Juanito, el niño que quería ir a las Olimpiadas.
¿A cómo los cocos?
Corría el año de 1980, y los juegos Olímpicos se celebrarían en Rusia, recuerdo que la mascota era un osito, no fueron unas olimpiadas “comunes” pues recuerdo que sonó mucho aquello que los gringos no asistirían, la nota estaba en los periódicos, aparte de Estados Unidos, tampoco estarían Canadá, Alemania (federal), China y Japón.
Quizá por eso había mucha expectación, algunos decían que no iba a ser lo mismo sin los gringos y los otros países, pero nada más alejado de la realidad, pues se rompieron 33 record mundiales a pesar de que eran menos países.
En la casa de Doña Concha y Don Jesús (los dueños de la tienda grande), nos cobraban 10 centavos al 2×1 para ver la tele, si, por 10 centavos entrabamos dos a ver toda la tarde lo que quisiéramos, bueno, eso de toda la tarde era un decir, porque no teníamos programación todo el día en el rancho, pero eso sí, Don Jesús y Doña Concha eran muy comprensivos, nos dejaban ver los resúmenes en le noche si ya habíamos pagado en la tarde.
Lo feo de ver la tele en la noche era que llegaban señores amigos de Don Jesús, y ya no querían que habláramos ni que gritáramos, es más a algunos nos tocó hasta coscorrón por parte de estos señores.
— Ora, ora, ¿por qué me da coscorrón? –preguntó el Pingüica a uno de los señores.
— Pa ver si así te callas chamaco, que no dejas oír –contestó el Marro.
— Pero si no están diciendo nada, están los comerciales –respondió el Chanate defendiendo a nuestro amigo.
—¡Usté cállese! –dijo el Marro dándole otro zape al Chanate.
Así que mejor ni los defendí, porque seguro que el siguiente iba a ser para mí.
— Ni que hubieran pagado… vienen de gorra porque son amigos de Don Jesús –dijo en voz baja el Pingüica.
—¡Ya te oí muchacho malcriado, ¿quieres otro coscorrón? –dijo Chilo el otro amigo de Don Jesús mientras mostraba la posición del “coscorrón mortal”.
Y como decía mi apá, nomás al pendejo le pegan dos veces por lo mismo, nos quedamos callados esa noche.
Juanito el campeón de…nada.
Juanito era un ser amable, bonachón, siempre con una ocurrencia, parecía un niño, bueno, nosotros éramos niños, pero él parecía un niño más chico aún, incluso cuando entramos a la secundaria, él seguía siendo el mismo niño.
— Cuando sea grande voy a ir a las olimpiadas –decía Juanito mientras veíamos las competencias.
— A ver, ¿y de que vas a ir? –preguntó el Chanate.
— No pos no se –contestaba Juanito levantando las palmas de la mano hacia el cielo y encogiendo los hombros.
— Tienes que ser campeón para ir, allá nomás van los meros, meros… ¿Ya eres campeón de algo? –lo cuestionó el Pingüica.
— No, todavía no, pero ya merito –dijo Juanito mientras le daba una mordida a su muégano.
En el rancho las palabras se las lleva el viento, pero no para olvidar, como en otras partes, acá se las lleva el viento para viajar, para ir de persona en persona y que todo el mundo se entere de todo y de todos, por eso cuando Juanito pasaba, la gente le preguntaba:
—¡Quiubo Juanito!, ¿ya mero eres campeón?
Y Juanito contestaba:
—¡Todavía no, pero ya merito!
como cuando otros le gritaban:
—¿Cuándo te vas a las Olimpiadas Juanito?
El firme y categórico respondía:
— Nomás que me avise el presidente
Como se han de imaginar, la gente reía de las ocurrencias de nuestro amigo.
Las Olimpiadas de Moscú fueron las primeras en tener una mascota en la historia, se llamaba “Misha” y era un simpático osito que apareció en la clausura, se veía gigantesco.
—¡Viene con unos globos! –dijo Rosita la primilla de José.
—¿Achis, y cómo los agarra? –preguntó el Chanate.
— Pos con la mano menso –le contesté.
—¿Con la mano?, ¿a poco es de a de veras?
— Pos claro que no, es un mono –les dije.
Minutos después que les dije que era un mono gigante, el Osito “Misha” comenzó a mover las manos, mis amigos me voltearon a ver azorados.
—¿No que era un mono? –me dijeron.
No sé ustedes, pero en aquellas épocas éramos más inocentones, pero sospecho que eso no se lo tragaría un chamaco de ahora.
