El primer amor suele marcar la vida de la mayoría de las personas. Ese descubrimiento de sensaciones antes desconocidas, esa visión idealizada de quien ocupa nuestros pensamientos, esa percepción de vivir en un mundo único pese a lo común que resulta el sentimiento… todo se conjuga para imprimir un sello indeleble en nuestra existencia. La música tiene un efecto similar cuando la experimentamos en esta etapa de enamoramiento: nos remite a momentos donde nos gustaría residir por siempre, nos hace creer que pertenecemos a algo especial, y nos transporta a lugares y sueños donde somos las mejores versiones de nosotros mismos.
Lo anterior refleja fielmente uno de los mensajes más memorables de ‘Sing Street’ (d. John Carney), una modesta película irlandesa ambientada a mediados de la década de los 80, que encierra dentro de su estructura simple e inocente una verdadera reverencia a la música, a su naturaleza transgresora, a su poder para cambiar las vidas de las personas y a su capacidad de crear mundos y escenarios oníricos. Por si fuera poco, todo está acompañado de melodías espectaculares y de guiños nostálgicos a una época que generará añoranza en más de uno de nosotros.
Conor Lalor (Ferdia Walsh Peelo) es un adolescente más en una escuela secundaria de Dublín. El bully del instituto le hace la vida difícil, los religiosos a cargo de su enseñanza pecan de estrictos y su familia está inmersa en una crisis tanto económica como matrimonial. Un día el abrumado chico descubre a Raphina (Lucy Boynton) en la acera de enfrente. Ella es hermosa, cool y presume de tener “algo de experiencia” como modelo, así que Conor decide impresionarla de una forma infalible: pidiéndole que aparezca en el video musical de su grupo de rock.
El problema es que Conor no tiene un grupo de rock. Tampoco tiene instrumentos musicales, ni una instrucción formal como compositor. Pero su motivación es llamar la atención de Anna, y rescatarla de manos de un novio con auto propio que, sin embargo, escucha a Phil Collins. Es obvio que hay que ponerle remedio a la situación.
El protagonista entabla amistad con una sucesión de nuevos cómplices que le permitirán realizar su sueño. Está el avispado Darren (Ben Carolan), quien se convierte en manager del inexistente grupo y en su videógrafo particular. El talentoso Eamon (Mark McKenna) posee múltiples instrumentos y es capaz de interpretar todos ellos con cierta pericia. Ngig (Percy Chamburuka) es reclutado por su color de piel, básicamente (no te preocupes, el mensaje es todo menos racista). Larry (Conor Hamilton) y Gary (Karl Rice) se suman a la sección rítmica y pronto tienen el panorama abierto para conquistar el mundo.
Las primeras decepciones no desaniman a la banda, y el inocente video protagonizado por Raphina… no les queda tan mal. El panorama es prometedor, por lo que Conor redobla esfuerzos y comienza a transformarse gradualmente en un músico legítimo. Sus canciones contienen letras inspiradas por esa especial chica que es cercana y distante a la vez. Su rebeldía se manifiesta en una imagen progresivamente más audaz y novedosa para el grupo, que al fin adopta el nombre de ‘Sing Street’.
Conor es algo inseguro e inocente, pero el hermano mayor (Jack Raynor) que vive en casa le apoya a cada paso, aportando algo de su experiencia como veinteañero rebelde. La transformación del adolescente no es nada más cosmética, sino que descubre en la música un paraje donde realmente puede destacar, ser alguien.
El director y guionista John Carney tiene una experiencia valiosa en filmes de esta clase. Él fue la fuerza creativa detrás de la prodigiosa ‘Once’ (2007) y de la discreta ‘Begin Again’ (2013). Ambas cintas retratan el mundo de la música y sus protagonistas desde ángulos drásticamente distintos, pero al final de las cosas coinciden en resaltar la naturaleza transformadora de la labor creativa. En ‘Sing Street’ adopta muchos clichés del género, pero se sienten como referencias a una época en particular, errores calculados dentro de un filme que es fábula y remembranza en igual medida.
Los desafíos que los chicos de esta película enfrentan no son tan graves como para marcarles de por vida, pero el mundo que vamos descubriendo a su lado sí se presenta como un reto a las expectativas. Hay una poderosa metáfora visual en torno a un pequeño bote que sirve como pasatiempo para Conor y su familia, pero que también simboliza el escape a un universo más amplio, donde puede aspirar a un futuro al lado de una pareja idílica. ¿Es realista pensar de esta manera? No necesariamente, pero el entusiasmo que nos transmite es genuino y empático a la vez.
Podría hablarles mucho sobre el competente cuadro actoral, el gran trabajo de ambientación o las múltiples y memorables canciones que forman parte de ‘Sing Street’. O simplemente mencionar la brillante fantasía que Conor construye al imaginar el video del brillante tema ‘Drive It Like You Stole It’. Aun así no le haría justicia a la película como la suma de sus partes. Este verano fílmico fue francamente decepcionante en muchos aspectos, pero pequeñas joyas como esta producción nos reivindican con el cine en gran medida. Corre a ver este filme. Recuerda al Conor que alguna vez soñaste ser. Identifica a tu particular y propia versión de Raphina. Y por lo que más quieras, súbele el volumen al estéreo.
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