Desde la calle alcanzamos a escuchar esos versos inconfundibles de la Sonora Santanera: Fue en un cabaret donde te encontré bailando, vendiendo tu amor al mejor postor soñando…
Una fila rodea la calle. Aquí no importa la edad ni la clase social.
Mujeres con leggings pegados al cuerpo, hombres con jeans y tenis, y hasta una que otra sexagenaria con plumas y vestido de lentejuelas, esperan su turno para pagar la entrada en aquella taquilla legendaria.
Al fondo se alcanzan a ver las mesas en la zona mas oscura, donde dicen que más de una pareja se dejó llevar por la pasión y el frenesí de un momento. En el techo, una decena de cenitales y luces estroboscópicas ha sido testigos de grandes estrellas de la música que han pisado este recinto.
Al centro de la pista, se conserva una bola disco que ya no se ocupa desde hace muchos. Esa pista donde los jóvenes de los años 40 bailaban al ritmo de danzón, chachachá, swing y mambo.
Lo que en algún momento fue una maderería en ruinas, después se convirtió en bodega para guardar camiones y costales de carbón, para terminar como el legendario salón de baile Los Ángeles, para todo tipo de público. No importa que al otro día se trabaje, lo importante es bailar hasta que el cuerpo aguante.
Son muchas las historias de los centros nocturnos de México, donde artistas de renombre llegan a presentarse y a los que millones de afectos al baile asisten semana a semana, con el único objetivo de divertirse mientras escuchan música en vivo y gastan las suelas de sus zapatos.
Pero los cabarets y la vida nocturna en México han tenido varios cambios. Fue en los años 60 y 70 cuando aquellos lugares que podemos ver en las películas de la Época de Oro del cine mexicano se transforman en locales menos irreverentes por la censura del gobierno.
De ese esplendor lleno de glamour y elegancia de los 50 donde se llamaban centros nocturnos, dos décadas después quedan los cabarets, pero con un sentido completamente distinto. Asisten hombres con ansias de beber, bailar y ver mujeres con poca ropa.
Y es precisamente en ese momento que nace el término “ficheras”, pues se acostumbra gastar parte de la quincena con alguna chica que pide bebidas caras y que el mesero se las entrega con una ficha que ella puede cambiar después por dinero en efectivo, como una comisión por hacer que los consuman toda la noche.
Estos lugares no eran un table dance, pero sí hay un culto al desnudismo. Espectáculos donde una bella mujer en una copa de champagne gigante baila con movimientos sensuales hasta quedar sin ropa, es lo más atractivo y el número fuerte de la noche. Pero a diferencia de ahora, estas mujeres son llamadas artistas o vedettes.
Algunos espectáculos son verdaderas producciones monumentales, donde con decorados fastuosos y espléndidas coreografías se representa el antiguo Egipto. Sin olvidar figuras que llegan a ocupar las marquesinas con sus nombres en dorado, como Olga Breeskin, tocando el violín en un pegadísimo vestido y un tocado de plumas de avestruz.
Con el tiempo, esta figura de la vedette y la presencia de las ficheras, hace que los cabarets se conviertan en lugares más populares y accesibles. Pero renace el centro nocturno, rescatando la exclusividad y elegancia de los años 50.
Los artistas de la televisión y de la radio ocupan entonces las noches de el Capri, el Quid, el Marrakech o El Patio. Los espectáculos de aquel momento se comparan con los presentados en Las Vegas, como el de Lila Déneken, que presenta un show lleno de efectos especiales.
Olga Breeskin también hace historia con sus diminutos trajes de baño, mientras toca el violín y se enreda en el cuello a una enorme serpiente.
O cómo olvidar las rutinas cómicas de Manuel “el loco Valdez” y Polo Polo. O al mago Chen Kai con sus actos de ilusionismo.
En la parte musical, las bandas son sustituidas por intérpretes como Manolo Muñoz, Roberto Carlos, Yuri, Rocío Banquells, Raphael, José José, Juan Gabriel y hasta Ray Conniff, que se presentó en el “Premier”, un foro con una capacidad para mil personas y lo último en tecnología de luz y sonido.
Pero con la llegada de los 90, el gusto del público y la aparición de grupos juveniles de música, hacen que estos centros nocturnos y muchos de los cabarets que aún sobreviven desaparezcan para dar lugar a las salas de conciertos y auditorios para miles de espectadores.
Entonces, el baile queda relegado a los salones que aún sobreviven en nuestros días, como es el caso del California Dancing Club o el Salón Los Ángeles. Ambos testigos de más de medio siglo de historia de entretenimiento y ritmos musicales de ese México que recordamos cuando escuchamos esos versos de: Fue en un cabaret donde te encontré bailando…