Difícil era decir en el rancho que estábamos aburridos, y lo digo por dos cosas, la primera es porque generalmente teníamos algo en que divertirnos, jugar, entremeternos y si no, la inventábamos, y la segunda y más importante, era porque si a alguien se le ocurría decir que “estaba aburrido”, seguramente que el abuelo, el papá o hasta algún acomedido tío le ponía a hacer una serie de tareas “para que se entretuviera en algo” y jamás en su vida volviera a decir que estaba aburrido.
Pero los días en los que se iba la luz en el rancho eran de una verdadera fiesta…para los chamacos.
—¡Vamos a volar “brujas”! -era el grito de guerra de esas noches.
Y a pesar de que nos decían: “El que juega con fuego se mea en la cama”, la verdad es que no nos importaba correr el riesgo, pues unos traía el periódico, otros los cerillos y los demás buscaban espinas o ramitas pequeñas para hacerlas, y era fácil, se tomaba una hoja de periódico, se juntaban las cuatro esquinas ayudados con las espinas o ramitas, todo esto intentando que quedara una especie de globo, al que se le quemaban las esquinas, y luego, con un poco de suerte y pericia, el aire caliente las levantaba por los aires para nuestro deleite.
—¡Esta levantó más alto!
—Uy, pos que chiste, a la de nosotros la jaló el aire
Que globos de Cantoya chinos ni que nada, los de nosotros verdaderamente eran 100% Made in México, o mejor dicho, “Hechos en el rancho”.
Otras veces jugábamos a la lotería a la luz de la luna y si no a la de una vela, ahora que si de jugar con velas se trataba, el jugar a las sombras chinas, con las manos y dedos eran la neta del planeta.
Ahora que si de asustarse se trataba, lo mejor era jugar a las escondidas sin luz, el momento en el que te encontraban era genial, pues aprovechabas para gritar y picarle las costillas a quien te hallaba, su grito de terror era de película.
¿Y qué me dicen de las noches de fogata acompañando a los viejos escuchando sus hermosos y sabios coloquios?
Don Mundo llegaba con su vieja y desafinada guitarra, pero hacía una perfecta mancuerna con su voz aguardentosa que transmitía su sentir, alma en cada nota.
Mi abuelo sacaba el sotol, pero no era un sotol cualquiera, era un sotol preparado, curado, unas veces con sabor a guayaba, otras a naranja y otras especias; mientras que el tequila estaba reservado para las ocasiones más memorables, las más “popof” diría mi apá.
—¿Quieren un atole? –preguntaba la abuela nomás por preguntar, porque ni siquiera escuchaba lo que contestábamos, pues la respuesta era invariablemente un si monumental.
A los pocos minutos llegaba con un delicioso atole de lo que fuera, es más, a veces era solo de masa con piloncillo y canela, pero eso, créanme que era la gloria.
No faltaba que alguna otra señora llegara con pan que había hecho esa misma tarde en el cocedor de adobe, el sabor a leña del monte estaba impregnado en el pan, era como si le estuviéramos dando una mordida al campo, a los mezquites.
Ya cuando iba cayendo más la noche, comenzaban a platicar las historias de los aparecidos, las leyendas y ya se han de imaginar, como se sentía aquello cuando a nuestro alrededor solo se alcanzaba a ver los metros que alumbraba la fogata, suerte teníamos si había luna llena, porque si no la había, esas historias se escuchaban más macabras o “macabronas” decía el tío Momo; y si estaba nublado peor tantito, los pelos se erizaban con cada palabra, con cada ruido cercano que parecía amplificarse a propósito.
Una vez, recuerdo bien, mientras los viejos contaban sus historias, que acá entre nos algunas ya nos sabíamos de memoria, pero de igual manera las disfrutábamos, uno de los chamacos hizo una observación a un bulto que se venía acercando, la luna estaba “lagañosa”, de esas que tapan las nubes y su luz no permitía ver bien quien era la persona que se acercaba.
—A jijo, ¿ya vieron?… ¿Quién será el que viene? –dijo el Chanate.
—¿Será un vivo o un muerto? –cuestionó mi amigo el Pingüica.
—¡Ah que muchachos tan más sonsos! –contestó Don Mundo- ¿a poco no saben quién es?
—No, si te digo que estos chamacos cada día vienen más brutos –dijo Don Artemio.
—Pos si es Don Chuy ¿Qué no lo ven? –dijo mi abuelo mientras le fumaba a su faros.
—Pos si veo a alguien abuelo, pero pos nomás se ve el puro bulto –le dije.
—¿Y pa que quiere más?, ¿Qué no ve como camina, como se mueve?, así se mueve Don Chuy –contestó el abuelo.
—A estos chamacos les quedó aquello que de noche todos los gatos son pardos jajajaja –dijo Don Simeón.
—¡Aguas muchachos, porque un día de estos les dan gato por liebre! –dijo mientras tosía de la risa Don Mundo.
Todos compañeros del abuelo nomás tiraron la carcajada, si, se reían de nosotros, pero también con nosotros, y no, nadie salía “herido”, de chamacos aguantábamos “la carrilla” que nos echaban los mayores, claro, eso antes de que se inventara eso del “bullying”.
Una de las cosas que yo más disfrutaba, era cuando se iba acabando la leña de la fogata y nos mandaban a ir por más, porque nos prestaban el machete por si nos salía algún animal y la lámpara para aluzar el camino, no sé, se sentía uno como en las películas de expediciones, cuando iban a buscar a las momias en las catacumbas o en las pirámides de Egipto.
Y no es que fuéramos hasta el monte por la leña, el simple hecho de ir a alguno de los cobertizos o corrales donde estaba la leña, era más que suficiente para sentirnos una especie de héroes, útiles pues.
A veces pienso que en ocasiones deberíamos de bajar el switch de la luz de la casa para no tener TV ni cosas que nos distraigan, para vernos más la cara, comunicarnos, convivir más, pero luego me acuerdo que existen los celulares y se me pasa.
No sé ustedes, pero a veces creo que hubo un tiempo que con tan poco nos divertíamos tanto, y teníamos tanto tiempo que no había tiempo para sentirnos aburridos.
¡Nos vemos la próxima semana ¡
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