Al rato viene Gabo

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No he podido digerir sentimientos, silencios, angustia, sufrimiento, ausencia y más, desde aquella llamada en la que escuché la voz de Rodrigo…

—Fer, ya no hay nada más que hacer. Parece que a mi padre le quedan pocas horas de vida.

El golpe al corazón fue brutal. Las palabras de Rodrigo retumbaron como el hermano generoso que te avisa para que llegues pronto porque el tiempo está “contado” y se puede convertir en segundos que cambian la vida interna, sin resguardo y exacerbada vulnerabilidad.

No me encontraba en la Ciudad, estaba hasta casa del caramba, lista para festejar el cumpleaños de mi hijo y, no sé cómo, pero encontré un aparato que volaba y logré despegar. Le avisé a Rodrigo que iba en camino.

—Mucha discreción comadrita, por favor. Acá nos vemos, por favor con cuidado, me dijo.

Al aterrizar, tan sólo una hora cuarenta minutos después, al prender mi teléfono, había un mensaje urgente de Rodrigo: “Llama en cuanto aterrices”.

—Rodrigo, ¿qué pasa? ¿Todo bien? Voy aterrizando, llego en 20 minutos para alcanzar a darle su beso en la frente…

Me interrumpió con ternura:

—Ya murió, Fer… Mi padre murió hace una hora y media, a las 12 del día… Comparte la noticia, por favor. No contestes el teléfono a nadie; acá te estamos esperando para todo lo que viene, comadrita.

Mientras escribía el breve texto informando sobre la muerte de Gabo que, sabía llegaría al mundo entero, temblaba mi cuerpo, no encontraba las letras, lloraba y alcance a gritar muy fuerte ¡No, carajo, no! ¡Gabooo! Eran las letras unidas que, al leerlas, provocaban que la realidad fuera menos mágica.

“Deja de latir el corazón de Gabriel García Márquez… Muere Gabriel García Márquez. Mercedes y sus hijos Rodrigo y Gonzalo, me autorizan dar la información. Que tristeza tan profunda…”

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Hoy sé que no se comprende la dimensión cuando sucede porque ¡no hay nadie en el mundo como Gabriel García Márquez! En todos sentidos.

Por ejemplo, leo a muchos analistas y expertos de su obra, de su realismo mágico y, a veces, desde una intelectualidad posada que ni se entiende y nos aleja a los lectores del sentir lo escrito por él, nos limita al García Márquez que jamás ha estado lejano de los de carne y hueso. He visto y leído del surgimiento de “los sabios” de la obra de García Márquez, cada vez más por cierto, y ahora con su muerte ¡peor! Hasta los atrevidos que  apuntan con supuesta sapiencia sobre lo que en vida, ante el Gabo, no resolvieron. Me refiero a Vargas Llosa, por ejemplo. ¡Claro, algo tenía que decir! ¿Pero nunca en vida? Ay no, eso no es congruente.

El realismo mágico de Gabriel García Márquez surgió porque escribió en vida su vida y llegó a millones de lectores que hemos resurgido de las tristezas, depresiones y abandonos más profundos gracias a sus páginas. ¿Por qué? Creo que por su verdadera cercanía con la posibilidad de narrar lo que un ser humano es capaz de vivir, si observa; desde lo más sencillo hasta lo más inverosímil o poco creíble… Él sabía leer al ser humano, clara y contundentemente porque él era uno, entre nosotros, por eso nos tocó hondo. Sabía escuchar, más que hablar. Sus silencios valieron, sus escritos porque parecía que maquinaba historias mientras no hacía nada más que estar sentado escuchando con atención.

No quiero ni debo entrar en el mundo de los intelectuales, a quienes describen a Gabriel García Márquez de manera tan complicada para sentir que proyectan sapiencia, cultura y conocimiento; esos que todo analizan para elevarse por encima de los demás, pretendiendo pertenecer a un círculo que sólo ellos entienden, me parecen falsos; la realidad es que no entienden nada. El que sabe expresa sencillamente. El que sabe y quiere ser protagónico para que en su entorno venga el aplauso, no se le entiende nada.

Así que me parece que, con el debido respeto, que no es desde ahí donde se encuentra a García Márquez, eso es protagonismo puro y mucha mamonería.

