Hoy es le voy a platicar de mí, de mi infancia, de la infancia de muchos de nosotros.
Recuerdo aquellas mañanas de abril, frescas, en las que iba a la escuela emocionado y corriendo, con ganas de ver a mis amigos, no recuerdo nunca un “hoy no quiero ir”, sabía que me esperaba el recreo, el lonche en mi mochila, mis amigos, la niña que me gustaba.
Recuerdo comer rápido para irme a jugar lo más pronto posible, tomar agua del bebedero, así como así, nada de aguas embotelladas y mucho menos refresco, cuando el bebedero estaba ocupado y con fila, a unos pasos estaba una llave en la que con solo juntar tus manos tenías un vaso y ya estabas tomando agua.
¿Qué tenía el agua de aquel tiempo?, no lo sé, pero era un sabor entre jarro y cielo que no he vuelto a probar en mi vida, refrescaba hasta el más tieso y después de un buen partido de fut, te quitaba la sed mejor que cualquier bebida deportiva que ahora conocemos.
En el salón, el maestro era la ley, no se discutía y si nos encontraba jugando después de la escuela en la calle, tenía autoridad para mandarnos a casa: “a ver chamacos, ¿qué horas son estas para estar en la calle, vamos, todos a casa”, apenas escuchábamos al maestro y tomábamos nuestras mochilas y nos íbamos a casa.
Que esperanzas que una madre le fuera a reclamar al maestro porque había reprendido a su hijo o porque el chamaco había sacado bajas calificaciones, la culpa era del burro del mocoso y de nadie más, así que a estirarle las orejas para que aprendiera a echarle más ganas y a aprender mejor.
Fuimos sobrevivientes, unos verdaderos super niños, pues nunca usamos casco, rodilleras ni nada que se le pareciera para andar en bici o en patines, si de esos patines de cuatro ruedas metálicas que se fijaban al tamaño del tenis, ¿y qué me dicen del cinturón de seguridad?, ¿o eso de que los niños van en el asiento de atrás?, es más no me acuerdo en mi niñez de haber visto un cinturón o de adulto alguno que lo usara, ¿ir en el asiento de atrás?, caray, si a camioneta de mi papá no tenía más que un solo asiento, y viajar a su lado así, era lo máximo.
Ahora que cuando la cabina de la camioneta se llenaba, no quedaba otra más que mandar a la caja de atrás de la camioneta a los especímenes más aptos, más fuertes… a los niños, si, nosotros nos sentábamos en la parte de atrás y la joroba de las llantas era la parte que todos peleábamos, ahora que si la camioneta o camioncito tenía redilas de madera, como dio la nana Goya, “es otra historia”.
Los niños de antes, éramos el control remoto de nuestros padres, si algún niño de ahora lee esto, déjame decirte que antes las televisiones no tenían control remoto, es más, solo tenían trece canales y se le daba vuelta con una perilla que sonaba como matraca descompuesta, es más, para acabar pronto, las teles, en su mayoría eran a blanco y negro, y a lo mucho había dos o tres canales, por cierto…¿a alguno de ustedes les tocó hacerla de antena y escuchó aquella frase de “ahí está bueno, no te muevas, no sueltes la antena”?, si, fuimos niños-antena.
Muchos fuimos el DJ de nuestros papás y mamás, pero con consola, ellos evitaban la fatiga y nosotros éramos los buenos para poner los discos de Pedro Infante, Antonio Aguilar, Piporro, Los Panchos entre otros más, y claro, subir y bajar el volumen al antojo de nuestros mayores.
Algunos hasta fuimos “cantineros de buró”, sí, cuando los papás nos pedían que les abriéramos otra cerveza o que le pusiéramos “un chorrito de coca a la cuba”.
Los niños de antes teníamos nuestras defensas más fuertes que un camión de valores, díganme si no es cierto, así como nunca usamos cinturón de seguridad, tampoco usamos jabón hipolargénico o antibacterial, es más creo que jamás conocí a algún niño que tuviera una “alergia”.
Jugábamos bajo la lluvia, brincábamos en los charcos, quizá algunas veces nos enfermamos, pero no había caldo de pollo que no nos curara.
¿Alergias?, ¿cuáles?, todos comían de todo y sin chistar, ¿a poco alguna vez escucharon a un mocoso decir que les hicieran de comer otra cosa porque eso no les gustaba?…yo tampoco.
Curiosamente los niños de antes salíamos de la escuela, hacíamos un poco de tarea y nos poníamos a jugar toooda la tarde, que para eso éramos niños, solo regresábamos a casa hasta que escuchábamos a nuestras madres gritar nuestro nombre en la calle.
Jugábamos a las escondidas, a empujar una llanta vieja por horas, al brinca tu burro, las canicas, el trompo, los quemados, los listones, las cebollitas, el avión, claro, sin olvidar los partidos de fut o de béisbol.
Cuando nos dejaban veíamos un rato de televisión, veíamos al tío Gamboín sus caricaturas, era nuestro tío, el tío de todos.
Bullying, ¿qué era eso?, no conocíamos el Bullying la mayoría teníamos apodos, estaba el canica, el chanate, el pingüica, la taza (nomás tenía una oreja), el topo, el frijoles (se aventaba unos bien apestosos), el moco yo-yo (siempre se le salí al moco y lo succionaba con la nariz).
Parece que a nadie le afectó, no conocí a nadie que se suicidara o se traumara por eso, quizá por eso somos lo que somos.
Nuestros padres no eran nuestros mejores amigos, ni falta que hacía, eran nuestros padres, nos mantenían, nos educaban, nos corregían y eso era suficiente, con sus errores y aciertos, pero nuestros padres al fin, para ellos no era tan importante ser lo padres perfectos, o al menos eso parecía, y después de todo, parece que no lo hicieron tan mal y nosotros no salimos tan peor…¿verdad?
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¡Hasta el próximo Sábado!
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