Ese día de la clausura, en el estadio se vio al osito en el campo y a otro de fondo en las gradas del estadio, fue hecho con puros cartones de colores que finalmente formaban el osito, lo sorprendente (en ese entonces para nosotros) fue que gracias a la magia de la sincronía de las personas que estaban detrás de los cartones, ¡el osito comenzó a llorar! Y no es por intrigar, pero a algunos de nosotros se nos hizo un nudo en el cogote.
El que de plano no detuvo las lágrimas fue Don Fernando, un señor al que los amigos del dominó le decían “el rojillo” por sus preferencias de izquierda, ya no recuerdo si era comunista o socialista, pero siempre hablaba bien de Rusia y de Cuba; era un buen hombre, ayudaba a la gente y siempre veía por los demás, y dicen que había sido maestro pero lo corrieron por sus ideas y ya no lo dejaban trabajar en el gobierno, igual y si era cierto, pues a él le gustaba ayudar por las tardes a los niños y jóvenes que iban atrasados con los estudios.
Esas olimpiadas vimos llorar dos veces a Don Fer, cuando en la inauguración los cosmonautas rusos les enviaron desde el espacio unas palabras de aliento a los deportistas y en la clausura.
—¡Vencimos mercantilismo del capitalismo, por fin los Juegos Olímpicos son lo que debieron haber sido!… ¡Murió el boicot capitalista! –decía emocionado Don Fer.
Juanito que estaba sentado junto a nosotros, después de escuchar a Don Fer dijo en voz baja:
— Ahora quiero ser ruso
Mejor nos aguantamos la risa y lo que seguramente le íbamos a decir a Juanito después lo guardamos, porque ya no queríamos más coscorrones.
¡Juanito a las Olimpiadas!
— Voy a las Olimpiadas!, voy a las olimpiadas –gritaba Juanito por toda la plaza.
—¿Y ora que trae “este loco”? –preguntó el Negro Tilo, el de los mariscos.
— Pos sepa, que va a las olimpiadas –dijo Zamora el bolero de zapatos.
Y no, no mentía, más o menos un año después de las olimpiadas de Moscú en 1980, el municipio hizo unas “Mini-Olimpiadas” infantiles para todas las escuelas del rancho y otros poblados.
Las competencias iban desde carreras de relevos, carrera de 100 metros, levantamiento de cubetas con arena, lanzamiento de piedra y carrera de carretillas humanas (entre otras)
¿Y a que no se imaginan qué?, pues que Juanito se inscribió a casi todas las competencias, y como era un solo estadio, el de beisbol y la gente se tenía que chutar todas y cada una de las competencias, pues le dio chance de estar en todas.
—¿Y por qué te inscribiste en todas Juanito? –le pregunté.
— Pos pa ver en cual soy bueno –contesto tranquilamente.
Tal afirmación estaba tan sustentada en la verdad y la razón que no hubo manera de llevarle la contra a Juanito.
Lo primero para Juanito fueron las competencias de levantamiento de cubetas con arena, a la cubeta de 20 litros se le iba poniendo arena y piedras para que fuera pesando más, eran dos cubetas cada una con un mecate y a su vez estaban unidas a un palo de escoba, solo que más grueso.
—¡Se le van a romper los carrizos! –gritó alguien de la grada al ver a Juanito en short y los brazos que en verdad estaban como las piernas, delgados como popotes.
Nosotros estábamos cerca de nuestro amigo, en la cancha echándole porras, pero no, lo más que pudo hacer nuestro amigo fue pujar, pujar y pujar; el primer lugar fue para Lencho, el hijo del panadero que sí que estaba bien comido, en la escuela todos le tenían miedo a su abrazo de oso porque asfixiaba.
En la carrera de relevos le entramo con nuestro amigo, éramos cuatro y le teníamos que dar la vuelta al diamante del campo de beis bol.
—¡En sus marcas, listos fuera! –se escuchó la voz del locutor por las bocinas del sonido local.
El primero en salir fue el Chanate, ese canijo sí que era bueno para las corretizas, y como no, si siempre andaba huyendo de la mamá para que no le diera chanclazos.
El Chanate le iba ganando a todos, luego le pasó el palo de madera pintado de rojo al Pingüica, y él a su vez, mantenía el liderato, sin duda sería una gran victoria para todos nosotros, solo era cuestión de que se la pasara a Juanito y luego él a mí, ¿qué malo podía pasar?… pero pasó.