Comparto detalles sencillos…

Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha me otorgaron el privilegio de gozarlos y gozar las entrañas cotidianas de su hogar. ¿Quieren un detalle sencillo?, por ejemplo: ¿Quién habla de Gabriel como esposo de una mujer tan hermosa y sabia, como lo es Mercedes ¿Quién habla de los logros de sus hijos, sus nietos encantadores, exitosos, divertidos, educados? ¿Quién narra a sus amigos que cruzan el mundo para abrazarlos o de la gente, como Ivis o Tere, Genovevo o Mónica, que llevan años trabajando con ellos?… ¿quién? Porque para todos, su muerte es un golpe de tristeza y un hueco tan hondo ¡que hasta las lágrimas se pasman y guardan silencio!

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Ahí no se llora al escritor… Ahí, dentro de su casa, lloramos a Gabo; sus hijos a su padre, al amigo; sus nietos a su abuelo; lloro a mi compadre porque lo conocí siendo un hombre con palabra de honor; ahí se llora al que le gusta bailar y de todos, nos hacemos a un lado para que pase Mercedes Barcha, gran y único amor mutuo; es en ese hogar en donde se gesta el Gabriel que se potencia hacia el mundo, es ahí donde Mercedes lo impulsa, lo hilvana y se hilvanan ¡desde las entrañas de un hogar!

Otro ejemplo de sencillez que se nos pasa a algunos: cuando se entra a la casa de los Gabos, no se entra a la casa del premio Nobel ni de Mercedes, la mujer quien por 56 años ha compartido cada instante de su vida, no, uno entra a casa de los abuelos de sus nietos, de los papás de Gonzalo y Rodrigo, de amigos del mundo que los aman y procuran… Ahí adentro se vive calientito, con generosidad, con anécdotas narradas y recuerdos de todos quienes son importantes para ellos, en fotografías que encuentras a cada dos pasos por toda la casa.

Ahí, con ellos, se come el mejor mole hecho por Tere, se topa uno con la sonrisa de Mónica y su capacidad de resolución y entrega absoluta… Se respiran las llamadas sorpresa: señora Mercedes, le llama el Presidente; señora Mercedes le llama y le llaman de… ¡No importa! Qué más da, la respuesta de ella, siempre es:

—A ver, pásamelo.

¿Más sencillez?

Gabo en su estudio o saliendo de él, cruzando ese jardín porque ya es hora de comer; Gabo viendo cine, escuchando vallenatos, comiendo despacio por el gozo de cada bocado, viendo las canastas de dulces como niño travieso y gozando; como si fuera la última vez, cada cucharada del helado de vainilla que tanto le gustaba…  Gabo presente; su olor, su pelo, su lengua de fuera haciendo fuchi, juguetón, travieso y cómo no archivar sus besos cuando se llegaba a comer, en armonía, siempre con una bienvenida única:

—Pero ¿por qué te fuiste tanto? Te tardaste— me decía— ¿Dónde andabas?

—Ya regresé, Gabo, aquí estoy.— le respondía, siempre con el ritual de besos en su frente y de piropos viendo sus ojos— Qué guapo estás, qué corbata más hermosa, hueles rico, Gabo, déjame darte miles de beso en la frente, en tus mejillas…

—Ya, ya, ya… No jodas, quieres acabar conmigo— y el ritual acababa.

Mercedes sonriente, hermosa, sentada gozando la vida, siempre atenta, en control…

—Hola, nena, ¿qué hay? Cuéntame.

—Ay, Gaba, por dónde empiezo. Tengo tanto que compartir que por dónde empiezo le decía.

Pues por el principio niña… ¿Cómo están tus hijos?

Y así iniciaban largas conversaciones, risas, historias inolvidables, recuerdos, música, consejos, silencios, acontecimientos mundiales, compañía… Todo en ese hogar, creado por ellos: Los Gabos.

Es en Fuego #144 donde se vive calientito porque es hogar y llegas y no te quieres ir…

Recuerdo varias veces haber llegado por cinco minutos para dejar algo y ¡me llegué a quedar 3 horas! Porque quien es recibido en la vida de los Gabos, sabemos que es imposible salir de ella por la sencillez y el gozo cotidiano. Lo dije hace tiempo: con ellos la vida, es vida vivida. Así es Gabriel y Mercedes y ahí se queda uno. Se instala.

He visto gente que los desea encantar para obtener una foto, para entrar a husmear y beberse de golpe el privilegio de su presencia y no, no es así lo que en ellos trasciende. En ellos trasciende la confianza, la sinceridad, la presencia constante, el amor, la amistad, la lealtad y sin tanta alharaca porque a los Gabos se les goza poco a poco, se le da un beso, se les roza la mano, se les acaricia el pelo, se les abraza sin soltarlos, se les escucha y el buen humor en todos, ellos, sus hijos, sus nietos, es aire fresco y atrevido… Son, han sido y seguirán siendo un privilegio.

