Hace poco supe de una pareja que terminó una relación bastante larga e intensa, con mucho dolor y discordia. Parecía que habían quedado mil palabras en el tintero, resentimientos y remordimientos. Sin embargo, en plena turbulencia él insistía e insistía en que ella le regresara un Pyrex (sí, un refractario para cocinar) que había dejado en su casa. A eso se había reducido la relación y su quebranto: a un Pyrex.
Yo no sé si en verdad era el Pyrex o no el Pyrex, pues no sé qué tan concreta era la demanda. Lo que sí sé es que en cada separación de dos queda un remanente que funciona como significante de esta. En otras palabras, es un objeto real o virtual del que ambos se aferran para seguir enganchados, aunque sea “a la mala”.
De estas historias oímos miles todos los días. Cuando una pareja se divorcia se disputan los hijos y el dinero, es la historia de nunca acabar. Cuando un progenitor muere los hijos se pelean el jarrón azul. Cuando un hermano se va de la casa discute con los que se quedan por llevarse o no las bocinas de IPod. Es tortuoso.
Ante el dolor de la separación uno tiene que aferrarse de lo concreto, de los objetos, de lo visible, quizás para negar la pérdida emocional, el desasosiego que acude cuando alguien deja nuestras vidas. El amor no se puede regatear, los recuerdos, las vivencias… pero el Pyrex sí.
Muchas veces he escuchado a mis amigos decir que se van a divorciar “en buen plan”, que no quieren broncas, que van a ser civilizados y adultos. Yo por dentro pienso “Ajá”. Tarde o temprano terminan peleándose hasta de las cosas más nimias, arrancándose la vida y todo lo demás.
Para divorciarse es menester tirar los platos, pelearse, odiarse. Si no… no hay separación. No es fácil, el matrimonio no sólo está hecho de amor, sino de un compromiso de vida, de recuerdos compartidos, de mucha confianza, ¡de hijos!, hijos que se tuvieron a partir de la intimidad, del amor, de la ilusión, y que comparten DNA. El matrimonio también es, o fue, un proyecto de vida acompañado. Por eso no es fácil decir: “bueno, aquí la dejamos, no nos debemos nada, sigamos adelante y como cuates”.
Entonces quedan estos remanentes, estos significantes por los que uno se pelea para continuar en la relación. Como dije, pueden ser dinero u objetos o ideas. Cuando hay hijos en común uno discute cualquier cantidad de asuntos: horas, fechas, minutos, que si tal escuela, que si no le das de comer zanahorias, que si siempre trae los mismos pantalones, que si no hizo la tarea, en fin.
En el momento los asuntos se viven con mucha importancia. Recuerdo a una amiga que traía continua querella con su ex marido porque él no podía o no quería pagar la carísima escuela en la que estaban los hijos. Cada mes era una disputa de varios días y estropear el hígado. Yo le dije a mi amiga que cambiara a los hijos de escuela, a otra privada pero no tan cara, pero que lo hiciera en serio, que no sólo amenazara. De inicio ella se alborotó y dijo que eso era una locura, que cómo sus hijos… etcétera, etcétera. Pero tampoco estaba ella dispuesta a pagar esas colegiaturas. Le fueron cayendo los veintes de su enganche y llevó a ambos pequeños a hacer exámenes de admisión a otra escuela. Habiendo sido aceptados se lo comunicó a su ex esposo: “Así va a ser porque yo no voy a pagar”. Él dijo que de ninguna manera los cambiarían y nunca volvió a fallar en el pago.
Una paciente deseaba llevar a sus hijos a ver a sus padres que vivían en España. El ex esposo decía que no que porque los iba a secuestrar y no los iba a regresar a México. Así pasaron 4 años de peleas. Un día ella le dijo: “estoy de acuerdo de que no vayan los niños a España pero yo sí me voy, así que te los dejo. Luego te paso el itinerario de sus múltiples actividades, dentistas, ortodontistas, pediatras, clases de esto y de lo otro. Espero que tengas mucho tiempo libre. Ya hablé con ellos y están felices de quedarse contigo” (lo cual era ciertísimo). Colgaron pero ella permaneció junto al teléfono: “cuatro, tres, dos, uno… ¡ring!” Era él de nuevo dándole la tan anhelada autorización para llevarse a sus hijos.
Hay que dejar ir, hay que soltar, hay que vencerse. Si una pareja va a seguir discutiendo boberías mejor vuélvanse a juntar. Uno debe entender que son formas de continuar enganchado, de no terminar la relación, y eso no le hace bien a nadie. Como dice mi amigo Pedro, no hay nada mejor que un corte limpio (clean cut).
En relación a la pareja del Pyrex, ella al fin lo regresó, y cuando lo hizo y ya no había adeudos entre ambos, ni seguiría habiendo pelea, a ella le invadió una gran tristeza. El duelo estaba comenzando porque ya no había más motivos para seguir enganchados, aunque sea negativamente, en la relación.
Soltarlo
Soltarlo, dejarlo ir
Que vuele
Que encuentre su propia voz
Ya no me pertenece a mí
Yo se lo dejo a él
Soltarlo al aire dejar salir
Del pecho este sentimiento
Que en mí murió
Yo ya vi mi sol nacer
Y hoy vuelve a amanecer.
Volver a comenzar en la vida
Mirando un cielo azul
Con fe y con mi poder
Con todo el corazón
Llevando esta canción por la vidaClaudia Gómez para Putumayo: Music from the Coffee Lands