El 2026 no será un año de transición cómoda para Claudia Sheinbaum. Será un punto de inflexión. Diversos analistas advierten que la presidenta enfrentará al menos ocho desafíos simultáneos que pondrán a prueba no solo su capacidad de gestión, sino la viabilidad del modelo político y económico heredado de la Cuarta Transformación.
Uno de los principales focos de presión será la deuda pública. Proyecciones financieras apuntan a que podría alcanzar hasta 51 por ciento del Producto Interno Bruto, un nivel que obliga al gobierno a caminar sobre una línea muy delgada entre mantener programas sociales y evitar un deterioro mayor de las finanzas públicas. El margen de maniobra fiscal será cada vez más estrecho, especialmente si la economía no crece al ritmo prometido.
A este panorama se suma un crecimiento económico débil. Las expectativas para 2026 anticipan una expansión modesta, lejos de los niveles necesarios para generar empleo, fortalecer ingresos públicos y absorber los costos de los compromisos sociales. En los hechos, el país podría entrar en una fase de estancamiento prolongado, con impactos directos en el bolsillo de millones de familias.
La violencia y la delincuencia organizada seguirán siendo una carga estructural. Pese al discurso oficial, los niveles de inseguridad continúan elevados y la coordinación entre gobiernos estatales, municipales y federales sigue mostrando fallas. El reto no es menor: contener al crimen sin agravar la militarización ni normalizar la violencia como parte del paisaje cotidiano.
Otro frente crítico será la relación con Estados Unidos. La revisión del T MEC, las tensiones comerciales, la presión migratoria y los temas de seguridad colocarán a México bajo un escrutinio constante. Cualquier error en esta relación puede traducirse en afectaciones económicas, comerciales y políticas inmediatas.
En el plano interno, Sheinbaum también deberá enfrentar un desgaste institucional acumulado. Órganos debilitados, sistemas de salud saturados, infraestructura insuficiente y una administración pública presionada por recortes y sobrecarga de funciones forman parte del escenario que heredará y que no se resuelve con narrativa.
A ello se añade la creciente polarización política. Gobernar con una mayoría legislativa no garantiza estabilidad cuando la legitimidad de las decisiones se cuestiona y la crítica se responde desde el poder. El riesgo es profundizar la confrontación social en lugar de corregir el rumbo.
Finalmente, el desafío más complejo será demostrar autonomía real. La sombra de Andrés Manuel López Obrador seguirá presente, y cada crisis pondrá a prueba si Sheinbaum gobierna con mando propio o bajo la lógica de continuidad absoluta.
El 2026 no será un año para administrar inercias. Será un año en el que los errores se pagarán caros y las decisiones definirán si México avanza, se estanca o retrocede.

