Hace unos años fuimos los anfitriones del Congreso Internacional de Psicoanálisis en la Ciudad de México por primera vez. No fue empresa fácil debido a que la Asociación Americana se negaba a que fuera aquí debido a nuestros índices de violencia e inseguridad.
Es por eso que parece hubo una especie de “autocensura” y no hubo ponencias respecto a los efectos de la violencia en nuestra vida psíquica y emocional. También es cierto que, a veces, la mejor forma de lidiar con estos temas en la cotidianidad es mediante la negación, tristemente.
Desde principios del siglo pasado se han estudiado los efectos psicológicos de la agresión en el ser humano. Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis, tenía a dos de sus hijos en el servicio militar durante la primera guerra mundial y se interesó ampliamente en lo que entonces se llamaba “Neurosis traumática” o “neurosis de guerra”.
En aquel entonces él consideraba que el efecto más notorio de un evento traumático sobre la mente era la “compulsión de repetición”, esto es, los afectados por la violencia bélica volvían a revivir una y otra vez el evento traumático, cómo si el aparato psíquico, necesitara revivirlo para así pode dar paso a su tramitación psicológica.
Síndrome de Estrés Postraumático
Hoy en día hablamos del Síndrome de Estrés Postraumático (SEPT), que es un trastorno psicológico clasificado dentro de los trastornos de ansiedad y que es generado por la exposición a un trauma ya sea físico o psicológico extremo, como lo puede ser la muerte de alguien cercano, la amenaza a la propia vida o a la integridad física o mental.
El evento traumático es suficientemente intenso para provocar que las defensas mentales no puedan tramitarlo y asimilarlo y genera en la víctima terror, desesperanza e impotencia.
El SEPT se caracteriza porque el suceso traumático es re experimentado persistentemente a través de recuerdos, imágenes intrusivas, pensamientos recurrentes, sueños o pesadillas. Se vuelve a experimentar el afecto que suscitó el evento en forma casi igual de intensa, y el cuerpo reacciona de la misma forma, con agitación y miedo.
Es natural que la víctima no desee regresar al “lugar de los hechos”, ni recordarlo o hablar de ello. Frecuentemente se le puede notar deprimida, ansiosa o distraída, y percibe su futuro con un gran pesimismo y desasosiego. Esto genera brotes de insomnio, irritabilidad y deterioro en sus actividades laborales, académicas o personales.
Como muchos de nosotros, yo también he sido víctima del crimen (un asalto a mano armada y un robo en casa, ambos sin violencia) y, además de la recurrencia del evento en mi mente a través de sueños e imágenes, sufrí de pensamientos paranoides, en los que pensaba que muchas personas de mi entorno estaban involucradas en mi robo, o que aún me seguían vigilando.
Así mismo, escondía mis pocas cosas de valor restantes en los lugares más recónditos de mi casa, y luego no podía encontrarlos y no sabía entonces si habían sido robados junto con todo lo demás. En fin, en retrospectiva, puedo asegurarles que sufrí de una “locura temporal”.
Esta “locura”, en los casos más leves, suele durar un mes aproximadamente y remite por sí misma. Sin embargo, nuestro país nos coloca en un lugar donde “ya no es lo duro sino lo tupido” lo que sumado al grado de violencia sufrido puede generar que la evolución del Síndrome de estrés Postraumático no sea tan afortunada y requiera de tratamiento psicoterapéutico y a veces hasta farmacológico.
Nuestras vidas se han llenado de relatos dolorosos y atemorizantes de agresión y muerte, así también los consultorios de aquellos que nos dedicamos a la salud mental.
Día a día tenemos que salir a la calle y dejar salir a nuestros seres queridos tratando de no pensar en todas las amenazas que nos rodean y que los medios nos restriegan como sal y limón en las heridas.
Los efectos de la violencia en nuestra integridad psicológica y emocional aún no han sido analizados a fondo y necesitamos ponernos las pilas y no hacerle juego a la negación.