¿Saben que hay más de 10 mil, entre imágenes y vídeos bellísimos, tomados por mi cámara y bajo mi resguardo? Y saben que no pueden estar en mejores manos porque mi familia son ellos: Mercedes, Gabriel, Rodrigo, Gonzalo, Mateo, Emilia, Jerónimo, Pía, Adriana, sus hijas…

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No, no me pregunten como periodista sobre ellos. No, por favor no, porque esa Fernanda periodista nunca ha viajado con ellos, ni comido en su hogar, ni escuchado todo lo que ahí se escucha… Ahí ellos no conocen a la periodista, conocen muy bien a la mujer, a la comadre, a la hija que un día adoptó Gabita con palabras de cariño, a quien los procura, cuida y defiende; conocen a la mamá de Santiago y Natalia, a la viajera incansable, a la que tiende su cama si la invitan, a la que se siente por momentos sola… hay tantos momentos tan hermosos compartidos y por compartir.

Los Gabos son arraigo para mí. No piden nada, no se ofrece nada. Se está y punto, si no se está, pues no y hay llamada mutua. Pero así conmigo y así con muchos. Tienen la capacidad de hacernos sentir importantes. ¡Qué belleza, qué capacidad!

Quienes mediáticamente hablan de Gabriel García Márquez olvidan por momentos a la persona, al ser humano, al papá, al abuelo… Es en sus letras donde él trasciende porque es así, sencillo, claro, sensible, ser humano… Generosos todos en familia.

Hoy me toca escribir sobre Gabriel y Mercedes, quienes de carne y hueso, gozan las tertulias, la vida, el buen café… Sus hijos Rodrigo y Gonzalo ¡seres humanos tan increíblemente individuales y geniales! No hay un instante en el que confundas quién es quién y cómo viven su vida tan digna y no colgados del logro ajeno. Así los hijos de los hijos. Se dice fácil, pero cada integrante ha logrado lo propio pero sin distancia amorosa y respetuosa del otro. Admiro mucho eso en ellos. Son valientes, generosos, amables, cultos y sinceros, discutidores para construir, honestos, trabajadores, creativos…

¿Se dan cuenta de lo importante de esto? ¿Cuántos hijos se pierden en el camino exitoso de los padres? Este no es el caso ni lo será, porque un gran trabajo se ha hecho en ese hogar y no se logrará hablar del Gabo como si no estuviera porque está más que siempre y sé que entre muchos privilegiados, a la redonda, tampoco nos sucederá.

Ese Gabriel escritor, a veces creo que lo que escribió es lo que Mercedes cuenta. Escucharla es tal deleite como leerlo. Su entorno es sencillo y eso lo hace profundamente valioso. Por eso, lo demás, insisto, es alejarse de esa cotidianidad que han sabido vivir en los momentos correspondientes. Elevar a esos niveles que nada más no se entienden, es justamente no conocer que el hombre hizo al escritor, pero jamás al contrario. Ha sido en ese entender que el poder se acerca a ellos y no ellos al poder, como dijo aquel ex presidente, atinadamente.

¡Qué frase! ¿Y se imaginan lo que saben? Y no se nota, no se notará.

¿Pecaré de indiscreta? Será necesario porque el cierre de esta columna de vida, vivida, lo justifica.

El día que regresamos sus hijos, sus esposas, Jorge Sánchez y y de la incineración… Mercedes dijo después de un buen rato:

—Ay, qué rato. Tengo la sensación de que va a bajar el Gabo… ¿Por qué no ha bajado el Gabo?

Fui quien contestó su pregunta, la miré a los ojos con eterna complicidad y le dije con profundo cariño:

—No lo sé, quizá estará  viendo una película, Gaba querida, o entretenido con algo, pero seguro no tarda en bajar.

Así se siente adentro, así se desea, así se espera… ¡Que Gabo no tardará en bajar!

Comparto con profundo respeto, sin más ánimo que encontrar de dónde agarrarse ante las circunstancias reales que, cuando Gabriel García Márquez recibía la noticia de que algún amigo suyo moría, decía:

—No, no es verdad ese es otro de mis amigos que se fue de viaje a Nueva York, ¡al rato vuelve!

Si Gabo, sí. ¡Al rato vuelves! No te fuiste. Al rato bajas…

Aquí estamos los que estamos y tu Mercedes, tocará ese pequeño timbre, siempre cerca, para llamar para que, quien aparezca por la puerta de la cocina, escuche su voz diciendo:

—A ver, qué se le ofrece al señor… ¿Quieres algo Gabo?

Gabriel García Márquez se fue a Nueva York… Pero ¡al rato vuelve!

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Fernanda Familiar

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