Bajo un sol abrasador, ellos trabajan sin descanso…
Más de 38 grados…
Aquellos hombres reciben directamente el calor que pareciera rasgar con furia su piel curtida por los años.
La tierra se pega a su rostro cuando el sudor traza ríos que se evaporan antes de caer al suelo.
Desde que amaneció, un desfile de cemento, grava y varilla recorre las calles de aquella comunidad.
Casi cuarenta almas, entre hombres, mujeres y niños, forman parte del ritual, de aquella costumbre con raíces prehispánicas…
Al final de la calle, un joven de escasos 18 años desvía el tránsito con un trapo blanco.
Otra señora, resguardada bajo una sombrilla, reparte agua fresca. Su hijo la ayuda a cargar el garrafón, mientras ella distribuye los vasos desechables a los sedientos.
Un par de mujeres, bajo la sombra de un limonero, preparan tacos de arroz con huevo para todos.
Se escuchan voces de un lado de la calle, gritando a los del extremo contrario, para indicar que otra carga de cemento se dirige al nuevo edificio.
Ese edificio que albergará el hospital comunitario, y que desde hace meses comenzó a construirse gracias al tequio.
La fila de hombres pasándose las cubetas con mezcla pareciera imitar a las hormigas, en su ir y venir, en su coordinación, en ese trabajo incansable.
Los niños corren de un lado a otro, divertidos. Para ellos no resulta complicado cargar un ladrillo y sentir que son parte de aquella costumbre que han visto desde muy pequeños.
Incluso, muchos de esos niños saben que en algunos años también serán parte de esa fila, pasando cemento, grava y agua.
Pero aunque esto no pareciera mas que otra obra en construcción, como hay en muchos lados y todo el tiempo, aquí es diferente.
En esta pequeña comunidad oaxaqueña, esto sucede gracias al tequio. Donde nadie cobra. Al contrario, donde todos cooperan para proveer de materiales y son parte de la mano de obra.
Ese hospital será para todos, y por eso, todos trabajan para construirlo y que su comunidad tenga un lugar en donde ellos, sus mujeres y sus hijos puedan acudir cuando estén enfermos.
Es un lunes de trabajo, pero también de alegría. Aquí nadie está de malas. Aquí todos cooperan, todos son parte de lo que sus antepasados llamaban tequiutl, en náhuatl.
Y así, cuando el sol comienza a desaparecer entre las montañas, aquella fiesta comunitaria termina también. Pero sólo por esta ocasión, porque siempre habrá algo que hacer para bien de todos.
En las culturas prehispánicas, el tequio era parte de la organización social y política, ya que eran muy frecuentes los trabajos comunitarios para la construcción de canales, calzadas o reparación de templos.
Durante la Colonia, el tequio era una especie de impuesto obligado a las comunidades indígenas para que éstas pagaran un tributo con trabajo al rey, a los nobles o funcionarios.
Pero en 1605, el virrey Juan de Mendoza y Luna emitió las “Ordenanzas sobre el tequio y la tarea que han de tener los indios”, para detener los abusos que se cometían contra los indígenas.
Actualmente, esta práctica del tequio continúa en algunas regiones de nuestro país. Sólo que ahora no se trata de un tributo al rey, ni nada parecido.
El tequio lo entendemos en estos días como una forma organizada de trabajo en beneficio colectivo, donde los integrantes de una comunidad aportan materiales o su fuerza de trabajo, para realizar una obra comunitaria, como escuelas, pozos, bardas, caminos, etc.
La actual Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Oaxaca, en su artículo 12, dice que “las autoridades municipales preservarán el tequio como una expresión de solidaridad comunitaria, según los usos de cada pueblo y comunidad indígenas”.
De hecho, el tequio puede ser considerado por ley como una forma de pago de contribuciones municipales.
Estamos hablando de grandes obras en donde la aportación en especie y mano de obra del tequio representan un 80% por parte de las comunidades, mientras que la parte del gobierno federal y estatal no cubre más allá del 20%.
Pero eso no es todo. Lo más impresionante de esta costumbre no es el valor material del trabajo, sino el valor social que implica la convivencia e integración de los miembros de estas comunidades.
Participar en el tequio da prestigio ante los ojos de los demás. Por eso las personas que aspiran a tener cargos públicos saben que es indispensable formar parte de esta costumbre.
¿Se dan cuenta del significado tan profundo del tequio?
Porque a simple vista pareciera conveniente para los gobiernos estatales y una carga para los habitantes de ciertas regiones de nuestro país. Pero para ellos representa un legado de sus antepasados que necesita preservarse por su valor humano.
Estamos hablando de un espíritu de comunidad, de ese sentido donde todos nos preocupamos por el otro, por el bien común. Donde no les importa el partido político que gobierne su entidad. Lo que a ellos les importa es vivir en condiciones dignas y hacer algo para que así sea.
Son muchos los mexicanos que se quejan de los malos gobernantes, de la corrupción, de la falta de apoyos… Pero, ¿cuántos mexicanos se ponen a cargar cubetas de cemento bajo el sol para construir algo en beneficio de su comunidad?
¿Cuántos mexicanos hacen algo a diario para contribuir a tener un mejor México?
El tequio es algo que se practica desde antes que llegaran los españoles a nuestro país. Algo que en nuestros días tiene un sentido social y comunitario.
Ya tenemos un ejemplo con el tequio. ¿Y nosotros, los demás que no formamos parte de estas regiones donde se practica el tequio, ¿qué hacemos por nuestra comunidad? Tú, ¿qué haces para tener una mejor sociedad?