El Hollywood que no volverá

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El ingrediente más claro dentro del fenómeno de “vender nostalgia” es, como lo afirma Don Draper en ‘Mad Men’, es que hay un ansia por encerrar en nuestra existencia cotidiana los elementos felices de un pasado irrecuperable. El tiempo pasa para no volver, y no hay forma real de recrearlo más que a través de recuerdos que tienden a disiparse.

gallery-item05En un año de nostalgia por un Hollywood clásico, el filme más relevante es ‘La La Land’ (d. Damien Chazelle). No solamente debe su protagonismo reciente a la oleada de galardones y distinciones de la industria cinematográfica, en forma de un récord de victorias con 7 Globos de Oro y 14 nominaciones al Oscar. Es preciso entender que su mera existencia, en los tiempos actuales, constituye una especie de última afrenta ante tiempos complicados para la industria gracias a un clima social volátil y dividido.

Pero dejemos la minucia política a un lado: la historia comienza con un espectacular montaje musical en uno de los familiares embotellamientos de tráfico para quienes viven y sueñan en triunfar en Los Ángeles, California, tierra que encapsula a la perfección un ideal norteamericano de superación frente a la oportunidad y frustración cuando las circunstancias conspiran en nuestra contra.

gallery-item00Una de las afectadas por este vaivén de emociones profesionales es la inquebrantable Mia (Emma Stone), quien subsiste como barista en una cafetería adjunta a los estudios de cine donde algún día añora desarrollarse como actriz. Sus peripecias malabareando audiciones con lattes son un mandato diario, pero parece encontrar cada día un último motivo para seguir intentando lo imposible.

En el transcurso de la historia su vida se intersecta con la de Sebastian (Ryan Gosling), un bohemio pianista de jazz empeñado en vivir de un estilo musical en franca retirada y con una imagen personal que explota el encanto “retro” con la pasión de un anticuario. Sebastian muere un poco cada vez que un club clásico de jazz cambia de giro para vender “samba y tapas”, cada vez que tiene que interpretar covers pop de los 80s en fiestas de la industria y cada vez que se desplaza en su leviatánico convertible ocho cilindros entre un mar de sensibles Prius. El pianista es más que un conservador cultural: es una especie en vía de extinción.

gallery-item08La relación entre Mia y Sebastian comienza con animadversión mutua, pero evoluciona gradualmente entre desencuentros y posturas dispares ante la vida, formas de resaltar que aún en sus experiencias de desilusión encuentran la manera de creer en el talento del otro. El director y guionista Chazelle incorpora a la historia de forma sutil un tercer personaje omnipresente: la ciudad misma. Cada encuentro de la pareja nos brinda una lección subjetiva de lo que Los Ángeles fue alguna vez, y lo que ha sido de su esplendor en una época que se precipita gradualmente hacia esa memoria idílica.

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Cuando la trama de ‘La La Land’ termina por juntar a sus protagonistas, descubrimos también que los logros compartidos no son siempre el ingrediente ideal para solidificar relaciones. Mientras Sebastian encuentra una oportunidad laboral que no le entusiasma mucho como músico en la gira de un viejo amigo (John Legend), Mia invierte el poco esfuerzo y voluntad a su alcance en un monólogo teatral que suena más a un intento desesperado por subsistir que a un futuro éxito con críticos y público.

El deterioro gradual de una potencial historia de amor épica es otro elemento que la película logra reflejar con efectividad gracias a la química patente entre Stone y Gosling. Hay algo empático al verles cantar y bailar sin que ninguno de los dos sea un profesional en ambas disciplinas, una ejecución que nos hace sentir como si estuvieran interpretando versiones karaoke de sus propias vivencias. El hecho de que la historia incorpore varias escenas inspiradas en las experiencias de sus actores protagónicos nos habla de una eficaz maniobra por parte del director para brindar autenticidad a la película sin necesidad de explotar los clichés más mancillados.

gallery-item06Pero seamos francos: ‘La La Land’ realmente brilla en los interludios de canto y baile. Si bien la ambientación es preciosista al extremo, librándonos de un Los Ángeles de graffiti y estética de “reality show”, hay que admitir que se las arregló para transportarnos espiritualmente al cénit de los filmes musicales clásicos. Hay decenas de breves homenajes a las películas más significativas del género, pero siempre se conserva la esencia de dos tipos normales viviendo en una especie de “set” donde parecen ser los únicos que escuchan a la orquesta instándolos a bailar y cantar.

La sensibilidad melómana de Damien Chazelle había quedado más que cimentada en la aclamada ‘Whiplash’ (2014), pero mientras esa película lidiaba con los aspectos más obsesivos de la música, esta obra se concentra en recalcar lo mucho que perdemos cuando los estilos van perdiendo vigencia o se muestran renuentes a la evolución. Cuando el amigo músico de Sebastian le reclama el ser tan conservador respecto al jazz, argumentando que esa postura es justo la que ha ido aniquilando al género, escuchamos razones que dan a entender por qué era tan importante realizar un filme de esta índole justo en la época en la que un grupo de ejecutivos de estudios seguramente comenzaría por decretarlo como un anacronismo destinado al fracaso.

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gallery-item03Nada está más lejos que el fracaso para esta historia. Puedes ser fan o no del género, pero no se puede negar que las actuaciones de sus protagonistas cumplen más allá de lo requerido por la trama misma. La edición fílmica imprime un ritmo y una cadencia que se sostiene durante toda la progresión dramática, la fotografía es un deleite, las coreografías imprimen dinamismo y la letra de los temas narra una historia coherente, lógica y hasta descorazonadora, donde una secuencia imaginativa nos permite atisbar a una trama alterna que le haría justicia al clásico “final hollywoodense”, donde todos serían felices para siempre.

Sin arruinarles el final, basta entender las motivaciones detrás de ‘La La Land’ para saber que no aspira a darle ese gusto simple a la audiencia en masa. Es común decir que películas como esta o como la reciente ‘Hail Caesar!’ de los hermanos Coen son “cartas de amor” a Hollywood. Yo más bien creo que son cartas de despedida, llenas de añoranza y resignación a la modernidad. La industria fílmica en California lleva años experimentando el éxodo de sus producciones hacia distantes destinos dentro de un mundo globalizado. La “Meca del Cine” es un grupo más de grandes lotes, fachadas ficticias y comunidades de artistas aspirantes que sueñan un sueño desplazado por la celebridad de YouTubers o personalidades virales. Y el ocupante actual de la Casa Blanca parece estar en guerra contra los artistas en un afán petulante por ser la única estrella en su propio, gran escenario. Ese Hollywood de antaño se esfumó hace mucho, pero es una fortuna que películas como ‘La La Land’ nos recuerden que esas glorias alguna vez fueron un sueño de complicidad con la audiencia.

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