejor tiene miedo abuela, ya ves que dicen que Esteban es mala persona.
—Si ya la golpea… ¿qué más podría pasar?
—Pos a lo mejor hasta la anda matando?
—Ser golpeada, que no la respete su marido, es estar muerta en vida mijo, a lo mejor si se enfrenta un día hasta llega a vivir como Dios manda.
Algunas ocasiones yo sentía que la abuela era muy dura, pero como ella decía, “la vida es muy cabrona y nadie la tiene comprada ni segura y la canija dura lo que un suspiro”.
Al cabo que si me quiere.
—¿Pero que todavía no pueden estar listas? –preguntó la abuela a las tías.
—No mamá, es que no me gustó el vestido verde y me puse el azul, pero luego ya no supe que zapatos ponerme con el azul y mejor me regresé al verde –contestó la tía Inés.
—Yo no quiero ir, no quiero ir –decía refunfuñando la tía Tere.
—¿Y ahora tú, pos que traes? –cuestionó la Abuela Licha-
—Pos que estoy bien gorda amá, ¡mire como me veo!
—¡Ay mija!, ¿y hasta ahorita te diste cuenta?
—¡Amá!
—Pos si, tuviste un año completito para bajarle a las tortillas y al atole, mira que si ya sabes la fecha de la fiesta del aniversario del rancho, ahora resulta que no sabías.
—Pos ya no quiero ir, yo me quedo- dijo al borde del llanto la tía.
—Pos ni modo, te quedas, pero ya te lo haiga si te sale el niño que espanta en el corral.
En menos de lo que canta un gallo la tía Tere y la tía Inés iban detrás de la Abuela, y es que las dos tías eran más miedosas que un perro chihuahueño en medio de los cuetes de año nuevo.
Ya en la fiesta del aniversario, estábamos disfrutando de la música y de unos chicharrones con salsas y guacamole, para los grandes cerveza y los chamacos agua de limón horchata y Jamaica.
—Abuela, ¿me das para comprar una chapeteada de manzana? –le pregunté.
—Pero apenas si vas a comer, ¿Qué no te esperas al asado rojo?
—Pos si, pero, pos la dejo para el postre.
—¿Qué no ves el pastelote aquel?, eso van a servir de postre.
—Pos si, pero ese me lo como aquí, y la chapeteada la dejo para el postre llegando a la casa
La abuela siempre se hacía del rogar, pero por lo general me achipilaba.
—Ándale pues bribón, vamos a comprarte tu chapeteada.
—¿Vas a ir abuela?, si quieres dame y yo me la compro.
—¿Y la mía?, a mí me gusta escoger mi chapeteada como a mí me gusta.
A qué bonito sentía ir a comprar chuchulucos con la abuela, se le iluminaba la cara, se le veía feliz, casi estoy seguro que le recordaba su infancia y hasta por momentos volvía a ser niña por un rato.
Veníamos de regreso de comprar las chapeteadas…y muelas, cocadas y hasta palanquetas; cuando de pronto escuchamos unos gritos.
—Ya por favor Esteban, no te enojes, por tu mamacita santa, ya no por favor –se escuchaban unos gritos entre el kiosco y el puesto de nieves que estaban desiertos por la fiesta.
—¡Pérate aquí, no te muevas! –me dijo la Abuela Licha en voz baja.
Claro que no obedecí, apenas caminó dos pasos la abuela y me fui tras ella, ¿cómo dejarla sola?, ¿luego pa que estaba yo que era hombre?, mi papá siempre me dijo: “el hombre no es hombre ni por la estatura ni por la edad, los hombres que son hombres vienen en todos los tamaños y de todas las edades”.
Ya decía yo que conocía las voces, eran Esteban que jaloneaba a la mujer y Adelita su esposa quien intentaba zafarse del marido.
—¿Pos que fregaos te pasa Esteban? ¡Suéltala! –gritó la abuela.
Así de golpe, Esteban se puso pálido, soltó a la mujer quien cayó al suelo, yo me puse a un lado de la abuela empuñando un palo de escoba que había encontrado en el suelo y en la otra mano…mi bolsa de chuchulucos.
—Usted no se meta señora, que esto no es asunto suyo.
—Si me meto, porque si es mi asunto, porque si te metes con una mujer, te metes con todas.
—¡Yo soy el comisariado ejidal!
—Pos por eso deberías de poner el ejemplo, poco hombre.
—¡No me ofenda Doña Licha!
—Tú eres quien ofende a la madre de tus hijos, a tus hermanas, a tu propia madre.
