Se llamaba Jesús y murió para salvar gente que ni conocía

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Resortera de Mesquite

—¿Y ora tú, pos que traes? –me preguntó la abuela Licha-

— Vamos a tirar con las resorteras abuela -le contesté corriendo a mi cuarto-

— Hay te lo haiga si me entero que andas matando pajaritos

— No abuela, a los pájaros no, vamos a tirarles a los botes que y botellas que recogimos

Acá entre nos, el Pingüica y el Chanate si le tiraban a los pájaros, bueno, a los pichones, pero eran para llevar a la casa y que les hicieran un buen caldo.

—¿Y que no piensas almorzar?

—¿Me pones unas gordas?… es que todos van a llevar su comida y allá comemos

— Anda muchacho de porra, orita te las relleno, lo bueno es que tengo hechas

— Abuela… ¿me pones unas para el Chante y el Pingüica?

La Abuela Licha nomás soltó un suspiro, pero tanto ella como yo sabíamos que mis dos amigos había veces que solo comían una vez al día.

Me gustaba cuando los sábados nos íbamos temprano por la mañana a tirar con las resorteras, le tirábamos a la latas, botellas y hasta tumbábamos piedras que previamente poníamos encima de piedras, y no es por nada, pero yo era buenazo.

Después de tirar un rato nos fuimos a almorzar debajo de un árbol lo que nos habían puesto en las servilletas, yo saqué de la bolsa lo de mis amigos y mío.

— Ora Pingüica y Chanate, no se les vayan a atorar –dijo el chato-

— Péguenles en la espalda para que no se les atoren las gordas –dijo burlón el Quico-

— Estos nomás muerden y pasan… ¡ni mastican! –señaló Lolo-

El Pingüica y el Chanate ni caso les hicieron y sin dejar de comer, nomás se rieron y siguieron metiéndole el diente a las gordas que nos había hecho la abuela.

El chamuco no duerme.

Después de echarnos nuestras gordas, nos quedamos un rato reposando la comida y viendo para el cielo, creo hace mucho que no veo un cielo tan azul como aquellos, creo que ya no veo tanto para el cielo como cuando era niño.

— Oigan… ¿y si vamos para el huerto a ver que encontramos? –dijo el Chanate-

—¿A cuál huerto? –pregunté-

— Pos al de Don Santos –respondió el Chante-

—¡Tas pero loco! – dijo el Pingüica- si nos ve nos da con la escopeta.

— Si, ese viejillo está loco –comentó Lolo-

— Dice mi apá que una vez, hace mucho, se metieron unos niños y nunca los encontraron –dijo el Chato pelando los ojos-

— Pos si, pero ya están los árboles llenos de fruta –dijo el Chanate-

Esas fueron las palabras claves: llenos de fruta y obvio si nos metíamos de contrabando la palabra no dicha pero entendida era… Gratis.

Y a esa edad, pues se nos hizo fácil y ahí vamos al huerto, nos metimos por debajo de una de las cercas de púas que estaba con un pozo debajo, quizá lo habían hecho otros chamacos como nosotros, o quizá unos perros, o coyotes, quien sabe.

Raspados y aterrados, pero finalmente estábamos del otro lado del cerco y como decía mi abuela: “a lo que te truje chencha”, lo primero que encontramos fue las higueras y decidimos quedarnos a comer higos, para luego pasar a las uvas y rematar con las granadas.

En aquellas épocas, quizá las bacterias no se habían inventado, porque no lavábamos nada y nada nos hacía daño, eso sí, terminábamos con la lengua escaldada, pero nomás.

Quien sabe cómo pasó, pero después de esa comilona nos quedamos a descansar y sin darnos cuenta nos quedamos dormidos o como quien dice, “nos dio el mal del puerco”, pero unos minutos después el destino nos tenía preparada una sorpresa.

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—¡Ay mamacita chula! –escuchamos la voz desgarradora de el Chato-

—¡No por diosito danto, no por favor! –alguien más gritó-

Luego otros gritos, yo abrí los ojos e intenté huir, pero era imposible irme, una porque estaba modorro y no reaccionaba bien, y otra porque vi como mis amigos estaban hincados suplicándole a Don Santos, el dueño del huerto, mientras nos apuntaba con su escopeta.

Al banquillo de los acusados.

Una hora después estaba en la casa de la Abuela Licha sentado en el banquillo de los acusados…acompañado del Chanate y el Pingüica.

—¿Así que se metieron sin permiso a la Huerta de Don Santos? –preguntó la abuela-

— Pos…pos su abuela –contesté bajando la cabeza-

— Así sabiendo cómo se las gasta ese señor ¿y les importó un cacahuate verdad? –dijo viendo al Chanate y al Pingüica-

— Pos es que este nos dijo que si nos metíamos –contestó el Pingüica señalando al Chanate-

—¿O sea que si este les dice que se avienten desde un barranco, ustedes se avientan verdad?

— No pos no abuela –contesté-

— A ver los tres, entonces, ¿se metieron sin permiso, y a escindidas comieron sin pagar, verdad?

Nosotros nomás movimos la cabeza afirmativamente.

— Bueno –dijo la Abuela- el fin de semana que viene se van a ir a ayudarle a Don Santos en la huerta, no habrá más paga que el de tratar de enmendar el error que cometieron…¿estamos?

