La soledad y el aislamiento son armas de dos filos: en el mejor de los casos proveen oportunidades de introspección, de encontrar respuestas a males que nos aquejan sin influencia de terceros, en la plena honestidad que surge cuando nuestro entorno es más íntimo. Ah, pero la faceta menos agradable de estar solos es aquella en la que no hay nadie que nos juzgue, nadie que cuestione nuestras malas decisiones, ni esclarezca nuestro panorama cuando nuestro juicio se nubla.
¿Qué pasa cuando esa soledad ocurre aun cuando estamos acompañados de alguien? ¿Y de alguien que, por lazos de sangre, debería ser la persona más empática, comprensible y sensata al momento de hacernos entrar en razón? Estas son sólo algunas de las preguntas que surgen al analizar con detenimiento ‘Dulces sueños, mamá’ (‘Ich seh, ich seh’, d. Severin Fiala, Veronika Franz), un filme de terror psicológico proveniente de Austria que constituye una interesante exploración en torno a acertijos visuales y silencios interpretativos, revelando gradualmente detalles que nos permiten aceptar la lógica de su intenso y violento desenlace.
La acción comienza en la campiña austriaca, donde los hermanos gemelos Lukas y Elias (interpretados por los gemelos de la vida real Lukas y Elias Schwarz) pasan los días divirtiéndose como lo hacen los niños de diez años alejados de la omnipresencia de un iPad o un Nintendo: saltando en trampolines, explorando el bosque, jugando a las escondidas en un sembradío de maíz, coleccionando escarabajos y nadando en un estanque. La soledad abruma un poco, y nos preguntamos constantemente dónde está la supervisión adulta para este par.
El elemento de autoridad llega rápidamente en forma de la madre de ambos (Susanne Wuest), una esbeltísima figura con el rostro totalmente cubierto de vendajes. De inmediato notamos algo raro en la dinámica de este diminuto núcleo familiar: los niños la miran con recelo. Ella no les prodiga cariño ni demuestra añoranza alguna por tenerlos a su lado. Es más bien autoritaria, inflexible. Detrás de la fachada rígida notamos algo de fragilidad, de vulnerabilidad por una autoestima mermada. Vamos, todo indica que su cara acaba de pasar por un delicado procedimiento de cirugía estética, pues la mujer aparentemente es una popular animadora de televisión. Sin embargo la historia se cuida de no darnos muchos detalles explícitos, sino que nos invita a llegar a estas conclusiones sin confirmación clara.
Los gemelos empiezan a dudar: ¿esta mujer es realmente su mamá? ¿Y si se trata de otra persona, pretendiendo ser ella? Las actitudes de la convaleciente no ayudan a disipar el recelo. Ella pasa de una necesidad casi genuina de cariño a reprimendas insensatas y exageradas. Mamá ignora descaradamente a uno de los menores… ¿pero por qué? ¿Estamos presenciando un claro fenómeno de esquizofrenia, o se trata de crueldad pura? Las incógnitas no se develan fácilmente. Y el aislamiento de esta tercia de inadaptados en la fría y moderna casa en medio de la nada tampoco conduce a cercanía o comprensión mutua. Oh, no. Todo se dirige vertiginosamente a un despeñadero, y la inevitabilidad de estos hechos hace crecer la tensión con cada minuto que pasa.
Es preciso decir que lo que hace bien ‘Dulces sueños, mamá’ es mantener nuestra incomodidad a flor de piel durante todo su desarrollo. Los niños no son esos angelitos adorables que nos facilitarían el tomar bando por ellos. De hecho hay algo raro en la dinámica que priva entre ambos. Pero la madre tampoco es una perita en dulce, y los complejos que oculta dentro de sí están destinados a quedar expuestos mucho antes de que ella pueda quitarse las vendas que le tapan el rostro. No estamos ante una cinta de horror convencional donde parejas histéricas huyen despavoridas de un enmascarado con machete en mano. No hay monstruos fantásticos ni espectros de ultratumba. Sólo hay dos hermanitos con demasiado tiempo libre en sus manos y una mamá que quizá ni siquiera sea quien dice ser. Eso puede generar mucho más miedo que otra cansada película con un asesino descuartizador o con “fenómenos paranormales” captados en cámaras de video casero.
El final de la película revela un supuesto giro que muchos miembros de la audiencia adivinarán casi desde el inicio, pero no por ello se arruina la experiencia completa de este filme. La fotografía es elegante y nítida, permitiéndonos apreciar la belleza del entorno pero también sus aspectos más crudos. Casi no hay diálogo, pero muchos de los largos silencios nos proyectan más claridad que los clichés argumentales que pueblan el género del horror. Y lo mejor de todo: al salir de la sala nos quedan en el aire muchas preguntas que quisiéramos responder viendo la cinta por segunda ocasión… sólo que eso significaría repetir desde el inicio la incómoda experiencia por entero. No soy tan masoquista, así que creo que me quedaré pensando en soluciones que me permitan dormir más tranquilo.
En resumen, ‘Dulces sueños, mamá’ ofrece un escape a las fórmulas convencionales del terror y el suspenso, y eso siempre es algo bueno. Quizá haya quien encuentre su ritmo pausado y su tensión ascendente como algo que desespera en lugar de entretener, pero en lo personal me da gusto que haya cineastas como Fiala y Franz, dispuestos a abordar el mismo miedo pero desde un ángulo distinto. Dale una oportunidad.
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