Regina llegó a consulta con el Dr. Ramirez una fría tarde de enero. Su amiga Lara llevaba algunos años con él en psicoanálisis y le había sentado de maravilla. Había oído cosas muy buenas de él y, en este momento de su vida, estaba muy vulnerable y triste necesitando de ayuda urgente, alguien que la rescatara de su dolor. Su marido la había dejado por una mujer más joven, justo en enero para no estropear las fiestas de fin de año. Ella tenía que elaborar tanto… los últimos años con su esposo habían sido muy difíciles, pues sentía su indiferencia y hartazgo, su desamor. Se miraba al espejo y se sentía vieja, fea, desgastada, y con el cuerpo propio de una señora en sus cuarentas. Nadie más la volvería a amar jamás.
El Dr. Ramirez tenía un consultorio acogedor y lleno de libros. No era guapo pero su mirada era cálida y su voz paciente y amorosa. Ella empezó a contar su historia. A saltos y girones relató su dolor actual entrelazándolo con pedazos de su pasado, su infancia, su matrimonio, su vida sexual, su sensación de ser una mujer abatida, de que la edad ya la rebasaba.
Dos veces a la semana asistía con Eduardo, como ya lo llamaba, frente a frente a abrirle sus más íntimos secretos. El escuchaba, preguntaba, simpatizaba y hacía observaciones muy inteligentes, que a veces salpicaba con chistes o datos que daban cuenta de sus conocimientos, su cultura, su amor por las artes… en pocas palabras, de su sabiduría.
Ella ya había entrado en “transferencia”. Pero ¿Qué es eso? Resulta que todos hacemos “transferencias” de nuestros vínculos infantiles a nuestros vínculos actuales, todo el tiempo. Si tenemos problemas con la autoridad de nuestra madre en la infancia tendremos hoy por hoy problemas con nuestra jefa en el trabajo, y así con la pareja, las amistades, etc. Es algo que Sigmund Freud llamó “Compulsión a la repetición” y lo ligó al fenómeno que se presenta en el consultorio con nuestros analistas.
Nos enajenamos de la realidad y confundimos el presente por el pasado, repitiendo nuestros vínculos, ahora con la figura del psicoanalista. Eso esperamos que suceda en el consultorio, pues como bien dijo Freud: en lo particular, el verdadero objeto de estudio del psicoanálisis es la transferencia. Con esta pieza del pasado que se re actualiza en la terapia trabajamos nosotros los psicoanalistas. Es un preciado fenómeno que debemos atesorar y cuidar, y jamás abusar de él.
Regina cada vez estaba más fascinada con Eduardo, y ya se vestía de especial forma para irlo a ver, y se sonrojaba al hablar. Él comenzó a interesarse más en su caso, y comenzó a preguntarle por whattsapp cómo se había resuelto tal o cual situación en la vida de Regina. Ella le contestaba y se sentía muy especial por el interés que él le mostraba, pues él no había hecho nunca lo mismo con su amiga Lara. En alguna ocasión él le dijo que mejor le marcara por teléfono para contarle “x” suceso, y en otro momento coincidieron y se tomaron un café en la cafetería cercana al consultorio.
El “encuadre” se fue rompiendo. El encuadre al que me refiero es un pacto que se realiza o se va gestando entre el paciente y el analista implicando acuerdos como los días y horarios de las citas, el pago y en ocasiones las bases y condiciones del tratamiento. Este “setting” (rígido o no) es parte de un continuo que se da desde la primera llamada telefónica, manejándose desde el primer contacto, y se refuerza en las entrevistas posteriores, y tiene que ver con las condiciones necesarias para que se pueda dar el encuentro analítico. Me parece importante mencionar lo anterior porque el encuadre aparecerá como una constante que se verá frecuentemente (o no) alterada tanto por el paciente como por el analista, y estas “alteraciones,” o sus intentos, se prestarán como material de análisis. El encuadre es testimonio entonces de la preocupación del psicoanalista por no influir sobre su analizante, y la construcción del encuadre contiene el mensaje de esa preocupación del analista. El encuadre implica, éticamente, que el analista no interfiera en la vida real del paciente (que no conviva con él fuera del consultorio) y que el intercambio sea a través de la palabra y a cambio de una remuneración económica previamente pactada y que pondrá el límite entre una relación profesional y una meramente personal.
