Después de ciento veinte años de estar más perdido que las chanclas en Semana Santa, reapareció el conejo de Omiltemi en Guerrero. Sí, ese conejito misterioso del que muchos pensaban que ya se lo había cargado el payaso… regresó del olvido.
Este peludito, que parece más mito que bicho, fue visto por última vez en mil novecientos cuatro, cuando un tal Edward Nelson —naturalista gringo con sombrero y todo— lo describió por primera vez. Desde entonces, puro rumor y ninguna prueba. Pero ahora, gracias a Fernando Ruiz y José Almanza, dos científicos mexicanos bien rifados, lo volvieron a topar en los bosques nublados de la Sierra Madre del Sur. Sí, en pleno Guerrero.
Los vatos se aventaron como verdaderos Indiana Jones versión ecológica, entre la neblina, los pinos y con la esperanza de encontrar algo más que aire húmedo… y tómala. Se toparon con el conejo, vivo y coleando.
¿Y por qué había desaparecido?
Pues ya se la sabe: tala sin control, cazadores que no perdonan ni a los peluches, y agricultura que le entra hasta donde no debe. Así se fue borrando el hábitat de este conejo único, hasta que muchos pensaron que ya valía.
Pero no, el destino le tenía otro capítulo.
El conejo de Omiltemi mide entre treinta y cinco y cuarenta centímetros, pesa como entre setecientos y novecientos gramos, tiene orejas largas, pelaje entre marrón y gris oscurito, y es tímido, nocturno y cien por ciento herbívoro.
Y no se deje engañar. Aunque parece un conejito más, es uno de los más raros del mundo. Tan raro que ni los científicos le han podido hacer estudio completo.
Pero ojo, que la historia no acaba en final feliz. El conejito sigue en peligro. Su casa sigue siendo invadida, y si no ponemos atención… podría desaparecer otra vez, y esta vez sí para siempre.
Así que si usted quiere echarle la mano al conejo de Omiltemi, comparta esta historia, hable de él y apoye la conservación del bosque. Porque lo que no se conoce, no se cuida… y este chaparrito peludo ya se ganó su lugar en la historia de la esperanza ambiental.