Recuerdo tu mirada, cuando era un niño, la veía tan fuerte, la sentía tan dura, penetrante, sentía como si estuvieras viendo mis pensamientos, con el simple hecho de verme podías decirme si había hecho algo bien o no, con ella me ordenabas callar, retirarme si no tenía por qué estar en pláticas de mayores o simplemente porque ya era tarde.
Siempre fuiste un proveedor incansable, sin previo aviso llegabas con cosas a la casa, que una sandía, que las uvas o los melones, bueno, hasta cabritos, unas veces vivos, otros ya listos para que te los prepararan, en adobo tu preferido.
Nunca fuiste a una iglesia, nunca la necesitaste, llamabas a los curas “señores” y a las monjas “señoras”, tengo tatuada tu frase aquella de: “El que a la iglesia sirve, de la iglesia vive”, odiabas las religiones, pero no fueron pocas las veces que regalaste comida, despensa a gente que ni conocías.
Aún recuerdo que algunos jóvenes o señores llegaban a la casa a pedir dinero “para un taco” y fríamente les decías: “lave la camioneta, barra la calle y le pago amigo”, muchos decían que iban por una cubeta o una franela, y jamás regresaban, pero una tarde, un joven te pidió lo mismo que otros, y tú contestaste como siempre, pero para nuestra sorpresa el muchacho regresó, pero acompañado, iba con su esposa, ella muy, muy delgada con un bebé en brazos y otro pequeño tomado de la mano, que apenas caminaba, parece que escucho a aquel joven decirte: “¡listo jefe!”
Esa tarde, aquel muchacho se llevó gran parte de la despensa que acabábamos de traer ese domingo, luego, le diste tus zapatos que acababas de comprar, aún en su caja, nuevos, ¡vaya diezmo padre mío!, esa vez, tus ojos duros, tus ojos fuertes se llenaron de lágrimas, vi a aquel roble temblarle el labio inferior por primera vez.
Tu vida fue tu trabajo, tu vida fue tu familia, “no se hacer otra cosa más que trabajar” decías, tus diversiones eran quietas, calladas, en silencio, algunas veces que salíamos a los ranchos tarareabas o silbabas tus canciones favoritas mientras las escuchábamos en la radio.
Pensé que te conocía, a pesar de todo aquello, sentía que eras muy duro conmigo, llegué a pensar que no te importaba, que no me querías, que equivocado y ciego estaba viejo querido.
Fueron los últimos cinco o seis años de tu vida, que trabajamos juntos, cuando salíamos al sur de México en esos viajes de trabajo, que realmente te conocí, ahí supe lo dura que había sido la vida contigo, como con apenas siete años te mandaban del rancho a la ciudad a recoger el mandado de la bodega para surtir la tienda, tú solo en aquel carromato con tu hermosa burrita “la orejas mochas”, ¡cómo te han de haber curtido los años!
Me platicaste como con solo 12 años te fuiste con un tío a Veracruz a cortar caña porque él te dijo que “se harían ricos”, pero no, todo había sido una mentira, terminabas las noches llorando con las manos llenas de sangre, las metías entre las piernas para intentar aminorar el dolor, y cuando el día de pago llegaba, tu tío te quitaba el dinero para irlo a gastar en mujeres y vino.
Cuando te le enfrentaste, y pediste regresar a casa, tu tío fue y te llevó a la estación del tren y te dijo: “aquí pasa el tren, así como llegamos, así mero te regresas, no se apendeje, no se pierda, no quiero que me echen la culpa si le pasa algo malo”, luego te dejó como un perro abandonado a su suerte, sin un peso en la bolsa.
Esperaste un tren de carga y ahí te fuiste, porque en el de pasajeros fue imposible, te amarrabas con el cinto las manos al tren para no caer en las noches que dormitabas, fueron varios días para llegar, porque te bajabas en algún poblado cuando te descubrían los garroteros y ahí esperabas el siguiente tren.
¿Cómo yo en mi estupidez pretendía que no fueras duro, recio, fuerte, si de niño fuiste templado con frío y calor tantas veces?
Pero esos últimos años viejo querido, me hicieron conocerte más que toda una vida, te vi llorar por un hermoso atardecer en la sierra, agradecerle a la vida por aquel bagre en caldo que nos comimos en Jamay Jalisco acompañados de una cerveza debajo de un frondoso árbol, viendo hacia lo que era el lago de Chapala, ¿recuerdas lo que dijiste? “Esta es vida, lo demás son fregaderas, te aseguro que estas chuladas no las tiene ahorita ni el mismísimo Señor Presidente”, ¿y sabes una cosa padre?, cuánta razón tenías, ahora entiendo que el verdadero valor de las cosas está en lo que tenemos aquí y ahora, y no en lo que deseamos y no tenemos.
En ese mismo viaje me diste la sorpresa de mi vida, sin decirme nada, fuimos recorriendo camino, pasamos hermosos pueblos de Michoacán, hasta llegar a Paracho, mientras te estacionabas frente al mercado, yo busqué en la agenda y te pregunté qué veríamos ahí si no traía ningún pendiente anotado sobre ese lugar, “¿pos que no querías comprar una guitarra?” me preguntaste con una sonrisa, yo te vi sorprendido, tú te tapaste la sonrisa con tu puño haciendo como que te tocabas la nariz con él; me hiciste tan feliz aquel día pá, volví a ser niño buscando su nuevo juguete , luego, cuando al fin la encontré, te la mostré buscando tu opinión, no hablaste, fueron tus ojos, tu mirada como siempre los que me dieron su aprobación.
Te fuiste viviendo la vida a tu manera, ni más ni menos, hiciste lo que se te pegó en gana, y eso, eso aún lo tengo que aprender bien, es una lección que aún no la he hecho mía, que aún no la hago carne y sangre.
Viejo, apá, me quedo con tus frases, con tus sabias palabras, “Siempre hay que dar y trabajar como si te pagaran el doble” “Ahí nos vamos despacito, sin prisas, pastoreando un gallo, pero llegamos”, “a la vida hay que darle como venga”, “te defiendes más callado”… ay mi viejo, si tú supieras que todavía me das consejos.
Querido viejo, esta es la primera carta que te escribo desde que te fuiste, te escribo ahora que al fin te entiendo y entiendo que lo que buscabas para mí era que fuera un hombre de bien, ahora sé lo mucho que me querías, porque hay gente así, como tú, que quiere, abraza y dice te quiero con una mirada nomás.
Cómo quisiera que estuvieras ahora para abrazarte de nuevo, decirte lo mucho que te quiero y te he extrañado, solo espero no haberte fallado, que haya sido el hijo que habías esperado… ¿verdad que estás orgulloso de mi pá? ¿Verdad que me extrañas?… dime que quieres volver a viajar conmigo, dime que fui el mejor compañero de viajes que hayas tenido jamás, dime que fui un buen hijo.
Gracias Papá, gracias infinitas por ser mi padre.
Te quiero hasta siempre…. Tu Hijo.
¡ Hasta la próxima semana ¡
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