Es curioso cuando, en plena era moderna, nos enteramos que los científicos han descubierto alguna nueva especie animal. Para tener un mundo tan conectado, internetizado y documentado, el hecho de encontrar algo nuevo bajo el sol debería asombrarnos cada vez más, y sin embargo dicha capacidad de asombro suele diluirse en el mismo alud informativo que nos asalta día con día.
Ahora bien, pensemos un poco en lo que era el conocimiento humano en torno a la naturaleza a principios del siglo XIX: si bien el hombre se erguía ya como el máximo depredador sobre la tierra, la incertidumbre respecto a lo que el planeta encerraba en algunos de sus lugares más recónditos era ingrediente base para imaginar monstruos colosales, criaturas fantásticas y leyendas capaces de doblegar la voluntad del más bragado. Lo que los hombres no veían con claridad, o aquello que intuían ver en los momentos de asombro, constituía la materia prima de nuestros miedos y obsesiones.
La leyenda de Moby Dick, una colosal ballena blanca con bastante mala leche y nula disposición para tolerar al género humano, nació de un encuentro entre hombre y bestia que dejó bastante maltrecho al primer contendiente. Esta desigualdad entre el ser humano y las fuerzas de la naturaleza es el conflicto principal de ‘En el Corazón del Mar’ (In The Heart of The Sea, d. Ron Howard), aunque el auténtico dilema moral de la cinta reside en las decisiones que se deben tomar en situaciones desesperadas. La película es ambiciosa al querer abordar estos aspectos sin descuidar el elemento de espectacularidad, pero pronto descubrimos que el director parece haberse topado con su propia “ballena blanca” en el proceso.
La historia es narrada a través de una intensa remembranza por parte del borrachote Tom Nickerson (Brendan Gleeson), uno de los sobrevivientes del naufragio del buque ballenero ‘Essex’ en 1820. El viejo lobo de mar ha llegado a los últimos años de su vida atribulado por la culpa de lo que sucedió en ese fatídico viaje, pero es animado a revivir el incidente (con algo de prosaico dinero de por medio) por Herman Melville (Ben Whishaw), el joven autor que eventualmente escribirá la novela ‘Moby Dick’ a partir de este relato.
Nos remontamos 30 años en el tiempo para conocer a los tripulantes del ‘Essex’, donde el entonces joven grumete Nickerson (interpretado por el no menos joven Tom Holland) es tan solo una pieza menor dentro del complicado engranaje de personalidades que convivirán en el barco. La trama gira concretamente en torno a la difícil relación entre el inexperto capitán George Pollard Jr. (Benjamin Walker) y su primer oficial Owen Chase (Chris Hemsworth), un rudo arponero tan seguro de sí mismo que haría lucir a Kanye West como un tímido cantante de coro de iglesia. Chase es un prototípico héroe solitario, valiente como pocos y capaz de mantener la frialdad en los momentos más tensos, pero se nota en él un cierto aire existencialista reflejado en muchos de sus pensamientos profundos a medida que la aventura se complica.
Como en aquella época las aguas del Atlántico se encontraban prácticamente agotadas en lo que a ballenas se refiere, el ‘Essex’ se anima a probar suerte en un largo recorrido hacia el Pacífico, donde esperan hacer su agosto con la pesca a gran escala. La narrativa visual que el filme logra capturar sobre la laboriosa industria ballenera es un gran acierto, y Ron Howard se deleita conduciéndonos por este ambiente de una forma eficaz, aunque más de un animalista en la audiencia seguro se pronunciará por el bando contrario a los humanos al entender los pormenores de lo que significaba cazar ballenas de la forma más rudimentaria. Digamos que andar pinchando cetáceos con el fin de capturarlos y extraerles el aceite no era un negocio de lo más refinado.
De pronto los 21 tripulantes del barco se topan con una abundancia de mamíferos marinos a merced de sus arpones, pero los papeles no tardan en invertirse. Un colosal cachalote malhumorado y violento les hace astillas el navío, se escabecha a varios de los náufragos y deja al resto a merced de los elementos, a bordo de unas frágiles lanchitas. Chase y el resto de los sobrevivientes quedan a la deriva a más de 1,500 kilómetros de la costa más cercana, sin suministros y sin esperanza clara de ser rescatados.
Una vez que nos reconciliamos con la idea de que Thor (Hemsworth) y el nuevo Spider-Man (Holland) están en peligro de morir de hambre y sed en alta mar, la película tendría la obligación de establecer un ritmo dramático mucho más acentuado. Pero hay que decir que a Howard le faltó ahondar en las personalidades y motivaciones de sus personajes al principio de la trama, como para que nos importen un poco más las graves decisiones que afrontan una vez que todo se va al diablo. Sí, es desgarrador el ver el deterioro físico y mental de los náufragos, y el trabajo de caracterización es impecable en este sentido, pero hay veces que sentimos que nuestras reacciones a la desventura se deben más al talento del maquillista que a la convincente interpretación o a los diálogos bien estructurados.
Visualmente no hay queja alguna. Tanto la fotografía como la edición nos dejan estampas indelebles sobre la dura vida marítima y la terrible belleza natural de las aguas abiertas. La trama, desafortunadamente, peca de ambiciosa y se queda al borde de la grandeza a la que aspiraba en un principio. Mientras que la mancuerna de Howard y Hemsworth superó por mucho las expectativas en la cinta ‘Rush: Pasión y Gloria’ (2013), ahora nos dejan un poco insatisfechos con un producto que podría haber llegado lejos, sobre todo al balancear el desigual guion de Charles Leavitt.
Pese a sus carencias, ‘En el Corazón del Mar’ es la clase de película donde el heroísmo y el miedo conviven en cierta armonía. La trama se hubiera beneficiado decidiendo desde un principio qué clase de “saga de alta mar” quería ser, pero eso no le resta méritos a la hora de contarnos los destinos del ‘Essex’ y sus marineros. Los monstruos marinos de antaño ya no son lo que eran, y quizá hemos dejado de preguntarnos qué extrañas criaturas moran las profundidades de los océanos… pero el encontrarnos con algo más allá de nuestra condición de “especie dominante” siempre será aleccionador.
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