Los descuajaringados.
- ¿Qué están pegando en los postes? –le pregunté al pingüica y al Chanate
- Pos sepa -dijo el pingüica-
- A lo mejor viene el circo o la carpa… ¿vamos? –contestó el Chanate-
En menos de lo que canta un gallo ya estábamos en el poste de madera que estaba frente a la tortillería.
- Achis, y esto ¿Qué es? –preguntó el pingüica-
- ¿Pos que no sabes leer? –contestó el Chanate-
- Pos si, pero no entiendo –dijo el pingüica-
- Es para dejar de fumar –les dije-
- ¿Y por qué alguien quisiera dejar de fumar? – preguntó el chanate-
- A lo mejor porque está enfermo –dije-
- O le hizo una manda a la virgencita –comentó el pingüica-
Creo que la opción del pingüica fue la que se nos hizo la más “lógica” en ese momento, pues casi todos los adultos que conocía en esas épocas fumaban.
El anuncio decía:
“¿Quiere dejar de fumar?, no se preocupe, ya llegó Don Melitón,
Deje fumar en una sola sesión, método 100% garantizado
Si no le funciona, le devolvemos su dinero”
Consultas todos los días, desde la mañana hasta la tarde
en la casa vieja frente a la estación del tren.
Recuerde: ¡ Don Melitón es la solución!
También sobamos torceduras, quitamos empacho,
Mal de ojo, acomodamos huesos y cuerpo descuajaringado.
- ¿será cierto esto? –preguntó el pingüica-
- Pos sepa, pero se me hace que es mejor que el boticario –dije-
- Y a lo mejor que hasta el doctor –respondió el chanate-
- No seas bruto –dijo el pingüica- el doctor es mejor porque no se anuncia y siempre tiene gente.
Nos fuimos a la plaza a comprar unos churros, de esos que a los cinco minutos de meterlos en la bolsita de papel canela, la ponían casi, casi transparente.
Al pan, pan, y al vino, vino.
- ¿Dónde andabas? –preguntó la abuela Licha-
- Fuimos a comprar churros abuela –le dije emocionado-
- Mira tú, ¿y de donde sacaste dinero? –me cuestionó-
- El tío Momo nos pagó al Pingüica, al Chanate y a mí por ayudarlo a descargar nueces del camioncito
- Mira este, ¿pos a donde se fue? –cuestionó-
- No se abuela, nomás dijo que al rato venía
- Bueno, bueno, a otra cosa mariposa –dijo la abuela- saca del costal que está a un lado del refrigerador, una palangana llena de nueces, te la traes a la mesa y te pones a pelarlas
Caray, tal parecía que ese era “el día de la nuez”, porque primero habernos pasado la mañana descargando nueces y ahora pelarlas, lo malo es que en esta ocasión no estarían mis amigos para ayudar.
Me puse a pelar las nueces, primero las tomaba y las ponía en una madera que tenía una especie de rebaje, luego con la ayuda de un pequeño martillo les daba hasta partirlas, para después pelarlas.
- Dales macizo, fíjate como les pegas –me dijo la Abuela- que no se te pase la mano, que quiero piezas de nuez y no puré, ¿Qué no ve que es para….?
- ¿Qué abuela? ¿Qué pasó? -pregunté al ver que la abuela interrumpía su observación
- ¿Oíste? –me preguntó-
- No abuela, ¿Qué fue?
- Así como un golpe –me dijo-
- A lo mejor se les calló un tambo con agua, ya ves que hoy les tocaba llevar agua a los animales que andan sueltos en el pastizal.
- Si, puede que sea eso –dijo la Abuela- pero sentí raro…bueno, en fin.
Ahí me tienen metiéndoles sus martillazos a las nueces, de un por una, pero eso sí, con mucho cuidado para no darme en un dedo.
Y precisamente cuando estaba más concentrado con romper las nueces para pelarlas, entró corriendo la tía Tere.
- Mamá, mamacita chula –dijo gritando la tía-
- ¿Qué tienes niña? ¿Qué te pasa? ¿Por qué esos gritos? –preguntó la abuela
- Momo, Momo venía en la camioneta y cuando llegó chocó contra el árbol del corral grande, Diódoro fue a ver qué pasaba, y dice que no se mueve.
Cuando escuché lo anterior, voltee a ver a la abuela, vi como su rostro se desencajaba para luego, salir corriendo, yo por mi parte, deje las nueces por la paz y salí detrás de la abuela.
Minutos después, unos trabajadores nos ayudaban a traerlo a la casa, lo acostamos en la caja de la camioneta, la abuela iba adelante con un trabajador y la tía Tere, otro trabajador y yo, íbamos atrás con él cuidándolo.
Llegando a la casa, el tío reaccionó, y comenzó a vomitar, su cuerpo temblaba y estaba frío, yo pensé que se iba morir en su propia cama.
Un par de horas después, cuando reaccionó mejor, supimos por qué el tío momo había llegado hecho un guiñapo… había ido con Don Melitón para que lo ayudara a dejar de fumar.
Tu amor se consumió como un cigarro.
