Estamos a 5 meses de las elecciones federales donde se elegirá al nuevo presidente de México. Y para este momento resulta complicado que alguien no lo sepa, ya sea por la televisión, por los anuncios en la radio o por el proselitismo de los candidatos que abarca todo el país con sus famosas campañas electorales.
Cada determinado tiempo nos tenemos que resignar a soportar este bombardeo mediático de los que, supuestamente, quieren servir al país y a los ciudadanos con un cargo de elección popular. En el caso específico de la presidencia: cada 6 años.
¿Pero cuántos conocen la historia que hay detrás de este proceso democrático en México?
Toda la maquinaria mediante la cual el gobierno otorga a los ciudadanos el poder de elegir a sus representantes inició hace casi 200 años, en agosto de 1824. Fue consecuencia directa de la Junta Provisional de Gobierno instaurada el 28 de septiembre, en la que se redacta el Acta de Independencia y se organiza el Congreso que decide la forma de gobierno para México.
Recordemos que para ese momento la décima parte de la población y casi la mitad de los que trabajaban están muertos por la guerra. Estamos hablando de unas 600 mil personas aproximadamente. Las tierras de los indígenas pertenecían a los pueblos y no a las personas, por lo que a pesar de trabajarlas entre todos, nadie podía venderlas.
Las minas, fábricas y los campos están prácticamente abandonados y nadie paga impuestos, pero los gastos del gobierno siguen aumentando, sobre todo para mantener al Ejército. Con los cambios, los indígenas no se acostumbran a que la tierra sea propiedad privada y la reciente igualdad de todos los mexicanos ante la ley los sigue dejando en desventaja frente a los criollos.
Por su parte, España no reconoce los Tratados de Córdoba que firmó O’Donojú, no acepta la independencia y hasta 1825 continúa en el fuerte de San Juan de Ulúa, en Veracruz. Junto con España, otros países europeos también quieren apoderarse de México para explotar sus riquezas. Y lo peor es que México no tiene armas ni dinero para defenderse.
Aunado a todo esto, los mexicanos están divididos entre los que quieren adoptar un gobierno monáquico y los que quieren una república. A su vez los monárquicos también discuten por unos que desean un príncipe español como rey y los que quieren coronar a Agustín de Iturbide, quien finalmente se beneficia de la negativa de España y consigue ser emperador.
El Congreso, en una elegante ceremonia, lo nombra “Agustín Primero”. Imperio que le dura apenas 11 meses, hasta marzo de 1823, frente a la gran cantidad de mexicanos que se oponen a su reinado y los diputados que conspiran en su contra. Iturbide reacciona disolviendo el Congreso y destituyendo al general Antonio López de Santa Anna, entre otros cambios políticos.
La destitución del general de la provincia de Veracruz fue un terrible error de el emperador y ocasiona que Santa Anna se rebele contra Iturbide. En febrero de 1823, Santa Anna con Guadalupe Victoria proclaman el Plan de Casa Mata, proponiendo un sistema de gobierno republicano. Un mes después, Iturbide renuncia al trono y se marcha a Europa.
Pero esto también tiene consecuencias: las provincias de Centroamérica -actualmente Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica-, que se habían unido al Imperio, se separan de México. Al año siguiente Iturbide regresa a México, pero como el Congreso decretó que no podía volver bajo pena de muerte, lo fusilan en cuanto pisa territorio mexicano.
Y se preguntarán: ¿qué pasó cuando Iturbide deja el trono? El país queda en manos de un Supremo Poder Ejecutivo formado por Nicolás Bravo, Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero, mismo que convoca a un segundo Congreso y los diputados que lo integran deciden que México sea una República.
En la Constitución promulgada el 4 de octubre de 1824 queda establecido que México sea una República formada por la unión de estados libres y soberanos para resolver sus problemas internos, y se le llama Estados Unidos Mexicanos, con los ideales de libertad e independencia como república representativa popular federal.
México se convierte en un país integrado por 19 estados y 4 territorios, dividido en 3 poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. En esta Constitución se declara que todos los mexicanos son iguales, que se concede la libertad de imprenta y que la única religión posible es la católica. Entonces, el Congreso convoca a las primeras elecciones del México independiente.
La elección de funcionarios se realizaba de manera indirecta, donde la mayoría de los ciudadanos participaban en una primera votación para designar un elector que representara un número determinado de personas y que era el que participaba en la elección final de los miembros del Congreso. Algo así como el sueño dorado de muchos políticos actuales.
Y entonces, como representantes de la nación, los miembros del Congreso electos designaban al presidente y vicepresidente por medio de una votación secreta. El candidato que reuniera la mayoría absoluta de los votos de las legislaturas era el presidente, pero en caso de empate con dicha mayoría, ganaba el que tuviera más votos y el otro quedaba como vicepresidente.
Aquí aparece el primer error: ambos candidatos son rivales de partido y el país sufría una inestabilidad política que paralizaba el ejercicio del poder. ¿De dónde sale esta genial idea? De copiar el modelo norteamericano, pero en Estados Unidos sí funcionaba porque la elección se verificaba por fórmulas: si un candidato presidencial triunfaba, a la primera magistratura lo acompañaba un vicepresidente de su mismo partido.
En México la vicepresidencia parecía el premio de consolación para el perdedor. Pero eso no es todo. Un apartado de la Constitución señalaba en su Artículo 90 algo que parece digno de un chiste: “Si hubiere empate en las votaciones hechas por las legislaturas, se repetirá por una sola vez la votación; y sin aún resultare empatada, decidirá la suerte”.
Como resultado de las primeras elecciones de este México independiente, republicano y con esta Constitución tan imperfecta, resultan electos como presidente Guadalupe Victoria y como vicepresidente Nicolás Bravo. Los resultados fueron 30 votos a favor de Guadalupe Victoria y 8 para Nicolás Bravo.
Esto significó que el temido empate no sucediera, pero tampoco quedó en evidencia lo inviable del método. Guadalupe Victoria termina su periodo de gobierno en 1828, pero en las segundas elecciones que dan el triunfo a Manuel Gómez Pedraza empiezan los problemas, cuando Vicente Guerrero queda como vicepresidente e impugna los resultados, llegando hasta las armas para solucionar la controversia.
Este breve recorrido que te acabo de contar en este periodismo de vida sintetiza cómo desde un inicio los procesos electorales en México han tenido una infinidad de deficiencias y conflictos. Por eso te pregunto a ti que escuchas esta mañana ¡Qué tal, Fernanda!: ¿Cuáles son las elecciones presidenciales que recuerdas como las más caóticas y comentadas? Escríbeme a las redes sociales de QTF y comparte tus opiniones.