lunes, diciembre 1, 2025

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La tensión entre AMLO y Sheinbaum deja ver una fractura de liderazgo en Morena

El intercambio público entre Andrés Manuel López Obrador y la presidenta Claudia Sheinbaum abrió una ventana rara: por primera vez desde la transición, quedaron expuestas diferencias reales sobre quién conduce políticamente al país. Lo que pudo pasar como un simple contraste de opiniones terminó mostrando algo más profundo: una disputa por el mando dentro del propio oficialismo.

La controversia comenzó cuando López Obrador afirmó que él podría regresar a la vida pública si México enfrentaba tres escenarios extraordinarios. La declaración, formulada como advertencia y como disposición personal, tuvo un efecto inmediato: colocó al expresidente en un plano de vigilancia sobre el gobierno actual, como si fuera una autoridad paralela.

Días después, Sheinbaum respondió que dichas circunstancias no existen y que no prevé escenarios que ameriten la reaparición de su antecesor. El mensaje, pese a su tono calmado, apuntó en sentido contrario: la presidenta intentó cerrar la puerta a cualquier insinuación de tutela política.

Para analistas y observadores, estas dos frases —colocadas de manera pública y en momentos distintos— revelan un choque simbólico. López Obrador, al plantear un eventual retorno ante una crisis, se reserva un papel de garante supremo del proyecto político que construyó. En los hechos, sugiere que existe una autoridad mayor a la que hoy ocupa la presidencia. Ese tipo de mensaje no es menor en una democracia: implica que el liderazgo formal puede ser insuficiente sin el respaldo del fundador del movimiento.

Del otro lado, Sheinbaum busca afianzar su autonomía. Al minimizar la posibilidad de una crisis y rechazar la necesidad de un eventual regreso de López Obrador, intenta afirmar que el mando está en sus manos y que la conducción del país no depende de figuras del pasado, por influyentes que sean.

Este intercambio también refleja la complejidad de la transición dentro de Morena. El expresidente conserva un enorme peso político y un nivel de influencia inusual para alguien que ya dejó el cargo. La presidenta, por su parte, enfrenta el desafío de ejercer autoridad plena en un entorno donde la figura de López Obrador sigue ocupando el centro de la conversación pública.

Aunque ambos insisten en que hay unidad, lo que se vio esta semana fue un duelo de legitimidades. López Obrador marca condiciones para intervenir; Sheinbaum intenta cerrar el espacio para que esas condiciones se vuelvan pretexto. En política, ese tipo de movimientos dicen más que cualquier discurso de conciliación.

La pregunta de fondo es simple y a la vez incómoda para el oficialismo: ¿quién gobierna realmente?
El episodio dejó claro que la discusión no está resuelta. Y que, pese a los intentos por suavizar el choque, el país presenció una de las primeras señales evidentes de tensión entre la figura histórica del movimiento y su sucesora en el poder.

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