El Suicidio

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Hay espíritus solitarios a quienes nuestros besos, nuestros abrazos, nuestras palabras, nuestros detalles, nuestro amor, los amaneceres, las flores, los animales, el sol, los días con lluvias, las sonrisas de los hijos y los regalos de cumpleaños o navidad no les llegan al corazón, ni les llenan el alma de regocijo como a ustedes y a mí, que somos afortunados por tener la cercanía del amor a flor de piel.

Solo de pensar en la tristeza de quienes se ven privados de estos sencillos eventos de la vida cotidiana se me inundan los ojos con lágrimas, porque su vida debe ser muy difícil, muy lenta, muy sin sentido y absurda.

Nuestra capacidad de acercarnos a ellos no existe porque no comprendemos el contexto de su dolorosa existencia y su negativismo cabalgante en todos sus pensamientos y días, nos negamos a creer que existe tan absurdo cuestionamiento y nos burlamos de su poca capacidad de no entender que sonreír puede arreglarlo todo y que es solo cuestión de concentrarse en las cosas bellas de la vida y listo, todo se puede resolver; la poca receptividad de los que no son como nosotros nos irrita, nos torna intolerantes y nos agobia porque nos lleva al callejón sin salida de la sin razón y el inadmisible hecho de que no es lógico.

Como es que alguien no puede ser feliz simplemente cuando tiene todo alrededor para serlo, amor, compañía, familia, hijos, dinero además de un bello entorno como escenario de la felicidad inevitable que deberían generar toda esta circunstancia sin lugar a duda.

En el aislamiento de sus pensamientos, en la oscuridad de sus decisiones, en la tortura de sus conclusiones y la desgracia de sus resoluciones vive ese personaje que camina junto a ti y junto a mí, que se oculta en el anonimato de los transeúntes al trabajo, en la naturalidad de recoger a los niños en la escuela o en la sonrisa fingida que nos quiere tranquilizar para que seamos felices y estemos tranquilos, en la ignorancia de sus sucesos personales y su debacle a la penumbra donde se oculta para no ser vista ni lastimada en sus percepciones, al sitio donde día a día crece el amasijo de sus pensamientos llenos de dolor y de incongruencia con la vida, en ríos de lágrimas y cascadas de amargura, donde los arboles son clavos sobre la piel, sobre la frente, sobre la dignidad, sobre el corazón y lo más importante clavos sobre el alma, ahí directito donde más duele, donde la lógica y la razón del ser chocan, por si no coinciden, para que podamos tener la opción de una o de la otra. Pero como en los experimentos en el ensayo error, tarde o temprano desciframos el resultado correcto y alarmados nos imbuimos más en el fracaso que viene apareado con la desdicha y se lleva bien con el alcohol, con las drogas, con el llanto, la irritación y las ganas de morir.

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Si morir, exacto morirse y ya, terminar con la falta de felicidad y morirse de una vez por todas para que esta avalancha de malestares se ausenten cuanto antes. Nuestros queridos amigos, parejas, hijos, vecinos o compañeros de trabajo deambulan en sombríos parajes fascinados con la idea de terminar un día con el malestar de la desdicha persistente, se lo plantean de miles de formas, lo perfeccionan, lo escriben en su mente y luego lo llevan al laboratorio de la vida donde tratan de probar su capacidad de ejecutar el acto destructivo de su existencia hasta que lo logran ante el azoro de todos los espectadores asustados que no atinamos a esclarecer ni motivo ni razón, simple y sencillamente porque no los hay.

No hay manera de describir el impacto para quienes pierden un ser querido de esta desgraciada e hiriente forma. Lo doloroso que es el pensar que pudimos haber hecho algo y no lo hicimos, que no nos dimos cuenta de lo que sucedía o que no pusimos atención, cariño y coraje para resolver el desquiciante estado de los que se van, porque el mundo es tan lúgubre que no les da luz para entender, que hay un sendero siempre que nos enlaza con la vida, vida que está hecha de tu amistad, de nuestros amores, de los hijos, de los padres, de los hermanos, del que siempre se alegra cuando nos ve, de nuestra niñez, de nuestras creencias, nuestras experiencias  y  del Sr. de la esquina que nos saluda con afecto aunque no lo conocemos en realidad.

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Dirá ahora su pareja «caray es tan fácil ser feliz teniéndote a ti, porque te tenías que ir de esa forma tan agreste y desquiciante», el revuelo de eventos de las vivencias recorrerán el cerebro, los recuerdos de las caricias, los abrazos y el  inmenso cariño que sentimos por nuestros seres queridos nos inundará sin encontrar una sola explicación lógica, al hecho aberrante y espantoso del suicidio, solo para constatar que este malestar que ahora sentimos es el recuerdo de lo que fue toda su vida y sin poderlo evitar romperemos en llanto y el dolor se introducirá por los huesos, por los poros de la nariz y por el pelo. Ahora cada pensamiento producirá dolor, el dolor de no haber sabido, de no haber podido, de no haber querido o de no haber sabido amar correctamente. Son preguntas difíciles de responder pero querrás saberlas aunque el que tiene que contestar ya no está, entonces inventarás tus propias respuestas para perdonarle, perdonarte y seguir viviendo.

Tendremos que llorar desesperados a los que nos importe, aunque habrá quien diga que fue mejor. Solo que en la ausencia no hay consuelo,  el recuerdo corta la respiración y ahoga el suspiro, solo para recordarnos que en nuestra memoria ellos existen y arremolinan nuestros sentimientos hasta la nausea y hasta el agobio.

Dejar de ver tal vez es el error, dejar de hacer tal vez es la consecuencia, aunque a veces a pesar de esto nada se puede evitar.

Dr. Alejandro Cárdenas Cejudo

Médico Internista

www.dralejandrocardenas.com

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