La vida de Elisabeth Fritzl sufre un cambio radical el 28 de agosto de 1984, cuando su repentina desaparición moviliza a las fuerzas policiacas de Austria y deja en una profunda conmoción a sus padres Josef y Rosemarie, quienes la buscan desesperados durante un mes entero.
Cuatro semanas después, un desconsolado Josef llega a la comandancia de policía con una carta que les llegó firmada por su hija, en la que les pide a sus padres que dejen de buscarla porque nunca regresará y es inútil que traten de localizarla. Las autoridades deducen entonces que Elisabeth se unió a alguna secta.
Nueve años después Josef y Rosemarie tienen noticias de su hija desaparecida. El 19 de mayo de 1993 aparece en la puerta de la casa una niña de 9 meses con una carta de Elisabeth donde dice que tiene que ocuparse de otros dos hijos y no puede con la bebé.
Un año más tarde, el 15 de diciembre se repite la historia, pero ahora con una niña de 10 meses. El 3 de agosto de 1997, Josef y Rosemarie encuentran un tercer bebé de 15 meses de edad. Y así es como los abuelos deciden adoptar a los niños, convirtiéndose en un ejemplo de nobleza y amor entre los vecinos de la comunidad.
La policía no pone objeción alguna, puesto que se comprueba que sí existe un parentesco sanguíneo y los vecinos confirman la conducta intachable de los esposos Fritzl. Incluso dicen que Josef es un hombre tranquilo, que siempre saluda amablemente y nunca ha llamado la atención de manera negativa.
Un nuevo golpe sacude a la familia Fritzl el 19 de abril de 2008, cuando Kerstin -la hija mayor de Elisabeth- es hospitalizada de urgencia. Su situación de extrema gravedad requiere localizar a su madre para diagnosticar la enfermedad, algo que intentan los médicos sin resultado.
La policía interviene también y empieza a cuestionar al matrimonio Fritzl, ya que necesariamente debe existir alguna pista que los lleve a Elisabeth. Es entonces que las sospechas aparecen e inician una investigación profunda.
Curiosamente, Josef aparece en casa con Elisabeth y le dice a Rosemarie que la hija pródiga ha regresado en compañía de sus dos hijos. Camino al hospital para visitar a su nieta, Josef es detenido con Elisabeth y acusado de maltrato, secuestro y abuso sexual.
Elisabeth, profundamente traumatizada, acepta hablar con la policía después de que le aseguran que no volverá a tener contacto con Josef y que sus hijos estarán protegidos. Entonces, acusa a su padre de múltiples crímenes y asegura que su madre no estaba al tanto de esto.
Josef, que en un primer momento se niega a declarar, esa misma noche comienza a narrar los detalles aterradores de sus crímenes y entrega el código electrónico de la entrada al sótano donde mantuvo a Elisabeth con tres de sus hijos en condiciones infrahumanas durante 24 años.
Ese 28 de agosto de 1984, Elisabeth no desapareció de su casa en verdad. Su padre Josef la drogó, esposó y encerró en el sótano de su casa, ubicada en la ciudad de Amstetten, en Austria.
Este lugar de tres habitaciones muy chicas, de 1.70 metros de altura, con una instalación sanitaria, una cocina diminuta, el piso desigual y una sola ventana fue la cárcel donde Elisabeth fue rehén de su padre, quien también abusó sexualmente de ella en reiteradas ocasiones y con quien tuvo 7 hijos, tres niñas y cuatro hombres, uno de los cuales falleció al mes de haber nacido por falta de cuidados.
Durante esos 24 años, Josef se encargó de llevarles alimento, agua y ropa, pero nunca recibieron educación alguna o cuidados médicos. En 2008, cuando fueron rescatados, los hijos de Elisabeth que procreó con su padre tenían entre 20 y 5 años. Además, Elisabeth confesó que Josef comenzó a abusar sexualmente de ella cuando apenas tenía 11 años.
Cuando esta noticia dio la vuelta al mundo, Josef tenía 72 años y Elisabeth 42.
En este periodismo de vida te cuento un caso que nos impactó a todos en 2008, porque precisamente la semana pasada la noticia de los 13 hijos de la familia Turpin nos recordó el nivel de maldad que puede ocurrir en una familia donde un par de psicópatas mantuvo encerrados a sus hijos, mientras los torturaban y mataban de hambre.
Mucho se ha especulado sobre los motivos de David y Louise Turpin para hacer esto en contra de sus propios hijos de entre 2 y 29 años. La posible falta de dinero ha sido una de las hipótesis, pero el viernes pasado se publicaron más detalles del caso y hay algo que llama la atención: en la casa de los Turpin se encontraron dos perras de raza maltés bien alimentadas, en buena forma y hasta bien entrenadas…
Entonces, surge la pregunta que todos nos hacemos cuando estas noticias invaden los medios informativos: ¿Por qué alguien es capaz de hacer esto a su propia familia? Ya no estamos hablando de los secuestradores o de otro tipo de psicópatas obsesionados con alguien, que también es horrible. Pero cuando es el padre y la madre, ¿qué pasa por la mente de estas personas? ¿Cómo es que se originan estas relaciones familiares enfermizas?
En el caso de Josef Fritzl, el peritaje psicológico que le realizan arroja que durante su infancia fue un niño que sufrió numerosas agresiones y humillaciones por parte de su madre, lo que generó en él pretensiones de dominio hacia las mujeres.
El informe asegura que Josef es incapaz de sentir compasión y que debido a la cólera contra su madre y a su soledad, surge esa necesidad de poseer a una persona sólo para él, pues el mismo Josef dice que concibió tantos hijos con Elisabeth para que siempre se quedara con él, pues ya no sería atractiva para otros hombres.
Josef declaró en estas entrevistas que a pesar de tener prisioneros a su hija y nietos, les dio la mejor vida posible. Y termina diciendo: “Nací para la violación y pese a ello, aún me contuve largo tiempo”.
Según la psiquiatra encargada del peritaje, Josef era incapaz de ver los riesgos o consecuencias de sus actos y era capaz de adaptar su visión del mundo a sus expectativas.
Finalmente, el 19 de marzo de 2009, Josef Fritzl fue condenado a cadena perpetua por los delitos de asesinato por omisión de socorro, esclavitud, violación, coacción grave, privación de la libertad e incesto.
Esta mañana te pregunto a ti que me escuchas en ¡Qué tal, Fernanda!: ¿Has vivido situaciones de relaciones familiares enfermizas? ¿Conoces algún caso? ¿Qué tanto nos damos cuenta de esto, qué tanto sabemos de nuestros vecinos que pueden ocurrir estas cosas frente a nuestras casas y no lo sabemos?
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