Muñequita de Sololoy.
Rosario era una hermosa mujer que venía de Zacatecas, cuando llegó al rancho era muy pequeña, así que ya se sentía de acá, tenía los ojos verdes, el pelo dorado y la piel blanca, muy blanca.
- Mire Doña Remedios, pero que chula está su chamaca, parece una muñeca de porcelana… ¿verdad Lichita? –dijo Doña Lipa la del puesto de tacos y sopes-
- Chula de bonita, hasta parece una francesa –contestó la Abuela Licha-
Rosario era ya una jovencita cuando la conocí, pero desde ese entonces ya muchos la pretendían y es que en aquel entonces, las mujeres se casaban a temprana edad y a Rosario se le acercaban más pretendientes que moscas a la miel.
- ¿Quieres una mandarina? –me dijo la muñeca de porcelana-
- E…ste, sssssi, gracias –dije tartamudeando-
El naranja de la fruta contrastaba con lo blanco de su piel, yo intentaba controlar mi mano temblorina y no sé si lo logré, pero de que lo intenté, lo intenté, ella sonrió mientras se metía a la boca un gajo y me sonreía.
Cuando Rosario Sonreía, los ojos le brillaban y se le hacían pocitos en las mejillas, ah, y también salía el sol.
- Ándale Rosario que se nos hace tarde para hacer la comida –le gritó la mamá-
- ¡Ya voy amá! –le contestó- después te veo –me dijo y salió corriendo-
Yo más mudo que una piedra y más torpe que un costal de papas, simplemente levanté la mano.
- Ora tú, ¿te quedaste dormido con los ojos abiertos? –escuché a la abuela que me despertó-
- N…o, no abuela, lo que pasa es que yo, bueno, me dieron una mandarina y ella se iba y…
- ¿Y que tenía toloache o qué? –me dijo riendo y me dio una de las bolsas para que le ayudara-
En ese momento no sabía lo que era el toloache, pero después lo supe.
Cien años.
Pocas veces vi a Rosario los años siguientes, hasta el día de su boda, se casó con Rufino el hijo de Don Goyo el introductor de ganado, en el rancho a Rufino le decían “el minero”, porque parecía que se acababa de salir de una mina de carbón, estaba más moreno que mi amigo “El Chanate”, y eso ya era mucho decir.
- Oiga amá, pero no hacen nada de pareja, no quedan –comentó la tía Inés en medio del vals de los novios-
- No, como que ella quedaba con alguien más bonito –dijo la tía Tere apoyándola-
- Pero bueno, ustedes ni en el día de la boda dejan de comer prójimo ¿verdad? –recalcó la Abuela Licha- además ¿para qué quieren un hombre bonito?, ni que lo fueran a poner en el aparador, mejor busquen un hombre que sea hombre, que de la vida por ustedes y ustedes sean su vida, ya lo demás es lo de menos.
Yo por mi parte al verla bailar el vals, pensé que me un día me iba a encontrar una mujer tan bella como ella, así con unos ojos que brillaran cuando riera.
Terminando el vals, se detuvo la música y Don Goyo, el Papá de Rufino tomó el micrófono para decirles unas palabras a los flamantes recién casados, pero el destino tenía otra cosa preparada.
Primero escuchamos gritos de la gente del fondo, cuando volteé vi cómo la gente se apartaba y abría paso, entre ellos y en medio de una polvareda, salió Cipriano montado en un hermoso tordillo blanco.
- ¡Ábranla jijos del maíz! –gritó el jinete con una voz que parecía que venía del mismísimo infierno.
Cipriano era un tipo muy temido de por estos rumbos, y le había hecho la ronda a Rosario por mucho tiempo, pero ella no tenía más ojos que para su Rufino “mi negrito” le decía, cuando Cipriano supo que Rufino y Rosario estaban comprometidos, fue una madrugada a la casa de ella, dicen que se la quería robar, pero afortunadamente la policía rural andaba de regreso de un rondín y no pudo hacer nada, solo se desapareció del pueblo.
Pero esa noche, Cipriano regresó, irrumpió la boda, sacó su pistola y la apuntó a Rosario.
- Si no es mía… ¡de nadie!
Luego se escucharon unos disparos, la gente corría y gritaba, instintivamente busqué con la mirada a la pareja de recién casados, el vestido blanco de Rosario estaba manchado de sangre y sus manos también, en el suelo tirado su amado negrito.
Dicen que ella al escuchar los gritos de Cipriano se puso al frente, pero Rufino la abrazó y giró cubriéndola con su cuerpo, él recibió los disparos del cobarde agresor.
Cuando Cipriano salió de ahí, varios hombres lo siguieron a caballo, otros en dos camionetas, y lo alcanzaron, cuando la policía llegó, todo mundo dijo que unos fuereños habían llegado a buscarlo y lo emboscaron, quizá eran rencillas que había dejado en el pueblo al que se había ido meses antes.
Unos meses después, Rosario daba a luz a su primer bebé, fue una sorpresa, nadie sospechaba que estaba embarazada cuando se casó, creo que ni ella, tuvo un bebé que nació igualito, igualito… a su papá.
- Oiga Lichita, ¿ya vio al hijo de Rosario?, es idéntico a su papá –comentó cizañosa una mujer que estaba en el molino de la que no quiero recordar su nombre.
- Pos malo que se pareciera a un amigo del papá ¿no cree? –contestó la Abuela Licha para ponerla en su lugar y luego se puso el chal para no seguir hablando con ella.
La abuela Licha siempre ha sido así, cuando algo o alguien no le cae, no tiene la menor intención de ocultarlo, al contrario, mejor le saca la vuelta o de plano no se acerca, “tan bonita que es la vida, tan poquito el tiempo prestado, ¿pa que lo gastamos dioquis con gente tan sin embargo?”
Rosario le entregó toda su vida y su amor a su pequeño negrito, claro y a su esposo Rufino, su negrito, quien si bien nunca volvió a caminar, ese no fue impedimento para sacar adelante a su familia como encargado de las compra venta de algodón para un terrateniente de por estos rumbos.
- Eres el mejor vendedor de algodón Rufino –decía su jefe-
- Pos usté dirá patrón, si convencí a la mujer más chula del pueblo a que se casara con el negro más feo de la región –contestaba sonriendo el buen Rufino-
Y estas letras las escribo, porque anoche recordé de donde salieron las palabras de la Abuela Licha, aquellas de dijo esa tarde: “tan bonita que es la vida, tan poquito el tiempo prestado, ¿pa que lo gastamos dioquis con gente tan sin embargo?”, y ¿saben una cosa?, creo que tiene mucha razón.
¡Hasta el próximo Sábado!
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