Calladitos y sin chistar movimos la cabeza de nuevo.

— Ahora, ustedes dos, a sus casas que ya es tarde, que yo mañana hablo con sus papás –dijo dirigiéndose al Chanate y al Pingüica.

Cuando mis amigos se fueron, me sentí como conejo lampareado, sabía que venía otra tanda para mí, pero ni hablar, había que apechugar.

— Los amigos pueden ser una buena influencia, pero a veces nos dan ideas o consejos que nos pueden perjudicar, siempre es mejor escuchar la voz de uno mismo, pero no la de la boca, sino la de adentro, porque esa difícilmente se equivoca –me dijo la abuela en un tono más tranquilo-

— Perdóname abuela, ya me di  cuenta de que la regué, ya no lo vuelvo a hacer.

— No mijo, se dio cuenta que la iba a regar dese el principio, pero aun así lo hizo

— Pos si, y todo por hacerle caso al Chanate –dije con voz baja-

— La decisión de hacerle caso a la gente, a los amigos está en uno y en nadie más, aprenda de Jesús.

—¿Cuál Jesús abuela?

—¿Cómo que cual Jesús?, pos el que dio la vida por gente que ni conocía.

— Ah, ya, el de la Biblia ¿verdad?

— Bueno, ese era otro, pero a ese Jesús ya le habían dicho que iba a resucitar, pero al de acá al de México nadie le dijo nada y dio su vida por salvar gente.

— No abuela, no lo conozco

— Ay mijo, ¿Qué no has escuchado el corrido de la máquina 501?

— Se me hace que si, pero no me he fijado

— Ese es el problema, oyen pero no escuchan, venga siéntese pa acá.

Fuimos de la sala a la cocina y la abuela puso un disco en la consola y luego se sentó.

— Jesús García era un joven que apenas pasaba los 20 años, todos lo conocían como “El Güerito García”; el sábado por la noche él estaba cantándole serenata a su prometida María de Jesús cuando le fueron a avisar que el maquinista de donde trabajaba se había enfermado por lo que tenía que relevarlo.

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—¿Y en que trabajaban abuela?

— Llevaban explosivos a la mina, pero deja te sigo contando, ya en  la mañana, Jesús nomás llegó a cambiarse para ir al trabajo, no era parrandero, no fumaba ni tomaba, nomás tenía tres quereres, su novia, su mamá y las locomotoras, al medio día pudo ir a comer y se despidió de su mamá, dicen que le dijo: “Me voy madre, que el destino me está esperando”

—¿Qué abuela, que le esperaba?

— Cuando regresó al trabajo, iban atrasados porque se apagó una caldera de la locomotora, así que tuvieron que ir más rápido con los viajes de la dinamita, entonces en lugar de poner  las góndolas de dinamita al final, las pusieron pegaditas a la máquina que funcionaba con leña.

Yo sentía que estaba viendo todo, incluso podía oler la leña quemándose y el sonido de la locomotora.

— Ya en el camino, con el viento en contra, Jesús se dio cuenta de que el carro con dinamita, se iba incendiando, por lo que trataron de apagarlo, pero fue imposible, entonces José el fogonero dijo: ¡Jesús vamos a bajarnos que esto se viene quemando!

—¿Y que hizo Jesús abuela?, ¿se bajaron?

— El tramo no era largo, pero lo malo es que iban de subida, y si se paraba, el tren se iba a regresar, ¿te imaginas la cantidad de personas que iban a morir?, además en el patio de maniobras había miles de kilos más de dinamita, nomás en el tren que llevaba Jesús eran diez toneladas.

—¡Todo hubiera explotado abuela!

— Así es mijo, entonces, Jesús le dijo a su gente, que él no sería el causante de que muriera toda la gente y ordenó al garrotero y al fogonero que saltaran, pero que él no soltaría la palanca, sabía que no había de otra, en ese trayecto no había agua.

—¿Y luego abuela?, ¿se salvaron?

— Jesús bajó un poco la velocidad y el garrotero junto con el fogonero saltaron a una maleza, entonces, Jesús jaló la palanca y le dio toda la velocidad a su locomotora a su “Maquina 501”

—¿Y Jesús Abuela, qué pasó con Jesús?

— Se escuchó una fuerte explosión que sacudió a Nacozari, rompió vidrios y la tierra se cimbró

— Abuela… se murió.

— Dicen que la locomotora desapareció y Jesús con ella, aparte de él otras doce personas que trabajaban en las vías murieron, pero se salvó todo el pueblo con cientos de personas.

—¿Y su novia, y su mamá?

— María de Jesús la mujer con la que se iba a casar Jesús ese año al enterarse de la muerte de su amado, cayó enferma y al poco tiempo después  murió, dicen que fue de pura tristeza y su madre Doña Rosa no dejó de llorarle ni un solo día.

Luego la abuela puso la aguja en el disco y una voz aguardentosa salió de la consola la canción del corrido de “La máquina 501” o el Héroe de Nacozari y por primera vez la escuché, solo que ahora con el corazón chiquito.

♪♫ Desde ese día inolvidable, tú te has ganado la cruz

Tú te has ganado las palmas eres un héroe Jesús

Máquina 501 la que corría por Sonora

Por esos los garroteros el que no suspira llora ♪♫

 

¡Hasta la próxima semana!

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