En esas épocas el 20 de Noviembre se celebraba el 20 de Noviembre, ese mismo día era de asueto y era el desfile.
Era una gran fiesta, los carros alegóricos parecían haber sido sacados del mismísimo 1910, llevaban tierra, rocas, cactus, flores del desierto y no sé qué tantas cosas más.
En caballo de Adelitas algunas niñas a las que algunos padres vestidos de charro las acompañaban, niños a pie vestidos de revolucionarios acompañados de otras tantas soldaderas.
Cada tres o cuatro carros alegóricos llevaba un sonido con alguna canción para la fecha, que si la cucaracha, la Adelita, corridos de caballos y otras que ni se les entendía.
Los negocios grandes echaban la casa por la ventana y apoyaban a alguna escuela o carro alegórico, pero los que realmente se lucían, eran los dueños de los campos algodoneros y de las uvas, pues esos metían lana a lo bonito a sus carros alegóricos, que acá entre nos, eran solo de ellos y no les gustaba compartir ningún crédito.
Mira abuela, ahí vienen los de las pirámides –le dije emocionado
—¿Ves a Sofía, la nieta de Doña Paula? –preguntó
—No abuela, pero a lo mejor viene su tabla más atrás
La abuela siempre nos mandaba poner su silla desde temprano en la mera esquina, ahí era donde se paraban siempre los carros y las tablas gimnásticas para hacer su número, mucha gente, la mayoría ya sabían que la mecedora blanca con amarillo era de la abuela Licha, y el que no lo sabía, seguro era fuereño.
—¿Ya viste a Don Chepe? –dijo el Chanate
—¿A poco viene desfilando Don Chepe? –preguntó el Pingüica
—¿En serio? –pregunté
—Nombre sonsos, digo porque ese que viene ahí se está igualito a él –habló entre carcajadas el Chanate
Vimos hacia donde nos apuntó el Chanate y vimos a un chivo con sombrero y paliacate, así que no nos quedó más que soltar la carcajada a todos, pues Don Chepe tenía una pequeña barba ahora sí que como el chivo, también usaba paliacate rojo en el cuello y sombrero de paja.
—A ver si con esto ya se están quietos –dijo la Abuela
La sorpresa sucedió al voltear, pues la abuela tenía a su lado una bolsa de ixtle que le acababa de llevar la tía Tere, y de ahí sacó una gorda de maíz rellena de asado rojo con frijoles de la olla, y pues sí, con eso nos tuvo la boca callada…un rato nomás.
¡Echen paja!
Después de una buena gorda con su respectivo vaso de chapurrado, los gritos y las risas regresaron.
—¡Mira Abuela, ahora sí, ahí viene la nieta de Doña Paula! –dije a la abuela
A unos metros de nosotros ya se veía la participación de la tabla gimnástica de la escuela de Sofía, la nieta de Doña Paula, quien estuvo a punto de no ir a desfilar por falta de dinero para la tela de la ropa del desfile, pero como dijo la Abuela Licha: “ni que fuera tanto el dinero pa tan poquita tela”, y les prestó para completar lo de la tela de su vestuario.
Y ya viendo de cerca las cosas, la verdad es que si era muy poquita tela, pero muy poquita.
—¡A jijo!, ¿ya viste las piernotas de Sofía? –exclamó asombrado el Pingüica
—Írala, quien la viera con las enaguas hasta el suelo –dijo el Chanate
—¿Y los vasos del champurrado? –preguntó la abuela sacándonos de nuestra letargia
—Ya los guardamos en la bolsa abuela –contesté reaccionando
—Pos vuélvanlos a sacar
—Pero ya no hay champurrado –le dije
—Yo me acabé el último chorrito –contestó el Chanate
—No, si no es para que se sirvan más champurrado, es para la baba que les sale por bobos.
Las risas de la abuela, las tías Tere e Inés, se confundieron con las risas de las personas que estaban cerca y se dieron cuenta, que la verdad, para ser sinceros, pensé que éramos menos obvios.
Pero las risas terminaron cuando en las tablas gimnásticas de la preparatoria, les tocó el turno a los varones, la pirámide ya casi estaba terminada, solo faltaba que subiera el tísico, que era un chavo flaco, flaco que se le notaban los huesos hasta encima de la ropa, pero lo dejaban al final para que no pesara tanto.
Y ahí iba el tísico, con su banderín con el nombre de la prepa en la boca mientras trepaba la pirámide humana, y ya arriba su misión era sostenerla con ambas manos para después ondearla, y cuando llegó al último nivel y cuando intentaba incorporarse ¡zaz!, quien sabe que pasó pero que se resbala, y en su intento de no caer que se agarra de sus compañeros, pero con tan mala suerte, que a un par de ellos les bajó los pants, dejando ver en uno sus calzones y en otro… pues lo que se ve cuando no se usa nada debajo de la ropa.