Eduardo un día le dijo a Regina que ya no podía seguir atendiéndola pues se había enamorado de ella y era poco “ético” seguirla viendo. Ella sintió que por fin el mundo la había premiado con la verdadera felicidad. El hombre más maravilloso, que más la había escuchado y valorado en toda su vida también la amaba (¡santas idealizaciones!). Era la plenitud absoluta. No podía ser más feliz. Después de un “estira y afloje” con “las cuestiones de la ética”, por fin ellos empezaron a salir. A escondidas claro, porque si alguien cachaba que el Dr. Ramirez estaba con su paciente lo podían demandar y destituir (Es una mala práctica penada con el retiro de la licencia para ejercer como psicólogo). Además él no le había abierto nunca su vida real, quién era genuinamente él, cómo se manejaba en familia, socialmente, su casa, su historia, su pasado, etc. En la mente del Dr. Ramirez él debía permanecer idealizado y transferenciado por Regina para que funcionara. Ella debía seguir bajo el influjo de su sugestión, bajo el poder de su sugestión.
Eduardo había sido un adolescente poco agraciado y raro y nunca jamás había tenido éxito con las mujeres. Su historia era triste y solitaria porque siempre había sido rechazado socialmente. Pero ahora era un rey frente a Regina, la guapa y adinerada Regina que lo valoraba como el hombre más maravilloso, aún sin saber absolutamente nada de él, o sólo lo que él elegía contarle. Bien escuché una vez a una cubana, coach de amores, decir en el radio: “El que más habla más se enamora, así que tú deja que quien te guste hable y hable mucho de sí mismo o de sí misma”. Inadvertidamente esta coach estaba hablando de la transferencia en el proceso psicoanalítico.
Cuando hablamos de ética en el consultorio del psicólogo, lo importante a recalcar es que el encuadre es esa Ley a la que debemos rendirle una observancia tanto el analista como el analizando. Yo no le impongo el encuadre a a mi paciente y lo modifico a mi conveniencia, sino que observo el encuadre como una Ley común a ambas partes de la diada analítica. ¡Eso es la ética del consultorio! ¡No abusar y lucrar con la transferencia del paciente para beneficio personal! El psicoanalista no debe pedirle ningún favor a su paciente, de ninguna índole porque interfiere en el proceso del paciente.
El psicoanalista Jaime Lutenberg dice que cuando uno deviene analista debe renunciar de plano a pretender la gratificación a través de un vínculo no sublimado con el paciente, debe olvidarse de aprovechar el vínculo real. Estamos de paso en la vida de nuestros pacientes “somos sólo un eco en el silencio, somos solo un trozo de ilusión” como diría Cristian Castro. Tolerar el cruce de transferencias negativas y eróticas, y aceptar lo efímero de nuestra existencia en la vida del paciente.
Una paciente mía que de chica fue abusada por su padrastro definió abuso sexual de la siguiente forma: Cuando alguien utiliza la confianza y cariño que has depositado en esa persona para tomar ventaja, en detrimento tuyo. La ventaja es sólo para uno (aquel que sostiene el cariño del otro y, muchas veces, está en un lugar de poder) y no para el otro que, por su confianza y por colocar el ideal en el querido, queda en una posición vulnerable.
En todo momento de nuestra práctica como terapeutas y psicoanalistas no debemos olvidar que nuestros pacientes han colocado su confianza en nosotros, y que nosotros nos hemos comprometido a trabajar con la transferencia, no abusar de ella y no actuarla. Cualquier cosa que hagamos con nuestros pacientes, supervisandos y alumnos que implique tomar una ventaja, aunque sea poquita, de la confianza que han depositado en nosotros es una ruptura de la ética. Robar poquito también es robar. Más aún si además de tener la confianza también detentamos “el poder” que nos da nuestra posición frente al paciente.
Le preguntaron al matemático Al-Khawarizmi sobre el valor del ser humano y éste respondió:
Si tiene ética, entonces su valor es =1.
Si además es inteligente, agréguenle un cero y su valor será = 10.
Si también es rico, súmenle otro 0 y será = 100.
Si sobre todo eso es además, una bella persona, agréguenle otro 0 y su valor será = 1000.
Pero, si pierde el 1, que corresponde a la ética, perderá todo su valor pues, solamente le quedarán los ceros.
Así que pienso que de nada servirá que como psicoanalistas estudiemos sin fin, si no nos cuestionamos antes este asunto de La Ley que genera tanto resquemor. Sólo sería ir acumulando ceros y ceros sin ese “1” que le dé el valor a lo que somos en el consultorio.