En el momento en el que el Chanate llegó con Juanito, este jaló fuertemente el palo, quizá el Chanate no soltó a tiempo, o Juanito jaló antes, vayan ustedes a saber, pero el caso es de que Juanito en lugar de salir corriendo se paró en seco, lanzó el palo y gritó:
—¡Me encajé una astilla, me encajé una astilla! –mientras se llevaba la mano a la bica y se la chupaba.
Yo me quedé esperando a Juanito mientras todos lo rebasaban, la carrera terminó y Juanito seguía en medio del diamante quejándose de la astilla mientras la gente en las gradas se reía.
Uno de las personas del equipo de organizadores fue a verlo y le quitaron la astilla, le pusieron un paliacate con hielo y asunto arreglado.
Luego vinieron el lanzamiento de piedra, donde lanzó la piedra, bueno, apenas la dejó caer y casi le cae en uno de los pies, para la carrera de carretillas humanas Juanito ya tenía al público en la bolsa, y no porque ganara, sino porque se veía que le ponía ganas, coraje a lo que hacía, pero como dice el Tri, “todo le salía mal”.
—¡Juanito, Juanito, Juanito! –gritaba la gente en el estadio de Beis cuando estaba a punto de salir en la carrera de carretillas humanas.
Primero Juanito intentó levantar al Chanate de las piernas para “empujar la carretilla”, pero fue imposible, no pudo con él, luego, cambiaron de inmediato y el Chanate tomó de las piernas a Juanito y salieron de la meta.
—¡Se le van a romper los carrizos! –volvió a gritar el mismo tipo desde las gradas.
Y si, efectivamente, como si fuera un adivino que ve el futuro, mis amigos fueron a caer de bruces un par de metros después, pues al pobre de Juanito se le doblaron los brazos a la primera de cambios y no pudo con su propio peso.
Terminaron tragando polvo, pues uno jaló al otro y no pudieron ni meter las manos, pero eso sí, al levantarse Juanito no dejaba de sonreír y levantaba los brazos, su sonrisa era negra por la tierra que había tragado hasta parecía que había comido chocolate.
Llegó la carrera de 100 metros, ahí, no había un alma que no coreara el nombre de Juanito, el seguía feliz como siempre, parecía que no se daba cuanta que había perdido todas las competencias y no solo eso, que ni siquiera las había terminado, su felicidad quizá radicaba en que solo estaba viviendo ese momento, su momento.
De nueva cuenta se escuchó el grito por el sonido local:
—¡En sus marcas, listos fuera!
Todos salieron corriendo al instante, como si tuvieran resorte, todos excepto Juanito, que solo reaccionó cunado el público y nosotros le gritamos:
—¡¡Corre Juanito corre, Corre Juanito corre, Corre Juanito corre!!
Aquello era la locura, a todos se nos olvidaron los que iban a la cabeza, todos estaban con la mirada fija en Juanito.
Cuando Juanito llegó a la meta, al final de todos, la gente se puso de pie y lo ovacionó, nosotros ya lo esperábamos en la meta, (si, llegamos antes que él), para abrazarlo, la verdad de las cosas yo para ese momento ya tenía los ojos llenos de lágrimas y mis amigos también, pero en aquellas épocas, decían que “los hombres no debíamos de llorar”, así que nos aguantábamos como los “meros machos”.
Al momento de la premiación el presidente municipal, tomó el micrófono y pidió la atención del público.
— Señoras y Señores, estimados miembros del jurado y personalidades que nos acompañan, es para mí un honor, entregar esta última medalla especial, para alguien muy especial, que el día de hoy, nos enseñó que tenemos que luchar por nuestros sueños, manque nos digan que no se puede, esta medalla es para nuestro querido y pequeño amigo quien se robó este día el corazón de todos nosotros, y esta humilde medalla es lo que representa… ¡Felicidades Juanito!
Juanito no le cayó el veinte de inmediato, hasta que le avisamos.
—¡Órale Juanito, te ganaste una medalla! –le dije.
—¡Ándale, córrele, que te la van a entregar! –dijo el Chanate.
—¿Ya ven como si me iba a ganar una medalla? ¡Se los dije!
Juanito salió corriendo con los brazos en alto, en señal de victoria, como cuando los grandes atletas de las olimpiadas ganan una medalla de oro, no más, no menos.
Su público le aplaudía de pie y vi una que otra lágrima hasta en los más duros de corazón del pueblo y de los demás ni se diga.
Juanito el niño que quería ir a las olimpiadas, sin saberlo tenía el corazón, el alma, el espíritu de los juegos olímpicos… y eso que era de rancho.
¡Hasta el próximo Sábado!
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