- Buenos días, ¿aquí es donde ayudan a dejar de fumar? –preguntó esa tarde el tío Momo-
- Son trescientos pesos y le garantizo que ya no vuelve a fumar –contestó una voz de dentro-
- Y eso… ¿Cuándo puede ser? –preguntó cauteloso el tío-
- Mañana por la mañana, tempranito –contestó de nuevo el hombre-
Al contestar esta vez, el hombre salió de un cuartito haciendo a un lado unas cortinas echas de fichas de refrescos, que provocaron su característico sonido.
- ¿Es usted Don Melitón? –cuestionó el tío Momo-
- El mismo –afirmó el dizque curandero-
Don Melitón era un tipo alto, moreno, muy moreno, su piel lanzaba brillos azulados, sus labios eran gruesos y las manos eran como dos manoplas de beisbol –nos contó el tío-
- Y mañana, ¿a qué hora?
- Temprano, a las siete de la mañana, aquí nos vemos… oiga, ¿tiene camioneta o algo perecido?
- Si, si señor –contestó el tío extrañado-
- Tráigasela –le ordenó- la vamos a necesitar.
Y así fue, a la mañana siguiente, el tío Momo nos vio a las seis de la mañana a nosotros para que hiciéramos la descarga de las nueces y él se fue a tratar con el curandero.
Apenas estaba llegando el tío al “consultorio” del Don Melitón, cuando escuchó una voz a sus espaldas.
- ¿Ya está listo?
- Don Melitón, me asustó usted –dijo el tío nervioso-
- Vámonos en su camioneta, yo le digo por donde
El tío comenzó a sentir temor, pero siguió con aquello, no fueran a decir que era cobarde.
Don Melitón le comenzó a decir al tío por donde irse, lo fue llevando al monte, cerca de unos sembradíos, ahí, le dijo que siguiera por una brecha hasta topar con un canal, luego de ahí girara a la derecha hasta llegar a unos árboles.
Eso hizo el tío Momo, hasta llegar a un jacal debajo de unos gigantescos álamos.
- Aquí mero es –exclamó Don Melitón-
El tío paró la camioneta y los dos bajaron, Don Melitón tomó ventaja y el tío lo seguía a unos pasos, mientras miraba la bolsa que cargaba…¿Qué llevaría en ella?
- Pásele –ordenó el curandero mientras abría la puerta de madera-
Al tío no le quedó otra cosa que obedecer y entrar, pero de que estaba arrepentido, estaba arrepentido, y mucho.
- Siéntese ahí –ordenó Don Melitón mientras señalaba una silla-
El tío Momo se sentó en la vieja silla de madera que estaba en el centro de la habitación, entonces Don Melitón puso la bolsa y un morral encima de la mesa de madera, para primero sacar del morral un mecate, y luego una pistola, en ese momento, el tío Momo pensó que sus minutos estaban contados.
El curandero se puso la pistola en el cinto, luego tomando el mecate le dijo al tío: “no se mueva que me lo quiebro”
Y el “tratamiento” comenzó, primero ató al tío de pies y manos a la silla, luego sacó de la bolsa de mandado un paquete de cajetillas de cigarros, abrió una cajetilla, se puso un cigarro en la boca, lo encendió, le fumó largamente, lo disfrutó y finalmente dejó salir el humo lentamente, disfrutándolo.
- Tenga, fúmese este –dijo mientras le ponía el cigarro en la boca al tío Momo-
El tío se fumó ese primer cigarro, luego otro, y otro, y otro, y así sin detenerse hasta que terminó la primera cajetilla, luego, abrió la segunda para seguir con el mismo procedimiento, el tío Momo no podía más, estaba amarillo y todo le daba vueltas, era un cigarro tras otro.
- Ya señor, ya no puedo más –le dijo- esto no es lo que yo buscaba
- ¿A no? ¿quieres que te regrese tu dinero verdad?
- No señor, se lo juro, quédese con él
- ¡Que te lo fumes digo! -Acto seguido, sacó su pistola de la cintura y amenazó al tío con darle un tiro en la cabeza- ¡Qué se lo fume o me lo quiebro!-
Así tuvo fumando un cigarro tras otro hasta que perdió el conocimiento, luego se vio solo en la cabaña, y como pudo se fue a su camioneta, para finalmente irse a la casa hasta donde lo encontraron; desde ese día el tío Momo no fuma, ni puede olerlo porque se pone mal, muy mal.
- Así que fue por una mujer que quisiste dejar de fumar –preguntó la abuela Licha-
- Pues si, es que a ella no le gustaba el olor a cigarro.
- Y en lugar de dejarlo tú solo, ¿te vas con un charlatán para que te haga dejarlo?
El tío Momo que se encontraba acostado solo cerró los ojos y no contestó.
- ¿Y se puede saber cómo se llama la muchacha? –cuestionó la abuela-
El tío guardó silencio y cerró los ojos de nuevo, tiempo después nos enteramos que la muchacha era Consuelo, la hija del doctor del pueblo, que por cierto que cuando el doctor se enteró de que eran novios y al saber que el novio era mi tío Momo, prefirió mandar a su hija aun internado en la capital antes de seguir permitiendo que su hija saliera con ese parrandero.
El tío dejó de fumar, Consuelo se fue del pueblo y el padre de ella respiró tranquilo.
¿Y las nueces?, apenas se terminó el relajo, y la abuela me puso a pelar las nueces que me habían faltado y un poco más.
¡ Hasta la próxima !
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