—¡Con mi madre no se meta señora!
—¿A poco tienes?
—¡Con una fregada!… –dijo dando unos pasos hacia nosotros.
Yo levanté el palo, la abuela metió la mano a su bolso y gritó:
—¡Tú que te me acercas y yo que saco la pistola y a ver de a como nos toca!
—¡No por favor Lichita, no le haga nada, se lo ruego! –gritó Adelita interponiéndose entre la abuela y Esteban.
—¿Pero qué haces mujer? –preguntó la abuela extrañada.
—Lichita, se lo ruego, es el papá de mis hijos.
—Adelita…
—Por favor.
La abuela dio dos pasos hacia atrás sin dejar de ver a los ojos a Esteban, luego se dio la vuelta y comenzamos a caminar, primero despacio y luego de prisa.
—Abuela, ¿en serio traes una pistola? –pregunté agitado.
—Pos tanto como pistola, no.
—¿Entonces que traes?
—Una palanqueta de cacahuate y mi chapeteada.
Gracias a Dios que no pasó a mayores, porque si no el Estaban hubiera terminado con una chapeteada incrustada en la tatema y atragantándose con una palanqueta metida en la bocota.
Quien admite que es un cobarde vale por dos…valientes.
Una noche, cuando veníamos de regreso de Torreón, vimos como unas camionetas de la policía rural nos rebasaba en la carretera, iban rumbo al rancho.
—¿Qué habrá pasado? –cuestionó la tía Tere.
—Pos quien sabe, pero como es sábado lo más seguro es que haya habido pleito en la cantina –comentó el tío Momo.
—Estos nunca van a aprender, van y tiren el dinero de la familia en alcohol y luego la mujer todavía anda pidiendo prestado para pagar la multa y sacarlos de la cárcel –dijo la abuela.
Al bajar de la carretera, ya para entrar al rancho, nos dimos cuenta que la cosa no había sido en la cantina, las camionetas de la policía estaban casi a la entrada y se veía como la gente corría en esa dirección.
—Oiga amá, no fue en la cantina –dijo el tío Momo.
—Pos parece que no, a ver acércate un poco –ordenó la abuela.
Nos acercamos y nos dimos cuenta de lo que realmente había sucedido.
—¡Ay no Diosito santo!, no por favor, la casa de Esteban, no, Adelita no por favor –exclamó la tía Tere mientras se tapaba la boca y las lágrimas le brotaran.
Llegamos hasta el lugar, la abuela se bajó, a pesar de que los policías no dejaban entrar a nadie, la abuela pasó, no si era por la fama de brava que tenía o porque entraba con tal seguridad que era imposible decirle que no; a mí no me permitieron entrar, pero tampoco me iba a quedar así, me fui por la parte de atrás para brincarme, ya otras veces me había metido con el Pingüica y el Chanate a sacar la pelota cuando jugábamos en el terreno de atrás.
La escena era dantesca, Adelita estaba impávida, congelada, en medio de un mar de sangre.
—¡Mamá, mamacita chula, mamita, mamacita!- gritaban desgarradoramente sus niños encerrados en uno de los cuartos.
Una cosa si estaba en claro, esta sería la última vez que Esteban golpeaba a Adelita, ya no más, por fin descansaría en paz.
Después de lo acontecido, Toñito, Lucita y Chelita, los hijos de Adelita y Esteban fueron separados y llevados con diferentes familiares, las heridas que ellos traían eran el alma, en el corazón.
—Esto no debió haber terminado de esta manera, esto no debió haber pasado – decía la Abuela Licha días después en la casa recordando lo sucedido.
—¿Entonces abuela, que hubiera hecho?
—La violencia se para a la primera mijo, no se permite ni una sola vez, porque después vienen más golpes y más fuertes.
—Pero ella se defendió abuela.
—Pues sí, con más violencia y mira lo que pasó –dijo la abuela suspirando.
Adelita pasó tres años en la cárcel por la muerte de Esteban, salió porque se argumentó que todo fue en defensa propia, luego recuperó a los hijos y se fue a vivir a los Estados Unidos con uno de sus hermanos.
Uno de los hijos nunca la perdonó y apenas pudo y se fue de su lado regresándose con unos parientes a México, los demás la perdonaron.
¡Hasta el próximo Sábado!
Acá todas mis historias ► http://sp2018f01szjd.wpengine.com/category/don-rambaro/
Sígueme en Twitter @DonRambaro
También estoy en Facebook ► www.facebook.com/DonRambaro