Cada tañido es una descarga de emociones en mi cuerpo, no puedo evitar el agradable recuerdo en mi niñez, de su grave distensión en el aire, luego en mis oídos, para después expandirse en todo mi cuerpo dejando ese bienestar guardado en mi pecho que suma en cada repique y que inunda mi mente de recuerdos de alegres momentos, sin olvidar los solemnes y los indudablemente tristes.
Inolvidable sería el tono de la adición matemática de mis experiencias en la casa de la abuela, frente a la iglesia de Morelos en Guadalajara, donde campanas con sus descoloridos y agudos sonidos contrastaban con los de la campana de mi pueblo reliquia del siglo XVIII que enamoró mi niñez de casa y canciones de mi madre, de soles matutinos brillantes y acogedores, de flores de colores irrumpiendo en mis pupilas para llenar de luz mis desmañanados ojos, después de ser vestido y acariciado, escuchando las palabras de aliento de quien amaba tanto la vida como a nosotros sus hijos.
Las campanas cantan melodías diferentes todas importantes y lustrosas, manifestaciones que convocan a la espiritualidad, estímulo de atentos oídos que no dejan de convertirse en el fondo de tu vida o retomar la escena principal. Los niños pasan presurosos al llamado del sonido, ansiosos por visualizar la escena del pesebre, el nacimiento del niño, la virgen San José, los animales que representan la armonía, el bienestar y la calidez que se despide de ese marco espiritual y místico, que rodea a la Natividad.
Siempre hay un espacio para ese golpeteo metálico de tonos diversos que combina al capricho de quien tira con fuerza de los badajos, dejándose arrastrar por el poder que da la pasión de campanero, pasión corriendo sobre los brazos, o bajo la dirección del cerebro con el ritmo deseado o el aprendido de ese tan tan, musical y pegajoso, que anuncia siempre un inicio o un final. Es un sonido especial romántico, amoroso y cordial que a fuerza de remembranza endulza el momento envolviéndolo de alegría en cada repique.
Esas campanas siempre me recuerdan la música, mi música, la música que brota del fondo de mis pensamientos, de mis sueños, oportunidad de deslizarme en la voz, en el violín, en los trombones, o en un piano que puede ser apremiante o meloso, lento o vivaz. Puede también convertirse en cascabeles a trote inevitable, cadencioso sonido, repiqueteo que con agrado me hace suspirar, bajo un cielo frío y luces de colores por toda mi ciudad.
Es tan fácil asociar la música a mis más intensos sentimientos, puede hacerme llorar, recordar un beso enamorado, emocionado o lleno de energía. Es también esta música que empata con lo que escuchó motivo de nostalgias e intensas pasiones, que puede darle ritmo a mi desenfreno o pause a mi apasionamiento, que mejor compañía que la música regalo místico y mágico para todo tipo de circunstancias. Navidad sin música es como un día sin sol o como un océano gris, es por eso que resplandece con los villancicos y se aluza con los instrumentos que acompasan su trayecto por esos inolvidables días.
Quien puede perderse los desvaríos de la trompeta en el jazz, los tambores del trópico, los violines de un guapango o la guitarra, que ensortija piano, bajo y voz, para lanzar colores llenos de sorpresas que se funden en un abrazo desmesurado y desesperado al aire que los siente pasar, que los conduce y los pierde, que se regocija con su travesía y luego los libera, ¡que regaló tan maravilloso! Y está ahí todos los días y en estos especiales donde compartir es bienestar.
El amor tiene colores pastel que con el tiempo se oscurecen por ser más firmes e intensos, cambian su brillo y se vuelven profundos, envejecen y se infiltran en cada parte de tu ser. Los colores llevan música, si pudieras observar verías los cafés de los tambores, los amarillos del triángulo, los rosas del chelo, los purpura de las flautas, los grises del güiro, los violetas de las maracas, los verdes de los platillos, los azules de los violines, los rojos del piano, los naranjas de los metales y los negros del bajó que se mezclan para formar un arco iris con la blanca voz de las mujeres o los turquesa de la voz masculina, que los envía, hacia un universo de opciones y propuestas, tan grande como los pensamientos que luego crean notas, sonatas, tocatas, cantatas, sinfonías , canciones y conciertos, que se endulzan con cascabeles y campanas para terminar en un agradable suspiro.
Oídos, ojos, sensibilidad, el gusto, o el contacto con tu piel, hacen la mezcla perfecta, que sublima los momentos de tu vida, enganchando tus vivencias y coloreando tus pensamientos con ritmos impredecibles y desenlaces insospechados que quedan almacenados en la biblioteca de tus recuerdos.
No concibo un mundo sin campanas, sin colores o los recuerdo sin música y desde luego no puedo concebir una navidad sin todos ustedes.
¡Felicidades!
Dr. Alejandro Cárdenas Cejudo