Los pobres por intentar taparse soltaron a sus compañeros y ya se han de imaginar lo que sucedió, aquello parecía una especie de torre hecha de fichas de dominó.
Afortunadamente no sucedió nada grave, algunos cayeron como gatos y los menos afortunados solo raspones y uno que otro chichón.
Qué chula tan mula, que mula tan chula.
Casi para terminar el desfile, sucedió que un carro alegórico, frenó de repente porque un niño se atravesó para recoger unas serpentinas que había arrojado alguien adelante, entonces la calandria que iba jalada por caballos no se pudo detener tan rápido, por lo que el conductor intentó girar a los caballos a un lado, pero con tan mala suerte que uno de los tubos que llevaban los animales para conducirlos, golpeó la camioneta del dueño de la zapatería.
—¡Pero qué te pasa zoquete!, ¡ahora me vas a pagar hasta el último centavo! –gritaba Frausto-
Chon, el conductor de la calandria, estaba más pálido que una vela, ya se veía el pobre en trabajos forzados para pagar la calavera de la camioneta.
—¡Baja!, que bajes de ahí pelmazo –vociferaba Frausto- Ahora verás quien es Frausto Domínguez-
Chon ni de chiste se movía, estaba más tieso que la estatua a Don Francisco I Madero que nomás pintaban cada año para el 20 de noviembre.
Al ver que no se movía, el dueño de la zapatería se abalanzó hacia la calandria con la mano en alto intentando tirar al suelo a Chon quien se estiraba como chicle hacia un lado para que Frausto no lo alcanzara.
—¡Déjalo en paz! –se escuchó una voz que detuvo por un instante a Frausto-
Luego intentó hacer el mismo movimiento para agredir a Chon y se escuchó de nuevo:
—¡Popotes!… ¡Te digo que lo dejes ¡ -ordenó de nuevo aquella voz conocida-
Pues sí, la abuela Licha le acababa de gritar ni más ni menos que a Don Frausto, el dueño de la zapatería y de varias casas de renta de la localidad.
—¿Quién fregaos me dijo popotes? –gritó enfurecido volteando para todos lados-
¡—Yo mera! ¿Qué me vas a hacer? –gritó la abuela-
—Doña Licha, ¿usted?, pero oiga, -dijo ya más relajado y desarmado- ¿Qué no vio lo que me hizo este jijo de su…
—¡Que te sosiegues te digo! –dijo la abuela acercándose a él-
—Pero es que…
—Pero es que nada, ¿pos que no aprendes?, a ver, si fue un accidente tú mismo casi atropellas a la criatura y frenaste de repente
—Pero no lo apachurré ni nada
—¿Pero qué tal si lo hubieras atropellado y Dios no quiera lo matas?
—Oiga Lichita, no me eche la sal
—No, si no te la hecho, pero a ver, ¿con cuanto se paga la vida de un niño?, ¿cuánto vale la de tus hijos? ¿Con que les hubieras pagado a los papás del chamaco?
—No, pos eso no se puede pagar
—Pos así mero, como tú no tienes pa pagar eso, este pobre infeliz no tiene ni para pagarte la mugre esa que se le quebró a tu camioneta, y pa que nos hacemos tarugos, tú tienes de sobra no para comprarte lo quebrado, sino para comprarte diez camionetas iguales.
—Pero no se trata de eso, yo…
—Mira popotes –dijo la abuela con una voz totalmente diferente, cálida, amorosa- pon en alto la memoria de tu padre que en paz descanse, que si él te viera hijo mío, lo volvías a matar del coraje, él que a tanta gente ayudó en este pueblo, venéralo, y sé digno de su sangre hijo.
—+El Popotes, digo, Don Frausto no dijo nada más y se subió a la camioneta y arrancó, luego la abuela caminó dos pasos y acervándose a Chon le dijo:
—Y tú Chon, ya no seas tan bruto, que te vi distraído viéndoles las piernas a las muchachas de la escuela de secretarias.
Chon tampoco dijo nada y salió despichadito, pero eso sí, ya más alejado de la camioneta de Don Frausto.
—Abuela… ¿cómo sabías que a Don Frausto le decían popotes?
—Pos si tu abuelo le puso así, “el popotes”, por las piernas flacas que tenía de niño
—Entonces, ¿ya lo conocías?
—Ay mijo, si no salía de la casa, se iba porque le gustaban los frijoles que yo guisaba y las tortillas recién hechas, luego tu abuelo se hizo muy amigo de Don Mauro, el papá de él.
—Abuela…
—¿Ahora qué pasó?
—¿Me das para comprar en la kermese de la plaza?
La abuela solo sonrió, sabía que después del desfile era obligada la visita a la plaza para disfrutar de los buñuelos, algodones, dulces de leche, biznagas, camote, elotes con chile, chicharrones con salsa, aguas frescas y tantas delicias que aún parece que me llegan los olores.
¡Hasta el próximo Sábado!
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