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Es una historia tan vieja como el tiempo mismo. No, no me refiero a la de la Bella y la Bestia, como pregona la popular canción que acompaña a las versiones más recientes del filme. Aquí hago alusión a la cuestión que ocupa las mentes de todos los aficionados a las secuelas cinematográficas. ¿Quieren más de lo mismo, adentrándose en los temas explorados por el filme original? O, por el contrario, ¿quieren ser llevados a territorios nuevos, donde la sorpresa vuelva a cautivarlos?

Queda muy claro que los estudios siempre van a preferir la primera opción, pues el simple hecho de que una secuela exista habla del éxito del filme original, mismo que buscarán replicar a toda costa. La audiencia suele dividirse en opiniones: hay quienes están felices sabiendo qué esperar, mientras que hay quienes buscan un producto nuevo en un empaque viejo. A los críticos ni nos pregunten, pues la mayoría termina destrozando aquellas segundas partes que no sean ‘El Padrino’.

Yo, sin embargo, me encuentro más del lado de la audiencia a la hora de ver una película como ‘Kingsman: El Círculo Dorado’ (‘Kingsman: The Golden Circle, d. Matthew Vaughn), la nueva entrega de esta naciente saga que navega esas difíciles aguas entre la parodia y la farsa del cine de espionaje internacional. La original ‘Kingsman: El Servicio Secreto’ (2014) sentó las bases de esta interesante organización encubierta que convertía a adustos jóvenes británicos en eficientes máquinas de matar, identificados con los nombres de los Caballeros de la Mesa Redonda. En esta ocasión estamos por descubrir que ese ingenioso mundo donde una elegante sastrería en Savile Row ocultaba la entrada a un universo de posibles historias… tiene que trasladarse al otro lado del Atlántico por vía de la destrucción absoluta.

Así es, en una arriesgada jugada por parte de los productores, nos encontramos con el agente secreto Eggsy (Taron Egerton) inmerso en la persecución de un villano, muy metido en su papel como espía salvador del mundo. De buenas a primeras todas las instalaciones de los “Kingsmen” son borradas del mapa por un ataque misilístico a gran escala. Antes de que podamos preguntarnos si la culpa fue de Trump o de Kim Jong-Un, Eggsy y el operativo conocido como Merlín (Mark Strong) descubren una añeja botella de Bourbon que ostenta el nombre de “Statesman”, y que les lleva a una exitosa destilería en Kentucky, EEUU. Así es, amigos: los prolijos agentes británicos tienen una contraparte estadounidense.

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Los “buenos” de este grupo no se identifican con caballeros de leyenda, sino con alcoholes célebres. Les preside “Champ” (Jeff Bridges), abreviando el no tan varonil Champagne. También vemos a “Tequila” (Channing Tatum), a “Whiskey” (Pedro Pascal) y a la esforzada “Ginger Ale” (Halle Berry), contraparte de Merlín en el asunto de estar relegada más bien a la labor oficinística y no al trabajo de campo. Estos agentes no lucen los elegantes trajes del Viejo Mundo, sino pulcros y sobrios atuendos como de vaqueros en noche de gala. Sus armas abarcan desde escopetas de cacería a un lazo eléctrico. Ciertamente esta película no está preparada aún para reinventarse en la nueva seriedad de la saga de James Bond.

El consenso entre agencias es que la persona responsable de los atentados no es otra que Poppy Adams (Julianne Moore), una astuta mujer que parece una aspirante al remake de “Amas de Casa Desesperadas” pero en versión megalómano-psicótica. Su base de operaciones es un típico merendero gringo, ubicado en una mucho menos típica jungla tropical. Y claro, sus planes de dominación global consisten en un ambicioso y complicado proyecto que involucra la dependencia a las drogas como clave de su potencial éxito.

La gran revelación de esta secuela es que un personaje clave del filme original, a quien creíamos a todas luces muerto, ha sobrevivido (menos un ojo y gran parte de su memoria). No, no se molesten en decirme que les estoy arruinando la sorpresa, pues el equipo de marketing detrás de la promoción de esta película se encargó de arruinárnosla mucho antes (desde los primeros cortos). Esta es tan sólo una de tantas decisiones cuestionables para la segunda parte, aunque tal parece que las mismas obedecen a una especie de consenso dedicado a satisfacer a quienes disfrutamos tanto la película previa.

¿Qué es lo que hace mejor ‘Kingsman: El Círculo Dorado’? En resumen: todo lo demás. Sí, una vez que te reconcilias con la idea de que no vas a ver una reinvención del producto ni debes aspirar a recapturar toda la sorpresa que te provocaron sus propuestas de hace tres años, encuentras un filme que está estructurado para llevar todo un poco más lejos. El humor es más crudo, la violencia está más estilizada, lo absurdo llega un tanto más cerca a la comedia y el cuadro actoral parece estar más para disfrutar el momento que para redondear los roles (para muestra, el curioso acento del chileno Pascal interpretando a un… ¿tejano, quizá?). Todo tenía que ser un poco más extremo para compensar.

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La recomendación de ver este filme estriba mucho en el humor que te cargues este fin de semana, tras días emocionalmente agotadores en nuestro atribulado país. El mundo de ‘Kingsman’ nació como una especie de homenaje al 007 de Roger Moore, que era más cercano a la comedia inglesa que al espionaje duro. Su sexismo, su aire de elegancia, sus ridículos artefactos y vehículos, sus todavía más ridículos y exagerados villanos, todo era parte de un entorno que no ha envejecido del todo bien cuando volvemos a ver las películas, pero que nos comunica un placer adolescente en cuanto a divertirse con dicho material se refiere.

Mi niñez remite justo a ese Bond, que no es mi favorito pero sí fue el que me introdujo a la franquicia. Aquí tenemos una franquicia bien apoyada en el carismático Egerton, pero que aún no tiene el abolengo para hacer experimentos con su narrativa y su inspiración. Es escapismo descarado, es una vorágine de acción, es un cúmulo de gags visuales, es una reminiscencia de lo que funcionó en la película previa, pero todo llevado un punto más allá. Si buscas familiaridad, no lo pienses más. Si lo que quieres es la madurez del James Bond de Daniel Craig o la psique torturada que Matt Damon imprime a Jason Bourne, pues… espera a ver quién es la estrella pop que hace un largo “cameo” en esta película, y mejor recapacita sobre si eres la clase de audiencia que ríe con bromas de ese tipo. Yo admito que lo soy.

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