La semana pasada, mientras terminaba de leer El ciudadano, el enemigo y el Estado, recuerdo que entre mis notas para esta presentación había un tema que me indignaba sobremanera por su relación directa con las injusticias sociales que he experimentado como periodista, pero sobre todo que me tocan y lastiman como ciudadana.
Podría decir que me costó trabajo encontrar ejemplos que puntualizaran esta indignación, pero me causa una doble indignación confesar que la dificultad fue seleccionar entre los cientos de casos que tenía en la memoria, cuál podría resultar más claro y preciso para hablar de cuando el Estado de Derecho se convierte en un derecho del Estado para representar un rol antagónico en contra de los ciudadanos.
Esos ciudadanos que le hemos dado precisamente la legitimidad y el poder de ir en contra de nuestros derechos fundamentales al Estado, que más allá de protegernos mediante la normatividad, se escuda en ésta para negarnos la protección y las garantías más elementales.
Y de repente, un sismo de 7.1 grados de intensidad azotó nuevamente el centro del país. Un desastre natural que, paradójicamente, generó también un fenómeno social que hace tiempo parecía haber desaparecido en nuestro país: el poder del ciudadano. Que me trajo a la mente el libro anterior de Ulrich Richter.
Ese ciudadano que se levanta frente a las desgracias y los embates de la naturaleza, que en los últimos tiempos ha demostrado ser más poderosa que cualquier armamento o riqueza económica.
Ulrich Richter afirma en este nuevo libro: “Ser ciudadano es aquel que respeta las normas de convivencia. De lo contrario, se denomina habitante.” Y en otra parte dice: “En este país hay más habitantes que ciudadanos”.
Y entonces, ese concepto de enemigo del Estado se aplica no sólo al crimen organizado, al terrorismo o al narcotráfico. Se emplea correctamente, como lo explica Ulrich Richter, en los violadores, en los secuestradores, en los asesinos y todas esas plagas sociales que dejaron hace mucho de ser ciudadanos para convertirse en meros habitantes.
Recordé aquella entrevista que le hicieron a Günther Jakobs en Argentina, hace más de diez años. Donde precisamente decía que “el enemigo tiene menos derechos y no debería existir igualdad ante la ley”.
Veracruz y Quintana Roo fueron dos de los estados en donde el Estado de Derecho se usó como el derecho del Estado para despojar a cientos de personas de su patrimonio, y todo bajo la normativa de leyes que estos rufianes modificaron a su antojo para poder realizar estos robos bajo el amparo de la ley.
Aquí es donde el derecho penal del enemigo, del que habla Ulrich Richter, me parece una de las medidas que surgen de la misma impunidad de los enemigos que se encuentran en ese Estado que lejos de garantizarnos protección, hoy más que nunca, se ha convertido en un recuerdo amparado bajo la ley para la ejecución de delitos.
Y sí, Ulrich Richter, te doy la razón cuando dices que en México hay más habitantes que ciudadanos. Esos habitantes son los Gobernadores que roban a los que menos tienen; los servidores públicos que actúan en complicidad con los delincuentes en contra de los ciudadanos; las autoridades que, supuestamente, realizan de manera incorrecta las diligencias en los procesos para que ese mismo Estado de Derecho sea el que libere a los criminales.
En las páginas de este libro, Ulrich Richter rescata una de las frases de Immanuel Kant con las que más me identifico como ciudadana de este país en el que a diario veo cómo los que menos tienen, son los que más sufren y a los que menos se les protege: “El criminal es indigno de ser tratado como ciudadano.”
¿Por qué un delincuente debe tener los mismos derechos que los demás ciudadanos que cumplimos con la ley? ¿Un violador es un ciudadano? ¿Un secuestrador es un ciudadano? ¿Un servidor público que utiliza su cargo para perjudicar a la sociedad que debe servir, es un ciudadano?
Es entonces cuando ese derecho penal del enemigo es una opción bastante lógica dentro de una sociedad donde el hartazgo se hace presente con marchas, firmas y protestas públicas en todos los sectores de la ciudadanía.
A raíz del sismo que sufrimos la semana pasada, vimos un despertar en muchos que antes eran meros espectadores de una realidad política y social estática. Donde la desesperanza y la apatía formaban esa gran barrera entre los que se quejan y los que hacen algo a diario para vivir en un mejor país.
Amparados bajo la “ilegalidad”, así lo digo, entre comillas, de utilizar ese presupuesto para algo que no estipulaba la ley, un dinero que es generado por nuestros impuestos, los partidos políticos no lo querían destinar para los mismos ciudadanos que más lo necesitan en este momento. ¿Podría ser este caso el que ejemplifique cuando el Estado se convierte en enemigo del ciudadano?
A simple vista, pareciera que libro de Ulrich Richter es para juristas o estudiantes de Derecho. Sin embargo, creo que en esta realidad, en estos tiempos donde los medios de comunicación dicen tantas cosas sin informar casi nada, comprender a fondo y con fundamentos los conceptos de ciudadano, enemigo y Estado, además de una obligación, es una manera de hablar con claridad e inteligencia a todos aquellos que depositan en nosotros su confianza.
Ya desde su libro El poder del ciudadano, Ulrich Richter se volvió en un autor obligado para aquellos que pensamos que el verdadero poder de una nación no está en sus gobernantes, sino en sus ciudadanos. Porque somos nosotros los que los elegimos, pero también los que podemos hacer que se vayan de esos puestos y exigirles que cumplan con sus obligaciones.
Los ciudadanos somos los primeros en seguir las normas y en exigir que los llamados “habitantes” sean castigados cuando las violan. Somos los que salimos a las calles cuando un sismo provocó derrumbes y hay más ciudadanos atrapados. Somos esas manos que mueven piedras, pero también esas voces que exigen que el Estado nos proteja. Somos los que nos levantamos cada día para hacer las cosas bien y confirmar lo que desde hace tantos años he repetido día a día: que en México, somos más los buenos.
Puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que El ciudadano, el enemigo y el Estado, es una lectura que nos lleva por la memoria de los acontecimientos pasados y presentes, de una sociedad que exige más que nunca un cambio en la impartición de justicia y la normatividad donde los derechos fundamentales del ciudadano estén protegidos por encima de los enemigos del Estado.
Mi más sincero reconocimiento a Ulrich Richter por este nuevo libro y por convertirse con éste y sus publicaciones anteriores, en la referencia obligada de una nueva concepción de lo que hoy en día somos los ciudadanos en un país que necesita transformarse desde sus cimientos que son la gente, para la gente y por esa gente que exige justicia.